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lunes, 5 de junio de 2017

LA ISLA FANTASMA


«No podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.»
―Walt Whitman―


El filosofo galés Bertrand Russell expresó con una agudeza implacable, y de un modo tan crudo por ser real, pero tan sabio por ser verdadero, que lo más difícil de aprender en la vida es qué puentes hay que cruzar y qué puentes hay que quemar. Puentes que serán un punto de inflexión en nuestra vida o un punto y final que zanjaran etapas de nuestra existencia.
Tomar decisiones, tener el coraje para hacerlo, es de las cosas más difíciles de existir. Aprender a hacerlo y a sobrellevar lo que representa una decisión en concreto y la carga repleta de responsabilidad que llega consigo es lo más complejo de vivir con conciencia. Aprender a cruzar o a quemar puentes es lo más peliagudo de saberse individuo. Esa lección que unos aprenden antes y otros después, —pero que tarde o temprano todo ser humano debe aprender—, ese discernir entre qué hacer o dejar de hacer, se cimenta básicamente en dos puntales: Uno, el conocimiento que uno ha adquirido de sus propias experiencias; y, dos, el instinto. El conocimiento y el instinto a la hora de tomar decisiones o cruzar o no puentes están al cincuenta por cien. Hasta aquí todos sabéis de qué hablo. Pues no creo que haya nadie sobre el planeta Tierra que no se haya visto en tal tesitura. Pero hoy, ahora mismo, quiero detenerme en la isla fantasma. Sí, lo sé, ahora, os estáis preguntando qué es la isla fantasma. Os respondo inmediatamente. La isla fantasma es donde va a parar esa persona cuyo puente que te unía a ella has quemado por voluntad propia puesto que la relación que teníais no daba más de sí, estaba agotada, pero aun así sigue presente en tu existencia aunque el futuro de los dos discurra por senderos totalmente opuestos. Pongamos como ejemplo: el padre o la madre de vuestros hijos tras el divorcio, un antiguo amor que una vez rota la relación sigue estando en tu grupo de amigos, o un íntimo amigo que ya no es ni tan íntimo ni tan amigo y con el que te encuentras en clases de yoga, o un ex con el que compartes un negocio, etc. Sé lo que estáis pensando: a la isla fantasma van a parar los restos tras el naufragio. Sí, eso es. Exactamente ocurre así. Y ante la isla fantasma y los que la habitan podemos sentir sentimientos contradictorios. Podemos pensar que mejor sería que no existiese; o que tal vez ella es el símbolo de todos nuestros fracasos, aunque yo no creo en los fracasos, creo más bien en que probablemente todo tiene fecha de caducidad y muere de muerte natural; podemos pensar que la existencia de la isla es algo injusto; pero, también podemos verla desde un punto más positivo para nosotros y en alguna hora recordar con ternura, incluso con un sonrisa, los momentos vividos con los habitantes de la isla. Entonces, ¿por qué no poder visitar de cuándo en cuándo esa isla en viajes de ida y vuelta y de corta duración para preguntarles cómo les va, sabiendo tanto ellos como nosotros, que no está en nuestra intención quedarnos? ¿Qué hay de malo en reconocer a los que viven en esa isla como lo que son, como seres que han formado parte importante de nuestra vida y que van a estar siempre ligados a nuestra historia personal?
Somos humanos, por el amor de Dios, tenemos corazón y alma, reímos y lloramos, sentimos. No tenemos un botón que pulsar para dejar de sentir. Entonces, a quién pretendemos engañar, démonos una oportunidad, y sin remordimientos, sin sentirnos desleales con nosotros mismos, cambiemos el rencor por algo tan grande como es esa clase de amor por lo que una vez fue nuestro.
De modo que ahora mismo, aquí, y delante de vosotros le cambio a la isla su nombre y en vez de llamarla la isla fantasma, voy a llamarla la isla del corazón. Porque en él todo cabe. Incluso aquellos seres con los que quemamos puentes. 
Por ello, mi deseo, lectores míos, es que jamás os sintáis culpables al sentir por los habitantes de la isla fantasma o la del corazón algo parecido a un cariño entrañable, puesto que una vez incluso los amasteis. Y amar nunca es una equivocación. Amar nunca es un error. Así que si el instinto y la experiencia, cada uno al cincuenta por cien, os instan a hacer una visita a la isla, no le deis tantas vueltas y hacedlo, porque es la forma en que vuestro cuerpo y vuestra mente os dice que quizás para estar bien en el presente tenéis que estar en armonía con vuestro pasado.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz