«La vida es desierto y
oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en
protagonistas
de nuestra propia
historia.»
―Walt Whitman―
Anoche Alberto y yo
paseábamos como otras muchas veces bajo la noche estrellada, oyendo cómo los
pájaros piaban en sus nidos, cómo cada animal emitía su voz particular antes de
dormirse y cómo, en cambio, otros salían de su escondrijo diurno para cazar,
cuando comenzamos a charlar de cuál es la mejor manera de plasmar las
sensaciones. Pues esa mezcla de sonidos, de imágenes, de la noche limpia y
fresca cuando estás en plena naturaleza, —ajena toda ella a los sonidos
provocados por los humanos—, a nosotros nos produce mucho bienestar, y por
encima de todo, y unida a otro tipo de sensaciones, la sensación de formar
parte de algo tan sublime como inabarcable.
Según Alberto las sensaciones sólo pueden llegar a plasmarse con palabras y aunque el trasmitir a los otros lo que uno siente por muy competente que sea el escritor no deja de ser algo difícil no es un imposible. Sin embargo, él opina que sí que es un imposible plasmarlo mediante la fotografía.
Según Alberto las sensaciones sólo pueden llegar a plasmarse con palabras y aunque el trasmitir a los otros lo que uno siente por muy competente que sea el escritor no deja de ser algo difícil no es un imposible. Sin embargo, él opina que sí que es un imposible plasmarlo mediante la fotografía.
Fotógrafo profesional como
es, no tengo motivo para no creerle, para poner en tela de juicio su opinión.
Llevo toda una vida compartiendo mí día a día con él para no haber oído de su
boca en demasiadas ocasiones que una fotografía sólo es la captura de un
instante y que la buena fotografía es la explicativa. Es la que cuando uno la
mira se hace en unos segundos una idea en general de lo que ve. No obstante,
según él, la fotografía aunque explica una situación, jamás puede explicar las
sensaciones que embargan a los seres fotografiados porque nunca traspasa el
alma. La fotografía es muda. Por mucho que uno sonría al fotógrafo o a la
cámara jamás nadie puede adivinar hasta donde esa sonrisa es verdadera o falsa,
puesto que cuando uno posa su actitud se modifica al instante, cambia. El
fotógrafo siempre fotografía la forma, pero nunca el fondo. La imagen nunca
llega al fondo. Las palabras sí. Alberto siempre ha sido contrario a esa máxima
de que más vale una imagen que mil palabras. Es más, siempre hace hincapié en
que si no existiesen las palabras ni siquiera podríamos explicar una
fotografía. Quizás, por eso, él, ante la imposibilidad de poder fotografiar el
fondo de las personas, ha preferido ser desde siempre fotógrafo de lugares y también,
cómo no, de la naturaleza. Porque lo que ves es lo que hay. Un fotógrafo puede
tener mejor agudeza e ingenio que otro o una perspectiva o visión distinta que
haga que su trabajo se enriquezca más, pero ni los lugares ni la naturaleza le
mienten nunca. Por el contrario fotografiar a las personas es fotografiar un
mundo que el fotógrafo sensato, honrado, sabe que jamás va a poder
fotografiar en su plenitud. Puesto que cada persona es un mundo y
hay un mundo en cada persona. Otra cosa muy distinta, según Alberto, es el
retrato, si una fotografía es la captura de un instante explicativo, el retrato
es la captura de un rostro que es incógnita y que nos debe plantear muchas
preguntas por obligación, como misión, sino no es un retrato.
He de decir que ni Alberto
ni yo somos amigos de hacernos fotografías ni muchas ni pocas ni
constantemente, tal como ahora en este siglo XXI se realizan. Hoy en día parece
que toda persona vive a punto y dispuesto para ser fotografiado en cualquier
situación. Es como: si no hay fotografía, no ha sucedido. Alberto y yo
no somos así, nos gusta sentir y vivir el momento, y que éste se quede
pululando para el resto dentro de nosotros. Ninguno de los dos precisa de una
fotografía como testigo de algo, preferimos tener como testigo el recuerdo en
la memoria, un recuerdo conjunto; por ello, son escasas tanto nuestras
fotografías como los retratos. Evidentemente, de fotografía alguna que otra
tenemos pero de retratos no. Por ejemplo, yo sólo tengo dos retratos que les
separan una década y los dos son de su autoría. Dos retratos que invitan a
preguntar, incluso a mí, cuál es mi mundo interior, cuánta vida vivida hay en
mí, que mella ha hecho ésta en mi rostro, cuánta experiencia habita en mi ser y
cómo me he convertido en quién soy en ese momento. Preguntas a las que con
sinceridad sólo yo puedo contestar, por ello, esos retratos son valiosísimos y
no son fotografías ya que en vez de explicar, preguntan. Un retrato, para darlo
por bueno, según Alberto, a quien lo mira le debe hacerse preguntar cuántos
puentes ha cruzado y cuántos puentes ha quemado la persona retratada. Si no es
así, es un retrato fallido. En palabras de Alberto: «Un retrato, siempre
obedece al intento del fotógrafo de apresar el alma del retratado, siempre
tiene que dejar muchas preguntas en el aire, nunca debe de querer explicar.»
Honestamente creo que Alberto al retratarme lo consigue. Pues a ratos ni yo
misma me reconozco. Y la primera pregunta que brota de mis labios es: «¿Esa
mujer soy yo?» Y Alberto, ante mi asombro, me responde que sí.
Besos y abrazos a
tod@s.
María Aixa Sanz
María Aixa Sanz