A menudo en nuestra
existencia se producen coincidencias que nos marcan para toda la vida. Por
ejemplo, mi abuelo materno desde niña me inculcó que aprender no ocupaba lugar
y luego, años después, una de las primeras frases que me dijo, el que sería el
amor y hombre de mi vida, fue: «Qué
en esta vida todo se puede aprender.»
Muchas veces me he preguntado a lo largo de estos años que cómo es posible que
los dos hombres más importantes en mi vida me dijeran más o menos lo mismo. Y,
claro, cómo no creo en las casualidades, pues ese punto en común de los dos
siempre me ha dado una confianza en el destino significativa. Siendo como soy
desde niña una curiosa empedernida y el verbo aprender forma desde siempre
parte de mí día a día, que los dos hombres de mi vida, le dieran la misma
importancia al mismo verbo ha hecho que les adore todavía más si cabe, para los
restos y de manera definitiva. Pocas cosas me gustan más en esta vida que
aprender. Aprender lo que sea, la cuestión es estar aprendiendo a todas horas,
pues aprender es la única forma de saciar el apetito voraz de una mente curiosa
como la mía y de crecer como persona y como profesional, pues en este oficio en
el que ando metida el aprendizaje es continuo, ya que si uno no aprende cada día un
poquito más, apaga y vámonos, puesto que al ser este un oficio disciplinado y
solitario, como todos los oficios artesanales, solo creces en ellos aprendiendo
tal como pasa el tiempo. Así pues la escritora de hace diez años atrás nada
tiene que ver con la actual, ¡por suerte!, y todo se lo he de agradecer a ese
verbo, al verbo aprender. Porque el verbo aprender no sólo significa adquirir
el conocimiento de alguna cosa, sino que sólo se puede llevar a cabo, es decir, sólo se conjuga cuando sigues la disciplina que te marca, cuando abres los ojos al mundo que
te da a conocer, cuando registras en tu alma el bagaje que te ofrece. Así que
conjugando, conjugando, voy por el mundo aprendiendo todo lo que puedo sobre cualquier
cosa, pues como dice Alberto: Todo se puede aprender, y como decía mi abuelo
Miguel: Aprender no ocupa lugar.
Y si bien, lo que se
aprende de la experiencias que uno vive en primera persona no se puede comparar
a nada, ahí están los libros, y aunque no todo esté en ellos, pues la realidad
supera a la ficción en demasiadas ocasiones, hay que ser justos y decir en voz
alta que de los libros se aprende muchísimo. Resultando estos el mejor aliado
para un alma inquieta, curiosa, por ello como cuando por estas fechas infinidad
de ferias de libros inundan nuestras calles, deberíamos, sin que el verbo deber
sea una obligación, detenernos delante de ellos y pararnos a pensar por un
momento qué gran invento fue el de recoger entre unas tapas rusticas o de cartoné, todas las formas posibles de aprendizajes. Desde conocimientos que no son totalmente ajenos hasta actitudes y situaciones propias o de los otros. De tal manera que cada una
de las ferias tendrían que ser un homenaje al libro, solo eso, nada más. Un
homenaje a ese invento que es fuente que sacia nuestros más diversos y dispares
apetitos. Por un instante podríamos detener nuestro caminar y dar las gracias a
todo ese conocimiento, a todo ese saber, a todo ese trabajo, que está envuelto en ese formato.
Hecha esta pequeña oda al
libro y regresando al principio del artículo. Es decir, al verbo aprender y a
cómo se conjuga. Tengo que señalar y subrayar que además de saberlo conjugar, el verbo aprender es un verbo que no se detiene, constantemente si queremos podemos estar aprendiendo a tiempo completo. Aprendemos a lo largo del día muchísimas cosas sin apenas darnos
cuenta. Pensad, lectores míos, durante un momento: ¿Cuántas pequeñas cosas habéis aprendido en las últimas horas? Tomad conciencia y comprobareis la cantidad. Yo por mi parte, hoy mismo he vuelto a aprender y lo he hecho de la
mano de unas amigas que la risa cómplice, en definitiva, la risa siempre es la
mejor estación de destino.
Así que reíd y no paréis de aprender, y en alguna hora homenajead a ese viejo conocido y a la vez tan nuevo y sorprendente que es y siempre será el libro.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz