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domingo, 23 de octubre de 2022

23 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

El jardín de La Madriguera como la bella durmiente, duerme. Lo observo muda de admiración. Observo su individualidad, su independencia. No necesita nada de mí, ni de nadie. Sólo cerrar los ojos y descansar un otoño, un invierno como los huesos en la noche. Estoy preparando un guiso de secreto, corazones de alcachofas y patatas. Los guisos son mi cocinado preferido, indistintamente de cuales sean sus ingredientes. Pienso en lo agradecida que es la cocina de otoño. Cocino al chup chup en compañía de Nuna que pasa la mañana de domingo ajena a todo dormitando en el vientre de La Madriguera. Saco de la alacena una antigua sopera con forma de ollita que adquirí en el Condado de Trafegar. Para mi sorpresa se ha vuelto en un enser imprescindible en mi cocina. Una vez retirado del fuego tengo por costumbre verter el guiso en su interior para que repose hasta la hora de comer. Es como rematar el trabajo. El lazo del regalo. La guinda del pastel. El aplauso silencioso. El clima en este fin de semana es como un ensayo general del invierno que está por venir. En la noche del viernes las temperaturas se desplomaron y, al amanecer, insensato fue quien no corrió a por ropa de abrigo. Al vestirme estrené mis nuevos pantalones de pana beige y un grueso y amplio jersey de lana gris de cuello vuelto. Bien abrigada y con el otoño en su esplendor vistiéndose de invierno no podía desaprovechar el sábado y que el día acabase convirtiéndose en una jornada sin gracia, ni interés. Y no lo fue. Decididamente, no lo fue. El de ayer resultó ser uno de esos sábados perfectos. Pasaban las horas e iba volviéndose redondo. Todo lo que tenía en mente fue desarrollándose según lo previsto; e incluso, de manera inexplicable tuve espacio y tiempo para lo que de verdad importa. Fui a la floristería y compré un ramo de hortensias, rosas, claveles y eucalipto para vestir en el día de hoy La Madriguera de domingo. Al salir como en una ensoñación vi a Denys (frente a mí) debajo del árbol donde yo tenía aparcada la camioneta. 《La muerte no es nada, el invierno no es nada. Porque las llamas, el fuego han reavivado los altares caídos de mi juventud en la hierba junto a la fuente》, le dije sonriendo mientras me acercaba. Él sonrió, también. Anchamente. Liberadoramente. 《Admitámoslo tenemos un talento innato para hacernos felices cuando nadie nos ve》, me indicó mirándome directamente a los ojos. No aparte mi mirada de la suya. Mis ojos de los suyos. Una ardilla escalando el árbol nos ayudó a deshacernos el uno del otro. 《Hasta la próxima 》, murmuró él visiblemente molesto. Dejé el ramo en el asiento de atrás de la camioneta, el del copiloto es para Nuna. 《Sube. Conduce tú 》, le dije a Denys. Nuna ladró y me dejó un espacio en su asiento para que me sentase con ella. Nos sentamos. Él hizo lo propio. Se sentó y encendió el motor. Conecté la radio. Pusieron una vieja canción que nos satisfizo a los tres. Days like this de Van Morrison. Denys tamborileó los dedos en el volante siguiendo la música, Nuna apoyó su barbilla en el brazo de Denys. Se miraron con confianza. Sonreí. De hecho hoy todavía asoma en mi rostro y en mi corazón la sonrisa de ese momento. Contemplé el exterior del habitáculo por la ventanilla. Estaban adornando las calles para Halloween. Luego posé mis ojos sobre la belleza serena de Denys, de Nuna y del horizonte. Así por ese orden. Kilómetros juntos; pensé, pensó, pensamos. Como siempre nos ha sucedido. Ninguno deseaba nada distinto. Soy absolutamente consciente de que en este punto de la vida, sea por el coste de vivir, por la edad, o por la magia que encierran los amores verdaderos la distancia física no existe. No está. Si estiro el brazo acaricio con la mano el rostro de Denys como el de Nuna; y no es ayer, ni hoy, ni mañana. Es ahora mismo. Y, cuando recojo ese mismo brazo, son sus besos lo que tengo depositado en la palma de mi mano, es su amor por mí. Mi bendición. 



 María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 23 de Octubre de 2022 )