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miércoles, 26 de julio de 2023

LOS INQUIETOS ~ 26

Neville llegó  (sano y salvo) al jardín delantero  de su casa, al mismo tiempo que una furgoneta  de mensajería; mientras Margaret (después  de soltar su soflama) notó al entrar en la cocina y saludar afectuosamente a sus compañeros como la pizca de malhumor que se había instalado en ella (al tomar conciencia de que el invierno no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer) acababa de esfumarse. El repartidor comprobó las señas de Neville, recogió un sobre del asiento del copiloto y se lo entregó. “Buen servicio, joven", le deseó Neville tras agradecerle la entrega con una propina. “Se hará  lo que se pueda", le respondió  el repartidor al subirse a la furgoneta. Despidiéndose del piloto haciendo sonar el claxon estruendosamente. Neville sonrió y  le saludó  levantando la mano. Después fijó su vista en el remitente del sobre. Leyó  el nombre de la fundación  presidida por Evelyn. Cuando más tarde lo abrió en su escritorio, encontró en su interior las fechas y  horarios  de las conferencias  que debía  impartir, y demás documentación. Fue en ese momento: teniendo en cuenta como afuera en el exterior  el invierno  no cesaba, y todo el trabajo que se le acumulaba en el escritorio (la próxima reunión con Roy Stirling  en un restaurant   para hacerle entrega de otra tanda de sus memorias estaba al caer) cuando decidió quedarse en casa y no salir hasta el sábado para lo de Cliff con Niño Blas. Neville decidió  encerrarse, decidió ni siquiera contestar al  timbre, decidió  vivir en los siguientes días  como si se lo hubiese tragado la tierra. “¿Por qué  estás a oscuras?  ¿Qué  haces sumido en esta penumbra? ¿Te ocurre  algo?”, le preguntó  Margaret  preocupada, al sentarse en la butaca como siempre  hacía tras ducharse al regresar del  trabajo. Habitualmente  al entrar en el estudio éste solía estar más  iluminado de lo necesario, incluso en los días  de verano cuando no hacía  ninguna falta. Pero esa tarde, todavía invernal  de mediados de marzo, en que afuera en el exterior la luz a esa hora ya declinaba para darle paso a la noche, de manera inusual el interior estaba prácticamente  a oscuras. Neville en vez de la lámpara  del escritorio,  sólo  tenía  encendida la bombilla de un pequeño  flexo que tenía  sobre el mismo y que tan sólo  iluminaba una parte minúscula  de la superficie. Por eso las escasas veces que lo utilizaban era como un punto de luz.  “Te vas a dejar los ojos", le regañó Margaret. Neville la miró con cara de concentración, y como ido, acabó  de transcribir uno de los  últimos audios que tenía  grabados. “Ya está.  ¿ Qué decías,  preciosa  mía?”, le preguntó a Margaret dos minutos después.  “Ay,  Neville. ¿Se puede saber por qué  estás a oscuras?”, volvió a preguntarle. “Tiene su lógica: la semana  que viene voy a reunirme con Roy, y sinceramente, tengo mucho qué hacer todavía. Me faltan horas. Además  las conferencias  para la  fundación  comenzarán antes de lo que creía. Sólo  tengo apuntes, algo  que ni siquiera  puede considerarse un borrador. Se me echa el tiempo encima. Y todas esas visitas imprevistas, que últimamente  se presentan en nuestra puerta, se apropian de mis jornadas  sin ningún tipo de consideración.  De modo que en lo que resta de semana no voy a salir de casa. Permaneceré aquí  dentro, trabajando  con  las luces apagadas, para que desde el exterior  quien me busque  piense que no estoy, que no hay nadie en casa. Te agradecería que si alguien pregunta por mí  le digas que me he ido de viaje unos cuantos días. Hasta el sábado  que debo ir a lo de Cliff. Siempre pienso y  estoy para todos , pero ¿quién piensa y está para mí?” se quejó Neville,  al explicarle a Margaret lo que había maquinado. Cierto era que la casa tal como estaba ubicada quedaba expuesta a miradas indiscretas. A resultas del jardín que la rodeaba por los cuatro costados, o porque  tenía  ventanas de igual modo delante, detrás y a los dos lados. De tal manera que no era difícil  averiguar  si sus moradores estaban dentro o no. Por ese motivo,  por lo común  y como precaución, solían dejar alguna que otra luz encendida  cuando  salían, por ejemplo, a cenar. Así que la reacción  de Neville  de apagar las luces, aunque extraña no era exagerada. “Yo pienso en ti y estoy para ti, piloto", le respondió  Margaret. Seguidamente,  se puso en pie,  y en la penumbra, se desató  el  lazo de la bata, se la quitó  y se abrió  para Neville.  Y,  él,  a oscuras entró  dulcemente  en ella, templó  su carácter y borró todo signo de apuro. A oscuras la cabalgó y ella gimió de placer y de deseo. También a oscuras se sostuvieron la mirada, y sin verse, adivinaron en el otro, la luz del amor. 



LOS INQUIETOS 

© MARÍA AIXA SANZ, 2023

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