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jueves, 22 de junio de 2017

EL TIEMPO SIEMPRE VUELA PARA LOS VIAJEROS


Sin ni siquiera darnos cuenta, ni percatarnos de ello, los días nos pasan volando. Amanece y en un parpadeo, en un abrir y cerrar de ojos, ya es de noche. Cuando tomo conciencia de la hora que es, siempre recuerdo a Osbelia y sonrío. Osbelia me ha dicho en infinidad de ocasiones que cuando pierdes la noción del tiempo es porque eres feliz. Todavía me carteo con ella. Ayer mismo le escribí una carta, desde aquí, desde la casa de la isla, desde este nuevo enclave que habitamos Alberto y yo. Osbelia de alguna manera, me recuerda a la Osbelia del deshollinador de la historia que me contaba mi bisabuela. A veces, me gusta imaginar que son la misma persona, aunque sé que es algo imposible, pues cada una pertenece a una época distinta. Y además la Osbelia del deshollinador se quedó detenida en el tiempo como una muchacha joven. En cambio, mi Osbelia, a día de hoy es anciana, tanto, que su piel parece un delicado pergamino. No obstante, su edad no le ha restado ni un ápice de ingenio, ni de lucidez. Posiblemente, de todas las personas que pueblan mi existencia, Osbelia es la persona más lúcida y de mente más abierta. Cuando la conocí ya vivía en su pequeño apartamento de París donde todavía vive. Pero ahí donde la ves, es una mujer que ha recorrido todo el mundo y ha vivido en infinidad de lugares puesto que fue una de las primeras maquinistas de la historia del ferrocarril. Vivió alrededor de cuatro décadas en América, sobre todo en Boston, pero para su vejez decidió regresar a la ciudad que la vio crecer: París. Y, en París, la conocí yo. Y es a París donde le envío las cartas. Nos conocimos en unos prestigiosos grandes almacenes de la capital francesa, concretamente en la sección de cosméticos. Ambas buscábamos una barra de labios de un color determinado y ambas reímos al unísono al ver la cara de la dependienta cuando pensó que tal vez ella tenía demasiados años para escoger la misma barra que había escogido yo. Osbelia al ver el rostro de la muchacha le espetó: «Debería saber mademoiselle que cualquier mujer, tenga la edad que tenga, sólo está realmente preparada para afrontar los avatares de la vida cuando lleva maquillados los labios. De ese modo, le aseguro, que es capaz de todo. Así que déjese de remilgos y atiéndanos como es debido a esta jovencita y a mí.» Al oír a Osbelia, el rubor cubrió las mejillas de la dependienta, y automáticamente bajó la cabeza y musitó un: «Sí, madame.» Y, sin haberlo hecho a propósito, ese instante fue el cimiento de nuestra amistad. Desde ese glorioso momento, la admiro; por ello, la frase que le dijo a la dependienta se quedó grabada en mí sin necesidad de memorizarla. Minutos después, tras comprar nuestras respectivas barras de labios, las dos nos sentamos en la chocolatería de los grandes almacenes y cuando Osbelia se fijó en que pedimos lo mismo, soltó una sonora carcajada. Aquello me gustó. Yo también reí. Me gusta la gente que ríe con facilidad y no esconde la risa. Entonces fue cuando ambas nos dimos cuenta de que podíamos ser amigas y que la diferencia de edad no iba a ser ningún impedimento para ello. Las dos tenemos un carácter abierto y avispado, nos gusta conversar y con el tiempo nos hemos dado cuenta de que compartimos la misma opinión sobre muchos temas. Allí sentadas hablamos, hablamos y hablamos y perdimos la noción del tiempo, cuando nos dimos cuenta, Osbelia me dijo por vez primera: «No te olvides nunca de que cuando pierdes la noción del tiempo es porque eres realmente feliz.» Esa fue una de las primeras enseñanzas sobre la vida que Osbelia me dio. Por aquel entonces, Osbelia tenía la costumbre de darme consejos sobre la vida sin yo pedírselos. Consejos que yo anotaba mentalmente para no olvidarlos cuando abandonase París. Y fue al marcharme de París cuando empezamos a cartearnos, ya que a las dos nos gusta saber de la otra, pero sobre todo porque nos gusta escribir cartas. En las mías yo le cuento las aventuras que vivo en cada momento y en cada lugar por donde Alberto y yo transitamos, mientras que ella me cuenta en las suyas las que vivió en su tiempo. Me entusiasman sus cartas, pues todas juntas forman un todo que da fe de la vida de una auténtica pionera que es lo que para mí representa Osbelia. Valoro tanto sus cartas que las guardo como un tesoro junto al regalo que me hizo antes de que yo me fuese de París. Con emoción Osbelia me llevó a un estudio de fotografía. Concretamente al de J. Briffault para que éste nos hiciese una fotografía de las dos juntas. Luego nos hizo dos copias y cada una tiene la suya. Recuerdo bien ese día, porque fue cuando me dijo que de tener una nieta le hubiese gustado que fuese como yo, puesto que yo amo las palabras antes que los números, las historias antes que los chismes, pero sobre todo porque tengo altura de miras, y según ella, esa es la mejor de las virtudes, porque te permite volar libre. Y añadió: «Las ataduras mentales son lo peor del mundo, hija mía.» 


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz