Neville llegó (sano y salvo) al jardín delantero de su casa, al mismo tiempo que una furgoneta de mensajería; mientras Margaret (después de soltar su soflama) notó al entrar en la cocina y saludar afectuosamente a sus compañeros como la pizca de malhumor que se había instalado en ella (al tomar conciencia de que el invierno no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer) acababa de esfumarse. El repartidor comprobó las señas de Neville, recogió un sobre del asiento del copiloto y se lo entregó. “Buen servicio, joven", le deseó Neville tras agradecerle la entrega con una propina. “Se hará lo que se pueda", le respondió el repartidor al subirse a la furgoneta. Despidiéndose del piloto haciendo sonar el claxon estruendosamente. Neville sonrió y le saludó levantando la mano. Después fijó su vista en el remitente del sobre. Leyó el nombre de la fundación presidida por Evelyn. Cuando más tarde lo abrió en su escritorio, encontró en su interior las fechas y horarios de las conferencias que debía impartir, y demás documentación. Fue en ese momento: teniendo en cuenta como afuera en el exterior el invierno no cesaba, y todo el trabajo que se le acumulaba en el escritorio (la próxima reunión con Roy Stirling en un restaurant para hacerle entrega de otra tanda de sus memorias estaba al caer) cuando decidió quedarse en casa y no salir hasta el sábado para lo de Cliff con Niño Blas. Neville decidió encerrarse, decidió ni siquiera contestar al timbre, decidió vivir en los siguientes días como si se lo hubiese tragado la tierra. “¿Por qué estás a oscuras? ¿Qué haces sumido en esta penumbra? ¿Te ocurre algo?”, le preguntó Margaret preocupada, al sentarse en la butaca como siempre hacía tras ducharse al regresar del trabajo. Habitualmente al entrar en el estudio éste solía estar más iluminado de lo necesario, incluso en los días de verano cuando no hacía ninguna falta. Pero esa tarde, todavía invernal de mediados de marzo, en que afuera en el exterior la luz a esa hora ya declinaba para darle paso a la noche, de manera inusual el interior estaba prácticamente a oscuras. Neville en vez de la lámpara del escritorio, sólo tenía encendida la bombilla de un pequeño flexo que tenía sobre el mismo y que tan sólo iluminaba una parte minúscula de la superficie. Por eso las escasas veces que lo utilizaban era como un punto de luz. “Te vas a dejar los ojos", le regañó Margaret. Neville la miró con cara de concentración, y como ido, acabó de transcribir uno de los últimos audios que tenía grabados. “Ya está. ¿ Qué decías, preciosa mía?”, le preguntó a Margaret dos minutos después. “Ay, Neville. ¿Se puede saber por qué estás a oscuras?”, volvió a preguntarle. “Tiene su lógica: la semana que viene voy a reunirme con Roy, y sinceramente, tengo mucho qué hacer todavía. Me faltan horas. Además las conferencias para la fundación comenzarán antes de lo que creía. Sólo tengo apuntes, algo que ni siquiera puede considerarse un borrador. Se me echa el tiempo encima. Y todas esas visitas imprevistas, que últimamente se presentan en nuestra puerta, se apropian de mis jornadas sin ningún tipo de consideración. De modo que en lo que resta de semana no voy a salir de casa. Permaneceré aquí dentro, trabajando con las luces apagadas, para que desde el exterior quien me busque piense que no estoy, que no hay nadie en casa. Te agradecería que si alguien pregunta por mí le digas que me he ido de viaje unos cuantos días. Hasta el sábado que debo ir a lo de Cliff. Siempre pienso y estoy para todos , pero ¿quién piensa y está para mí?” se quejó Neville, al explicarle a Margaret lo que había maquinado. Cierto era que la casa tal como estaba ubicada quedaba expuesta a miradas indiscretas. A resultas del jardín que la rodeaba por los cuatro costados, o porque tenía ventanas de igual modo delante, detrás y a los dos lados. De tal manera que no era difícil averiguar si sus moradores estaban dentro o no. Por ese motivo, por lo común y como precaución, solían dejar alguna que otra luz encendida cuando salían, por ejemplo, a cenar. Así que la reacción de Neville de apagar las luces, aunque extraña no era exagerada. “Yo pienso en ti y estoy para ti, piloto", le respondió Margaret. Seguidamente, se puso en pie, y en la penumbra, se desató el lazo de la bata, se la quitó y se abrió para Neville. Y, él, a oscuras entró dulcemente en ella, templó su carácter y borró todo signo de apuro. A oscuras la cabalgó y ella gimió de placer y de deseo. También a oscuras se sostuvieron la mirada, y sin verse, adivinaron en el otro, la luz del amor.
LOS INQUIETOS
© MARÍA AIXA SANZ, 2023
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