Chocolate y descansar,
recobrar fuerzas, es todo lo que necesito en este instante en el que me pongo a
escribir. Tengo el cuerpo agotado de tanto nadar en alta mar. Acabo de leer una
reflexión de Alessandro Baricco y me he visto a mí misma asintiendo, dándole la
razón. La advertencia del escritor turinés dice así: «En el mundo hay un
único peligro: morir de falta de intensidad, apagarse.»
¿Tú qué opinas, lector
mío? ¿Vosotros, qué opináis, lectores míos? Indicaros que yo si de algo he
pecado en esta vida es de ser intensa, de ponerle a todo demasiada intensidad,
de vivir la vida demasiado intensamente, sin dejarme nada en el tintero. Es
más, cuando busco el sosiego, la calma y el silencio como ahora lo hago es justamente
por eso, para recobrar el equilibro de una vida vivida demasiado intensamente.
Y si valoro la reflexión de Baricco, es porque el perder la ilusión, el
apagarse, siempre lo he visto como territorio resbaladizo. El terror a sentirme
muerta en vida ha hecho que me haya cuidado muy mucho de apagarme y siempre,
por ello, me he mantenido lejos de la desilusión, de apagarme, de la falta de
ganas por lo que sea. Para tal fin, mi aliada, siempre ha sido la curiosidad
que vive en mí como una inquilina que se olvidó de marcharse y que me ha dado a
entender con el paso del tiempo que si está en mí, está para quedarse. Me
horroriza pensar que hay personas que viven toda una vida en zona gris, pero
todavía lo hace más el hecho de que muchos de ellos ni siquiera se dan cuenta.
Por eso creo que es imprescindible ponerle a la vida color. De ahí uno de mis
lemas: La vida siempre en color. Uno de la menos de media docena que
poseo y que siempre han sido guía e inspiración en mi vida. Como el
movimiento se demuestra andando o ser es la mejor forma de
explicarse. Creo sinceramente que toda persona debe tener y seguir
unas directrices o pautas a las que aferrarse para convertirse en una mujer o
en un hombre de bien. Y entre ellas, entre esas pautas y directrices, también
debe haber alguna reflexión que nos consuele en nuestra hora más negra. Por
ello, me dio buenas vibraciones encontrarme, ―en la casita que habitamos
Alberto y yo, aquí, en Canadá―, con un cuadro que en su día alguien enmarcó y
colgó en la pared con un párrafo escrito a mano con letra pulcra y perfecto
francés del libro El Verano de Albert Camus. Lo entendí como
una suerte de coincidencia que te da la razón al pensar que en el Universo todo
y todos estamos conectados de un modo u de otro. Así que leí de nuevo y por
enésima vez de la misma manera como a lo largo de mi vida en tantas ocasiones y
en distintos lugares del mundo he hecho, eso de: «En medio del odio, me
pareció que había dentro de mí, un amor invencible. En medio de las lágrimas,
me pareció que había dentro de mí, una sonrisa invencible. En medio del caos,
me pareció que había dentro de mí, una calma invencible. Me di cuenta, a pesar
de todo, que... En medio del invierno, había dentro de mí un verano invencible.
Y eso me hace feliz. Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi
contra, dentro de mí, hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta.»
Y, como siempre, como cada
vez que he leído las palabras de Camus, volvieron a producir en mí un
efecto balsámico y reparador, e incluso a veces la conciencia de saberme en el
inicio de una nueva etapa de mi vida y que de alguna forma ellas eran talismán.
Sólo me resta, antes de concluir este escrito de hoy, aplaudir a ese
desconocido que colgó con tanto acierto ahí el párrafo de Camus. Pues fuese
quien fuese quien colgó esas palabras en esta casa de Canadá, era una persona
inteligente, plenamente consciente de cómo con ellas conspiraría a favor de
quién las leyese, dándole, regalándole, ofreciéndole uno de los mejores pensamientos, ―lleno
de esperanza y de fuerza―, que se ha escrito a lo largo y ancho del mundo, en
todos los tiempos. De tal modo, y de la mano de Camus, desde allí donde esté
ahora quién colgó el cuadro, todavía décadas después, da al habitante ocasional
de la casa su último consejo. Por tanto, no es extraño al pasar por delante de
él y leerlo, con satisfacción y gratitud, pensar: «Yo también puedo, yo también
voy a poder.»
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz
María Aixa Sanz