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viernes, 7 de julio de 2023

LOS INQUIETOS ~ 18

A LA NOCHE SIGUIENTE, la del nueve de marzo, mientras Margaret disponía la cena en los platos de una de sus vajillas preferidas (la que Neville le regaló por su antepenúltimo cumpleaños) vio en el rostro de su marido al hombre travieso que nunca dejaría de ser, y supo que estaba a las puertas de otra historia; por ello, le dijo para satisfacción de Neville: “¿Qué hay de nuevo, mi amor?” Y Neville con aires de conspirador, deslizó entre los platos, un sobre del tamaño de una cuartilla de color azul desgastado con un ribete plateado y dos palomas impresas en relieve, en cuyo pico llevaban una rama de buganvilla de color rosa. Margaret le miró y rio. “¿Qué es esto? ¿Qué es esta vulgaridad?”, le preguntó. “Ábrelo. Lo encontré ayer en nuestro buzón. Anoche no te lo mostré porque tenía mejores planes para ti”, le dijo Neville mientras sonreía divertido y le ponía ojitos a Margaret. Ella volvió a reír y abrió el sobre. “¡Qué manera de llamar la atención! ¡Qué mal gusto!", exclamó. El sobre contenía una tarjeta como las que se envían para felicitar las navidades, pero en vez de a Santa Claus, Margaret se encontró con una fotografía en la que estaba la mecanógrafa del coro y Aldo haciéndose arrumacos, rodeados por un grupo de gente que aplaudía. En el interior con letra de tamaño y grafía ostentosas se les invitaba a participar en la celebración el domingo doce de marzo. Primero, a la ceremonia en la parroquia; y luego, al banquete en el jardín de la casa de la mecanógrafa en la urbanización El Robledal. “Al parecer la casa ya es suya, y es evidente, que mintió cuando te dijo que no necesitaba mucha parafernalia para casarse. Son realmente ridículos. Creía que la edad es impedimento suficiente para no perder el norte. Pero ya veo que no”, le indicó Margaret e hizo una mueca de verdadero desagrado. “Ya ves. Se puede perder”, le contestó Neville. “¿Y para qué nos han invitado?”, preguntó Margaret. “Para hacer bulto", le respondió Neville. Al punto se miraron y comenzaron a reírse en un principio flojito hasta desternillarse. “Más, mi amor”, le dijo ella. “Más, preciosa mía ”, le contestó él. “Ayer supuse que el sobre lo había depositado el cartero mientras atropellaban a la puta, pero hoy me he dado cuenta de que no está  franqueado. Lo que indica que alguien que no es del servicio postal lo dejó mientras atropellaban a la chica, ya que el buzón estaba vacío cuando me fui a caminar”, le explicó Neville. “Interesante”, le dijo Margaret, mientras pinchaba con el tenedor una de las setas del risotto que había cocinado para cenar. “Y, mira. Observa atentamente la fotografía de la tarjeta”, le ordenó Neville mientras le ofrecía la lupa que tenía siempre a mano en su escritorio. Margaret le miró completamente entregada a él, y le arrebató la lupa, como si de golpe se hubiese convertido en el objeto más valioso (de entre todos los objetos) para el desenlace de la velada. Neville la observó con deleite. Pensó en lo hermosa que sería siempre. En lo mucho que adoraba el rictus de su rostro cuando se concentraba. En cómo la deseaba cuando se mordía el labio inferior con sus pequeños dientes y se enredaba los dedos en el cabello hasta despeinarse del todo. Al cabo de unos segundos, Margaret levantó la vista, apartó la lupa de la fotografía, le miró de nuevo y le dio varios golpecitos con el dedo en el hombro. “Qué grande eres, piloto. La puta está en la fotografía", le dijo Margaret con orgullo. “Y si te fijas bien, la gente que les rodea son todos integrantes del coro, salvo esa chica. Fíjate, seguro los conoces de vista. Llevan cien o doscientos años cantando en él. Incluso está Adelaida Whitaker. Pero ella, ¿qué diantres hace la puta en la foto? ¿A Santo de qué?”, le indicó  Neville; y Margaret, cogió de nuevo la lupa y volvió a mirar detenidamente la fotografía. “Creo que uno de esos dos: Aldo o la mecanógrafa son el asesino. O los dos”, le dijo Margaret a Neville sorprendiéndolo a más no poder.  Él  se la quedó mirando de hito a hito y con cara de intrigado, le preguntó: “¿Por qué  eres tan perfecta?” Margaret rio, e imperceptiblemente se ruborizó. “No soy perfecta. Sólo ha sido una corazonada”, le aclaró a Neville. “Eres perfecta para mí. Siempre lo has sido. Siempre lo serás“, le confesó su marido. “Volvamos al caso, compinche", le sugirió Neville sonriendo feliz y enamorado. Besando la mano de su esposa y vertiendo más vino en las copas. “Creo que contrataron a alguien para que hiciese el trabajo sucio. Es decir, atropellar a la chica mientras ellos repartían en persona las invitaciones”, opinó Margaret riendo porque acababa de descubrir que aquello de conjeturar basándose en pruebas como los detectives le gustaba. “Para de ese modo tener una coartada. Bien, Margaret. Muy bien. Yo también lo he pensado”, le indicó Neville. “Sí, y lo que es más horrible: a poder ser, verlo con sus propios ojos“, concluyó  Margaret a partes iguales horrorizada y escandalizada. “No me gustó el modo de mirar de la mecanógrafa. Me asustó. ¿Recuerdas que te lo dije? La intuí capaz de cualquier crueldad”, recordó  Neville. “Lo recuerdo”, le contestó Margaret; y a continuación, presa de la emoción, sintiendo como la euforia de la intriga y del descubrimiento recorría su cuerpo como la sangre, le preguntó: “¿Iremos a la boda para recoger más pistas?” “No. Ni soñarlo. No quiero ponernos en peligro. No deseo estar en el punto de mira de esos dos locos. Presumí en su día que ninguno de los dos estaba en sus cabales. Y esto ya es el colmo. Es harina de otro costal. Iré a la policía. Les contaré todo lo que sé. Lo que hemos descubierto, y que ellos se encarguen", sentenció Neville. “¡Aguafiestas!”, le dijo Margaret disgustada. “Noooo. No soy ningún aguafiestas. Es sensatez. Además la boda será un espanto", le comunicó Neville a  Margaret. “Por eso hay que ir", le replicó ella. “Al único lugar que hay que ir es a la comisaría de policía. Ley y orden, Margaret. Ley y orden", le indicó él. “Sí, jefe", le respondió Margaret riendo, y un Neville entre satisfecho y preocupado le sonrío bobaliconamente. “Por celos o por dinero. ¿A qué sí, Neville? ¿A qué seguramente lo han hecho por eso?”, sugirió ella. “Efectivamente. O por los dos", le contestó él. “Se nos da bien lo de resolver misterios”, musitó ella complacida. Neville rio. Acabaron de cenar repasando los detalles del caso sin un bostezo, y sin un segundo, en que no se encontrasen francamente bien y entretenidos. La primera historia de las que Neville guardaba en la manga cumplió con creces sus expectativas. Le restaba una segunda. ¿Pero sería la última?, se preguntó Neville; pues pensó que últimamente las historias parecían brotar a cada paso que daba. Deseó que no acabasen. A su modo había encontrado un filón. Le encantaba tener toda la atención de Margaret sobre él, en cada una de las cenas, y que las conversaciones habituales (la mayoría bastante insustanciales) hubiesen derivado en aquella especie de teatros de la vida sólo para dos, en los que la atmósfera de intimidad y, también, complicidad que surgía era una auténtica delicia. La intención que Neville llevaba consigo, cuando se acostó junto a Margaret y la atrajo hacia sí, era contársela a la noche siguiente. Mientras besaba el lóbulo de la oreja de su esposa y parte del cuello, de la nuca y del hombro, reparó sorprendido en que mentalmente estaba estructurando la historia para contársela lo mejor posible. Se sintió orgulloso de sí mismo, y sin apenas darse cuenta (ninguno de los dos) ambos cerraron los ojos y se quedaron profundamente dormidos. 



LOS INQUIETOS 

© MARÍA AIXA SANZ, 2023

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