“¿Quiere pasar? Será mejor que entre. Tengo un asunto que comentarle", le oyeron ambos (madre e hijo) decir a Neville. Adelaida Whitaker entró. Por primera vez en mucho tiempo deseó que sus tacones no resonasen. Intentó evitarlo, en vez de provocarlo como habitualmente hacía. Se supo demasiado frívola para encarar la existencia desde el punto de vista del hombre que caminaba delante de ella con su hijo adoptivo cogido de la mano. Una vez en el estudio tuvo el impulso de decirle que se lo quedase él. Se mordió la lengua, porque tuvo la impresión de que aquella extraña pareja formada por un viejo y un niño le leían el pensamiento. “¿Le apetece un té o un café con un poco de bizcocho?”, le preguntó Neville, y el chico añadió: “El bizcocho está riquísimo, Adelaida.” Sorprendida por el ofrecimiento y por la familiaridad con la que ellos dos se trataban, cuando a ella le resultaba una tarea despiadada confraternizar con el crío, la puso de mal humor. “No. Tengo el estómago revuelto y los nervios a flor de piel desde ayer. Qué desgracia lo sucedido en el convite de la boda. ¿Se ha enterado?”, se excusó Adelaida Whitaker. “Siento lo de su estómago y sus nervios, pero recuerde que cada uno se fabrica su propia suerte”, le indicó Neville haciendo suyas las palabras de Margaret. Ella pensó que el hombre era implacable. Se sintió desolada y deseó que todo aquello acabase cuanto antes. “¿Tenía algo que comentarme, cierto?”, le espetó a Neville. Él se levantó tomó un cuaderno de colorear para adultos y un bote con lápices de colores. Se lo entregó a Niño Blas, y le dijo: “Vete un rato a la cocina. Quiero hablar con tu madre a solas.” El muchacho obedeció y salió del estudio sin ni siquiera protestar. Conociendo que en los próximos minutos lo que estaba en juego no sólo era su futuro, también la sustancia de su vida actual. A Adelaida la palabra madre, en boca del piloto refiriéndose a ella, le dio una sensación de irrealidad difícil de esconder. “Esa no soy yo. No soy madre. Por mucho empeño que ponga, no siento lo que debería sentir. Es descorazonador “, le confesó a Neville con una sinceridad que la asombró. “Lo sé”, admitió el hombre. “No es un bolso. No lo puedo devolver", se reprochó ella. “Así es", le contestó Neville. “¿Qué voy hacer?”, le preguntó la cantante. “Quererlo. La aventura valdrá la pena se lo aseguro. Aprender a quererlo por lo que es", le dijo Neville. “¿Y qué es?”, susurró ella. “Un niño. Y como todo niño no desea sentirse rechazado, sino amado; protegido, y no abandonado a su suerte. Además es verdaderamente inteligente. Cuando le preste atención le sorprenderá. Por último, no le mienta, no sea egoísta con él. Eso a un padre siempre acaba pasándole factura”, le explicó Neville. “Entiendo", le respondió la mujer. “Creo que le vendría genial que lo enviase a la granja de mi amigo Cliff. Si lo desea yo hablaré con él. Yo me encargaré. También puedo guiarle en sus estudios y sus actividades extraescolares. Si eso le sirve de ayuda, se la ofrezco”, le sugirió Neville. “Le vendría bien tener una figura paterna que lo representase. Mi marido no se va a ocupar. En el trato que hicimos cuando quise llevármelo a casa, él quedó excluido de todo deber. Pero sinceramente, no entiendo por qué usted quiere implicarse” le dijo Adelaida. “Porque uno siempre ha de estar a la altura de lo que la vida dispone en su camino. Porque hay que hacer lo correcto, aunque no sea la opción más fácil. Porque no me sale del corazón hacer lo contrario”, le aclaró Neville. ”Entonces, acepto su ayuda. La acepto agradecida, en verdad. He visto como le mira, como con usted se siente en su hogar. Espero de este modo no seguir defraudando a Niño Blas. Ni ser en su vida una intrusa que está ahí porque un día no supo elegir correctamente. Por favor, cuénteme lo de su amigo Cliff”, le pidió Adelaida Whitaker a Neville. Y Neville le contó lo que una hora antes le había contado al chico. Ella vio el plan con buenos ojos, y le dijo a Neville: “Con que de adulto Niño Blas sea decente me basta. No hace falta que sea notario si ha de ser un sinvergüenza. Si se convierte en un hombre como usted será toda una satisfacción. Habré obrado bien.” Sonrió. Adelaida sonrió. “Ciertamente. Al fin, una sonrisa”, le indicó Neville. Llamaron a Niño Blas que compungido acudió raudo, pero al entrar en el estudio y ver el rostro relajado de su madre, su ánimo cambió. Entendió que el viento soplaba a su favor, quizás por primera vez en su vida. Neville como el capitán del barco que era en su historia, había tomado el timón. Pensó que nada podría irle mal de ese día en adelante. Su madre le explicó que le daba carta blanca a Neville para lo que estimase oportuno para su educación y sus actividades extraescolares, también para lo de la granja. Le pidió que por favor, más adelante, la dejase ir con él a ver los animales. Niño Blas, le dijo que por supuesto que sí; y la besó de verdad, como los hijos besan a las madres. Ella comprendió, en ese instante, con el beso: que a su edad y a su existencia le restaban por experimentar junto a su hijo postizo muchísimas primeras veces. Neville les observó complacido. Acababa de dar cuerda a un reloj. Sonrió para sus adentros. Al rato, quedaron para el sábado a primera hora y se despidieron. Niño Blas se abrazó a Neville, y Neville (con lo mucho que le gustaba abrazar) le estrechó entre sus brazos. “Gracias. Gracias por quererme sin apenas conocernos", le dijo Niño Blas al oído. “Eres un gran chico, muchacho", le indicó Neville. Se lo dijo, pensándolo en serio. Había visto en él una inquietud que no surgía de algo malo, nacía del deseo de no querer desaprovechar el tiempo.
LOS INQUIETOS
© MARÍA AIXA SANZ, 2023
Estás leyendo LOS INQUIETOS en línea y por entregas.