«No dejes que termine el
día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus
sueños.» Como en los versos de nuestro apreciado Walt Whitman, Alberto y
yo, quisimos por unos días vivir todavía con mayor intensidad: creciendo, siendo felices, aumentando
nuestros sueños. Para ello, decidimos alejarnos bastante del runrún, del
ajetreo diario, de los viajes, de los aeropuertos, de las estaciones, de las
calles, de las noticias que nos llegaban de ellas y de las gentes, y también
del mismo modo de las redes sociales como de la red que forma la sociedad y que
te consigue atrapar, a veces, hasta asfixiarte; puesto que te aboca a realizar
cosas que en realidad no deseas hacer. Sabíamos que ambos llevábamos en el
ánimo y en la intención: ganas de lo mismo, y todo lo demás quedaba descartado
de inicio, por ello, elegir el lugar en el cual disfrutar de unos días de
desconexión, alejados de todo, era especialmente importante, y el lugar elegido
fue una de las islas que forman el archipiélago de las islas de la Magdalena en
Canadá. Este era un sueño que venía de lejos, habíamos soñado muchas veces con
pasar unos días en una de esas islas, viviendo en una y recorriendo las otras.
Lo habíamos aplazado en un par de ocasiones y éramos conscientes de que el
tiempo para hacerlo era ahora. Ya que cuando el agotamiento mental supera al
físico, en los trabajos creativos, debes parar. Porque nada puede nacer de
dentro de ti. Estás totalmente fuera de juego. Y, sabíamos, que si existía un
lugar en el que recuperar el silencio, la calma, la serenidad y el sosiego que con tanto hincapié buscamos y disfrutamos y que es fundamental en nuestra forma de entender
la vida y de estar en el mundo, era sin lugar a duda ese. Así que Alberto alquiló
una hermosa casita para los días que pretendíamos estar. Y una vez todo
dispuesto, con la tranquilidad que da el saber que el trabajo pendiente ya está
hecho y que todo está encauzado para libremente poder dedicarnos a crear: yo
con palabras y él con imágenes; emprendimos un nuevo viaje, una nueva aventura.
La enésima. Y heme aquí. Henos aquí. Llegamos hace unos días, pero a las
pocas horas de estar en la isla empezamos a notar como nuestros cuerpos se
cargaban de energía positiva y dejaban atrás todos los malos humores y dolores
que se hacen dueños de ti por el simple hecho de estar vivo. A los dos días de haber
llegado notamos cómo la ilusión recorría nuestro cuerpo como si se tratase de
la misma sangre y que la risa brotaba de nuestros labios por el sencillo acto
de querer estar presente. Señal inequívoca de que estábamos a gusto. Y ahora,
en el momento en que estoy escribiendo esto, con la casa puesta a punto e
instalados, sin horarios y sin rutinas, las ganas de crear han renacido en los
dos por voluntad propia. Ellas solas han encontrado su camino. Cuando se crea
se crece, y sólo se crea si consigues estar en sosiego, con el ánimo dispuesto
y tranquilo para tal fin, con el cuerpo predispuesto para ello. La creación
para campar a su aire necesita su propio espacio dentro de ti, pero también
fuera de ti. Necesita su propio tiempo de silencio. Y sólo se crea de manera
provechosa cuando todo tu entorno está en armonía. Cuando tú estás en comunión
contigo mismo. Para ello, tanto Alberto como yo, necesitamos en la misma medida
el silencio y la naturaleza, el aire libre. Nuestra forma de crear no entiende
ni de espacios cerrados, ni de ruidos, ni de posiciones encorsetadas. Ambos
sabemos que hemos acertado de lleno al venir aquí, y por ello, reímos contentos
porque está sucediendo lo que hemos venido a buscar. Estamos creando porque ha
regresado a nosotros el tiempo del silencio y con él, el tiempo de crecer como
profesionales, pero sobre todo como personas. Puesto que de este modo, en silencio y en plena naturaleza salvaje, nos
encontramos de frente con nuestro yo real, con nuestro interior, con la raíz
desde donde todo nace y entonces creamos y somos felices y nuestra
ilusión y nuestros humildes sueños aumentan y con ellos la energía. Una
energía que es una secuencia de sensaciones tan fantásticas que perfectamente
podemos resumir en un profundo agradecimiento por estar vivos y por sentir como
la vida pasa por dentro de nosotros y nos deja aportar a este mundo, nuestra
propia estrofa, como diría Whitman.
Besos y abrazos a
tod@s.
María Aixa Sanz