Todos sin excepción, lectores míos, vamos por el mundo
creyéndonos grandes trasatlánticos, buques de carga, portaaviones, navíos
mercantes, buques escuela. En el casco escondemos nuestros miedos, nuestras
sombras, nuestras debilidades; en la proa, mostramos nuestras capacidades; por
el ojo de buey, vemos el mundo según nuestros ojos; desde el puesto de mando,
guiamos nuestra vida según nuestro convenir. Y de esa manera vamos navegando
con más o menos potencia y tino por aguas tranquilas a veces y otras por
auténticas tempestades. Unos, siguiendo una hoja de ruta programada o hecha a
medida y otros siguiendo corazonadas, navegando por instinto, dejándose
sorprender. Algunos, no todos, izan incluso en su barco alguna bandera y la
enarbolan para identificarse con otros. Pero todos, —también, sin excepción—,
necesitamos de un práctico en nuestra vida, un barquito chiquitito que con
audacia, con pericia, con inspiración y con su saber hacer nos lleve a buen
puerto cuando perdemos la seguridad en nosotros mismos y no queremos ni
encallar ni escorarnos. Ese práctico que resulta ser el más valioso de los
prácticos, es la persona que mejor nos conoce y la que desea lo mejor para
nosotros. Un práctico puede ser tu amor, tu hermano, tu amigo, tu madre, tu
padre, tu hermana, tu amiga, tu abuelo, incluso alguien que se cruza en tu vida
en un momento clave. Pero el hecho es que el gran transatlántico, el buque de
carga, el portaaviones, el navío mercante, el buque escuela que somos se aferra
al chiquitito y a la vez inmenso práctico porque sabe de sobra que es la única
y la mejor forma para arribar a puerto y ser feliz. Todos tenemos un práctico
en nuestra vida, lectores míos. Al que reconocemos como tal, por su inmensa
generosidad, porque no nos juzga severamente y porque nos tiende la mano cada
vez que lanzamos un mayday o un s.o.s.
Por ello, cada vez que por h o por b, por ejemplo en
una conversación con amigos, ha saltado delante de mí la pregunta de: «¿A
quién deberíamos escribirle una carta de amor en estos tiempos?» Mi
respuesta siempre ha sido la misma: «A los prácticos.» No me cabe ninguna
duda, de que los destinatarios de las cartas de amor del siglo XXI deberían ser
los prácticos. En este siglo hiperconectado, frenético y poco pausado; en
que nadie se detiene, de sentarte a escribir
una carta de amor tendría que ser a ellos. A esos seres que nos sacan día sí,
día también, de los mares revueltos. Pues no sé qué sería de nosotros sin ellos
y qué desgraciados y solos nos sentiríamos de no tenerlos. Por eso, lectores
míos, el práctico que cada uno de nosotros tiene en su vida, es quien se merece
todas las cartas de amor. De modo que no seáis tacaños y plagad su vida de palabras leales, cariñosas, llenas de amor y de frases
que le reconforten su corazón.
Es pues, ese, un acto de justicia.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz