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lunes, 13 de diciembre de 2021

13 de Diciembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Son las cinco y cincuenta de la mañana, La Madriguera duerme caldeada en el confort de los sueños. Acabo de levantarme. De hecho, estoy con un copioso desayuno frente a mí en la esquina de la cocina donde me gusta desayunar. Si hubiese amanecido, el sol iluminaría este rincón de un modo mágico. Pero todavía es de noche. Lo cierto es que tengo un hambre voraz en estos momentos. Necesito comer, tanto como respirar. Hoy, en La Madriguera, comenzamos las vacaciones de Navidad y lo haremos sembrando en el jardín los setenta y dos bulbos de otoño que adquirimos exprofeso. Crocus, narcisos, jacintos, amarilis, tulipanes, peonías, calas y ranúnculos (al finalizar la tarde) estarán situados en disposición de crecer para regalarnos a partir de febrero una parte incontable de su belleza. Echaba muchísimo de menos vivir la Navidad como la estoy viviendo en este diciembre. Estoy llevando a cabo los planes que tenía en mente, aunque sinceramente, lo que más me divierte es lograr que lleguen a buen puerto los improvisados, los que surgen sobre la marcha. Como, por ejemplo, las tres mesas que he levantado demás y que no planeé para los tres primeros domingos de Adviento. La Madriguera vuelve a ser lugar de reunión. Alberto no deja de invitar a gente, enciende la barbacoa, asa carne, prepara salsas, y ríe, feliz; y, yo, por mi parte, cocino un solomillo Wellington o un Wellington de salmón, y un tatin de manzana, escojo un mantel, echo un vistazo a los adornos de mesa que tengo, saco la vajilla y las copas adecuadas, y levanto una mesa en un tiempo récord, sorprendida y satisfecha. Bendigo agradecida la mesa dispuesta: “El Señor te protegerá; de todo mal protegerá tu vida. El Señor te cuidará en el hogar y en el camino, desde ahora y para siempre. Salmo 121: 7-8." Es una fortuna poder tener para dar y recibir. Es un privilegio poder contar con la dicha del alimento en forma de viandas para el estómago, en amistad y tertulia para el espíritu, en amor para el corazón. Es gozo en el alma ser consciente de que en todo está Dios. Somos fruto de Dios. Todo es fruto de su bondad, de sus bendiciones. En esta hora que va de la noche al día mis pensamientos siempre son cálidos, y mi yo, es un yo, esperanzado y sereno. Lleno de fe. Reparo en que ése es mi yo real, cuando estoy a punto de terminarme el desayuno, y mi vista descansa sobre el lugar perfecto donde en unos días colocaré el misterio de Navidad. El día veinticuatro Nuna y yo debemos recogerlo en la alfarería de los hermanos Solane, puesto que las dos juntas lo encargamos como regalo para La Madriguera, cuando (por casualidad) descubrimos el lugar en uno de nuestros paseos. Nuna levantó la cabeza, la irguió en un ángulo lleno de elegancia, olisqueó el aire y condujo nuestros pasos hasta la puerta de los hermanos Solane. En la alfarería los tres hermanos (al unísono) nos dieron la bienvenida con los modales propios de la gente honrada que no concibe la existencia si no es madrugando para trabajar con diligencia y ganas. Fue la pequeña de los tres, Martha, quien nos mostró la media docena de misterios que lucen sobre una estantería a modo de expositor, y que por encargo, crean desde septiembre a la víspera de Navidad. Nuna y yo los revisamos atentamente y sin saber exactamente la razón al llegar al cuarto Nuna ladró con el entusiasmo que muestra cuando con terquedad demanda algo. De manera que todo quedó dicho. Le encargamos a Martha nuestro misterio, y en la mañana de Nochebuena, debemos recogerlo. Sonrío en este instante, pues desde aquí la oigo roncar. No se levanta hasta que no lo hace Alberto. No tardarán mucho, mientras tanto, mientras La Madriguera es un remanso de paz, mío, y sólo mío, recojo los restos del desayuno, friego la taza del café, la copa del zumo, el cuenco de los cereales y el vaso de agua. Me desperezo. Me abrigo. Salgo al porche a ver amanecer y a agradecerle a Dios un día más de vida para cada uno de nosotros, a agradecerle esta Navidad perfecta. Decido de pie en el jardín (frente al sol redondo que asoma tercamente y es bendición) que diciembre, sin ninguna duda, es el mes más bonito del año, probablemente mi preferido. Mi espíritu navideño está contento. Yo estoy contenta.  Mi entorno está contento. Observo el camino tras los márgenes de La Madriguera, miro mis pies y me digo: “El Señor te protegerá; de todo mal protegerá tu vida. El Señor te cuidará en el hogar y en el camino, desde ahora y para siempre. Salmo 121: 7-8. “


¡Feliz Navidad!

María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 13 de diciembre de 2021 ) 

lunes, 6 de diciembre de 2021

6 de Diciembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Diciembre se ha presentado con días y noches completamente invernales. Al llegar la mañana e ir a explorar la vida a través del camino, me abrigo como una inuit, me coloco las raquetas y miro al frente. Y a pesar de que hay días en que el esfuerzo se quintuplica porque el gélido aire se agarra a los pulmones como un demonio, amo el invierno. La belleza del silencio que acompaña mis caminatas a pocos grados me reconforta enormemente. El silencio en mi existencia es espacio profundo de reflexión. Y, por supuesto, está lleno de amor. No puede ser de otro modo. Puesto que el amor lo inunda todo. Mires donde mires, existe el amor porque existe la gracia de Dios. El amor vive al compás de cada latido de corazón y crece en nosotros con los años. El amor en ninguna vida es finito. No es un carnet con puntos. No es una cuota. Nadie, nada, te prohíbe amar ni seguir amando. Sé de mí que amo a quien amé de la misma manera como amaré siempre a los que hoy amo. En la existencia no varía el amor puro recibido de los otros, al contrario, queda intacto en nuestro interior como el mejor de los regalos para nutrirte mientras estés sobre la faz de la Tierra. Lo que se modifica es el deseo por el otro, la convivencia con el otro, la necesidad del otro. Pero, el amor no. “Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. Colosenses 3: 14”. Hoy (mientras camino) pienso en el amor, en las maneras de estar en el mundo, en la pereza y en la Navidad. Y no sólo ampara mis pensamientos el versículo que acabo de citar. De igual modo lo hace Karen Blixen con su recomendación sobre cómo encarar la vida: “Yo os diría, ante todo, que debéis ser valientes. Sin valentía no hay forma de vivir. Y si queréis saber algo más, añadiría, que es imprescindible poseer el don de amar.” Caminar, pensar, profundizar, reflexionar en silencio y en plena naturaleza para ser mejor es lo que apuntala mi vida. Es lo que la vertebra. Lo que hermana mis días con las semanas y los meses. Es la forma en la que visto las estaciones y su paso, y también, a mí misma. Por ello, seguramente, me da absoluta pereza el pensamiento lineal, las mentes simples, que huyen de desentrañar la complejidad del mundo que habitan, que quedándose en la superficie juzgan con ligereza y etiquetan como sentencias y sanseacabó. Para mí existir de ese modo es como vivir sin raíces. Los pensamientos fruto de la reflexión son las raíces del bípedo. Te anclan al suelo y te permiten crecer, e impiden que en cualquier amanecer se te lleve el viento como veleta de hojalata combada. Lo que no me da pereza en diciembre, lo que más me apasiona del invierno,  son los fines de semana, los festivos, y por supuesto, las vacaciones de Navidad, cuando el asueto es más poderoso que el reloj, y al dejarte llevar por él, y recordar de nuevo las manecillas, reparas en que ya anochece, que el día se va y tú lo has disfrutado confortablemente al abrigo de paseos, lecturas, galletas dulces y una buena mesa navideña. Me congratula enormemente que la Navidad como el amor esté por todas partes.  Me satisface cómo los cristianos nos volcamos en ella, y a lo largo de semanas, la mostramos a los ojos de Dios como la ofrenda llena de gratitud y la bendición que es. En ningún año como en este he felicitado tanto la Navidad y me la han felicitado. Un sonoro, orgulloso y en mayúsculas: FELIZ NAVIDAD, emerge del corazón a modo de saludo en los cristianos, en la gente de bien, desde que se nos ha dado a conocer sin disimulo que a la falsaría izquierda le molesta la cristiandad, la familia, la verdad, lo real, en definitiva, todo lo que sustenta la existencia del individuo libre que sabe diferenciar por sí mismo (y sin indicaciones, más allá, de la Biblia) el bien del mal. En la mañana de este primer lunes de diciembre, cuando el segundo domingo de Adviento ha sido reverenciado, sentada en el escaño natural de mi camino, agradecida y bendecida, mientras la algarabía de los pájaros entretiene mi vista y rebosa mi corazón de felicidad, en el diálogo honesto en el que cada día en mi caminar ahondo con mi Dios, con claridad sé las palabras con las que finalizar la entrada que a la tarde escribiré. Pero antes, aquí y ahora, contemplando la profundidad del cielo las recito, se las digo, hago mío el salmo 119:105: “Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero”.  


¡Feliz Navidad!

María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de Diciembre de 2021 ) 

lunes, 29 de noviembre de 2021

29 de Noviembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


El primer domingo de Adviento quedó atrás y a pocas horas de que diciembre se presente y vista de gala los hogares cristianos, en La Madriguera las mesas están ideadas y los regalos listados en la carta a Santa Claus. Noviembre (como escribí en el diario natural en la entrada del día veintidós) ha sido un mes potente que me ha dejado dádivas en los márgenes del camino en forma de recompensas, emociones y libertad. Y, noviembre, también ha sido el mes de idear las mesas a levantar en las próximas semanas. Me gusta utilizar el verbo levantar para referirme a montar una mesa, ya que en mi mente es una construcción que se alza, se levanta sobre un mantel hacia la boca y el bienestar del comensal. Tres mesas he pergeñado para esta Navidad. Una que montaré el cuarto domingo de Adviento y que será la que nos llevará en volandas hasta la Nochebuena, donde brillará la segunda, para dar paso a la tercera, el día de Navidad. No es poco trabajo. Una buena mesa no sólo requiere de un maravilloso mantel escogido con mimo, también demanda de menaje y adornos elegidos en concordancia al mantel, y al color que se desea resaltar, que servirá de hilo conductor para lograr el conjunto deseado. Ahora, con todo guardado en el gran mueble de La Madriguera, respiro aliviada. Hacerme con las tres composiciones me ha llevado buena parte del mes, y hoy (último lunes de noviembre) me he visto a mí misma (por primera vez en muchos días) libre para regresar a mis rutinas. En este momento sentada frente al diario del discurrir, me doy cuenta de que por no caer en la repetición (lo que me da bastante repelús) idearlas y levantarlas me ha supuesto tirar del ingenio como nunca antes. Mi costumbre de huir de lo mediocre me exige mesas de Navidad diferentes para años distintos. Algo, bastante lógico, en mi modo de entender la existencia. Recuerdo con ternura el momento en el que mientras me encontraba inmersa en el proceso de conformar la mesa idónea que no ideal, vino a mi mente una escena de una de mis historias vivero. ¿Qué es una historia vivero? Son historias que escribo y en vez de ser publicadas nutren ya sea con personajes, escenas, ambientaciones, colorido, diálogo, ideas y reflexiones las que sí que se publican en forma de novela. Son el semillero desde donde en más de una ocasión brotan las otras. No es un truco o una martingala de esta escritora, son donde transcurren mis horas cuando nadie me ve. Me refiero al lugar donde estoy, en el que escribo, en el que soy absolutamente feliz y me siento ligera como la brisa, cuando terceros pueden llegar a pensar que estoy de brazos cruzados o que he dejado de escribir. La realidad es que escribo de continuo ya sea en novelas, en ensayos reflexivos vivos y naturales, en diarios o en historias vivero; puesto que es lo que hace el auténtico contador de historias, aunque no publique de seguido. Y, ahora, regreso al punto en que en mitad del trajín se presentó ante mí una escena a la que guardo un enorme cariño, pues pertenece a una historia vivero cuya escritura fue una aventura realmente hermosa. Al recordarla me sentí agradecida y bendecida por haberla podido imaginar, desarrollar y contar, y pensé que navideña como es, podría muy bien, rescatarla de las páginas vivero, y llegada la hora, transcribirla en este diario como un maravilloso modo de celebrar la Navidad. Así que busqué la escena y, si bien, mejoró el recuerdo que tenía de ella, comprobé que era imposible de trasladar por su extensión. Necesitaría algo más de diez entradas, es decir, un cuarto de diario. Desconcertada me preparé una infusión, pensando en qué hacer. Decidí al rato bosquejarla con grandes trazos, resumirla a más no poder en este diario, y aun consciente de restar con ello el hechizo de la historia bien narrada, pensé que algo de su magia y de la luz de Navidad que la impregna acabaría traspasando el papel. La escena transcurre en el pueblo imaginario de Bob, en la Nochebuena. Unos minutos antes de las doce los habitantes de la población se reúnen en el claro del bosque, pues ha corrido la voz de que una sorpresa les aguarda de la mano de una familia de errantes. Cuando llegan al claro constatan cuán de cierto hay en el aviso, ya que en su centro se halla un enorme armario de roble iluminado por un gran foco. Parlotean y anhelan no saben el qué, pero son conscientes de que alegres están. Expectantes se descubren cuando las puertas del gran armario se abren y muestran sus estantes vacíos. Realmente sorprendidos se encuentran al ser una escalera apoyada en él y una niña vestida de blanco ascender por ella. El asombro les invade cuando el gran foco se apaga y el latido de su corazón acelerado por la súbita oscuridad les rebota en los oídos. La piel erizada por la esperanza notan cuando llamitas como lucecitas ven. Confiados se mantienen al entender sin comprender que es la niña encendiendo progresivamente decenas de cabos de vela dispuestos en el interior del armario. Y, de pronto, como si una mano invisible hubiese pulsado un interruptor, el armario es luz en la oscuridad. Dichosos se buscan con los ojos. El júbilo les recorre el cuerpo y les calienta el corazón. Ríen y bailan contentos. Es medianoche. Es Nochebuena. El Niño Rey acaba de nacer.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 29 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 22 de noviembre de 2021

22 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me aflojo los cordones de las botas y con la espalda apoyada en una roca (a la que el sol de noviembre calienta cada mañana) saco el teléfono del bolsillo del anorak rojo, y busco una página en blanco sobre la que escribir. En ella escribo lo que en la tarde del cuarto lunes de noviembre transcribiré en el diario natural, puesto que hoy es jueves, y el lunes quince, existe mentalmente esbozado. He amanecido con la energía a tope, ganas de camino, naturaleza, literatura y vida viva. No ha sido una sorpresa sentir la necesidad urgente de detenerme a escribir en mitad del camino y en plena naturaleza, sino más bien todo lo contrario, lo presentía. Escribir es la experiencia más hermosa del mundo cuando las palabras brotan solas sin saber de dónde llegan, cuando te sabes el medio para que la historia sea narrada. Ahí, cuando nada se fuerza, es cuando el oficio de contador de historias te muestra que él te eligió a ti, y no al revés. Hoy, es el día antes de mi cumpleaños, es el día en que me celebro a mí misma, es la última jornada del año que en esta fecha acaba. Estoy radiante, me sé feliz en la vida de fe y esplendor que he logrado. Noviembre está siendo un mes potente que me va dejando dádivas en los márgenes del camino en forma de recompensas, emociones y libertad. Estoy agradecida (a más no poder) por la bendición que ha sido ser lo suficientemente avispada para convertir un hecho descorazonador, como es un accidente, en una verdadera experiencia de crecimiento personal y fortaleza. Soy consciente de que sin fe, sin las oraciones, sin la Biblia, sin mi Dios no habría podido. Haber aprovechado cada una de las bondades que Dios me ha ido ofreciendo me llena de dicha; como de orgullo, haberme apoyado en él para transformar en positivo lo que a todas luces no lo era. A resultas, mi existencia en la actualidad es mejor que la de antes, y yo me percibo como distinta, y desde la serenidad también una persona mucho mejor, más auténtica y más madura. Cantan los pájaros su canción de media mañana, la luz me ciega, me asombra lo mucho que echaba de menos el invierno, lo intuía, pero desconocía hasta qué punto. Leí en uno de los diarios de May Sarton que los pájaros nunca sienten lástima de sí mismos. Esa es una lección que deberíamos aprender los humanos. Hay tantas lecciones esperándonos a la vuelta de la esquina cuando nacemos, que pensarlo produce vértigo. Contemplas a un bebé y atisbas la magnitud de un lienzo en blanco. Estoy escribiendo como si bailase con las palabras. Ellas me llevan. Los pensamientos vagabundos encuentran su acomodo en un discurso sin hechuras de texto. Se sienten libres a través de mí. Voy transformándolos en emoción mediante una hilera de símbolos negros sobre un fondo luminoso y blanco. No sé si llega a todos, probablemente sí, la hora en que todo cambia definitivamente cuando se te da a conocer que lo verdaderamente importante eres tú. Entonces (cuando llega) comprendes cómo facilita la existencia el continuo diálogo con el Dios de nuestra conciencia, con esa voz interna que te acompaña y te explica qué está bien y qué no lo está. Transcurren unos treinta minutos. O puede que menos, o más. El sol se desliza sobre la roca. La sombra me enfría. El frío se mete en los huesos, avisa. Es la hora de anudar de nuevo los cordones de las botas, guardar la página escrita y seguir con el día. Sonrío al recordar (de pronto) que hoy debo desenvolver mi regalo del último día del año. No está mal esto de celebrar un precumpleaños. De hecho, es fantástico. Dando por alcanzado mi notable (a las diez y media de la mañana) me levanto al encuentro del alto del notable, y mientras pongo un pie tras otro, y avanzo en paz conmigo misma en dirección a La Madriguera, recito mi mantra: “Orgullo, esfuerzo, mérito, olvido".


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 22 de Noviembre de 2021 ) 


* En la fotografía: precioso mantel, servilletas y camino de mesa confeccionados en lino, con estampación colorida de pájaros y naturaleza. Símbolo de la vida viva. Autoregalo del día 11.

lunes, 15 de noviembre de 2021

15 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Reparo en que en este otoño abandonar a mediodía los espacios abiertos y cambiarlos por el interior de La Madriguera me viene muy cuesta arriba. No sé si es porque en ellos todo es consuelo, alivio y aliento o porque desde ellos es más fácil alcanzar mi ansiado notable alto. Tal como voy escribiendo estas líneas en el diario natural mi cuerpo se tensa emocionado por las ganas (que desde hace días invaden mi caminar) de escribir sobre el notable alto. Pero antes de aclarar y desarrollar qué es, tomo conciencia de que me va a ser imposible reflexionar en negro sobre blanco acerca de ello sin detenerme en la tristeza, aunque sea brevemente. Valoro si hacerlo o no, y decido en un santiamén seguir adelante con el propósito inicial de la entrada de este tercer lunes de noviembre. Centrado el tema y dispuesta la página, explicar qué es el notable alto resulta bastante sencillo, pues no es más, que la nota con la que deseo valorar el día cuando va llegando a su fin. Reconozco, que en mi caso, la actitud con la que encaro y afronto las jornadas tiene mucho que ver con la satisfacción que obtengo de ellas. Una actitud que se torna determinante en esas puntuales y aisladas horas en que de sopetón la tristeza se posa sobre mí como una sombra de pena sin razón alguna para existir. Si bien es cierto que no es malo habitarla (durante unos minutos y muy de tarde en tarde) como un estadio pasajero, confieso que no le consiento que se adueñe de mi ánimo ni siquiera tres cuartos de hora. Con la tristeza hay que poner pies en pared. Ser más responsables que nunca y alejarla rápidamente y sin contemplaciones. Y, si acaso, percibo (en un momento concreto) que la tristeza se está pasando de rosca y demanda algo más de tiempo, la miro de frente y delante de su lúgubre tez chasco los dedos para despertar de su narcótica mirada,  y espantarla. 《 Jamás vas a tener derecho a exigirme nada》, le grito enfadada. La espanto. Y una vez espantada, redirijo mis sentidos a lo importante, es decir, a conseguir el notable alto, que en mi existencia se asemeja a una doctrina a seguir con una promesa en sus entrañas. Pues me debo a mí misma acostarme en la noche con una sonrisa dibujada en el rostro de manera espontánea, la conciencia en paz, el espíritu brioso y el alma satisfecha. He aprendido con los años que el notable alto no es algo difícil de conseguir si miro la existencia con el corazón, y si con él, observo, aprecio y contemplo el mundo que me rodea. Es una realidad que desde que despunta el día me encuentro rebuscando a lo largo de la jornada la belleza de los detalles y la felicidad del presente (del aquí y el ahora). En definitiva, busco (como el pirata los tesoros) las bondades que Dios me ofrece en bandeja de plata. Y las encuentro. Presto atención y las encuentro. Me rodean. Dios me abraza con ellas, y yo, me sé agradecida y bendecida con cada una, por tanto, y por todo. Hoy mismo, el amanecer desde La Madriguera ha sido para mí de nuevo la constatación de cuán fortuna es estar viva en la grandiosidad del mundo natural. El juego de colores que iba del rosa al morado, pasando por el amarillo y naranja me ha hecho correr en busca de Alberto para que fuese testigo a mi lado del esplendor de la vida. Mirando el cielo, mi mano ha buscado la suya y se ha refugiado en su interior. Sé que nada malo me puede pasar estando con él. Comenzando de tan gloriosa manera la jornada es fácil de adivinar que he alcanzado el notable cuando el mediodía ha dejado atrás la mañana. Al pensarlo, he sonreído, pues a esa hora sólo me restaba el alto, y para ello me quedaba aún toda la tarde. Afirmo (aquí) cuando faltan unos minutos para las seis que lo conseguiré. Ya que el hecho de escribir me redondea la existencia. Como también estoy en posición de asegurar que lo alcanzo todos los días. Unos, con unas bondades; y otros, con otras. El notable alto es una forma de vivir. Es mi manera de vivir. A mis cuarenta y ocho años ya sé que mi forma de vivir es mi mayor tesoro. Y, entonces, cuando uno sabe, todo es mucho más fácil: “porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Mateo 6:21”.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 15 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 8 de noviembre de 2021

8 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Nunca me he visto a mí misma como madre de familia. En cambio, sí, cabalgando sola con un jinete solitario de noble corazón (loco por mí y yo loca por él) a mi lado en su propio caballo al compás del mío, ni un paso por delante ni uno por detrás. Es lo que soy. Es lo que tengo. Siempre me ha dado un miedo atroz que la existencia de mis días esté vacía de contenido. He huido y sigo haciéndolo de todo lo que pueda significar malgastar el tiempo y la vida. Para mí desperdiciarlos es como perder la fe, es hacerle un grandísimo feo a Dios. Él nos dio como un inmenso regalo una vida  para cada uno de nosotros, y al mismo tiempo nos hizo libres para vivirla, y por ende, responsables al cien por cien de lo que en ella suceda. Por eso (por responsabilidad) me he negado siempre a que en mi vida la felicidad no nazca de mí. Yo debo ser la luz que alumbra mis días y mis noches, la luz de cuanto me rodea. No he deseado, ni deseo, que la materialización de los sueños, la alegría y la dicha lleguen a mí (en exclusiva o mayoritariamente) a través del impulso o la voluntad de terceros, porque de ese modo es como comienzan las injusticias con uno mismo y con los otros. Siempre he rechazado la actitud dependiente y pasiva. Jamás he olvidado de donde vengo y no me ha asustado saber a donde voy. Eso ha sido y es mi brújula. He procurado, hasta conseguirlo, tener una vida sencilla y plena, franca y sin artificios, natural, honesta y feliz, llena de fe y esplendor. He vivido y vivo en sintonía de un propósito claro y definido: llegar al invierno de mi vida satisfecha, agradecida por la bendición que ha sido vivir la que resulta ser la verdadera y gran aventura que es una vida. No deseo llegar (me aterra de hecho) con la sensación de haberme y haberla desaprovechado. En la actualidad me sé en una existencia plagada de riquezas. Me congratulo por mi capacidad para apreciar, disfrutar, valorar y agradecer los pequeños detalles y placeres que ensanchan el alma y las bondades que Dios coloca cada día en mi caminar. Creo que es lo que me mantiene despierta, atenta, interesada. Estoy segurísima de que el amor al detalle y la capacidad de disfrute, de aprecio, de asombro, de esfuerzo, de disciplina, de curiosidad, de responsabilidad, de agradecimiento, de saberse bendecido es lo que diferencia una vida plena de la que no, una vida que está en constante crecimiento y aprendizaje de la que no. Para ello, sólo hace falta sumergirse de verdad en la vida. La vida hay que vivirla, aunque muchas veces duela, como dice Alberto, en ocasiones es el único modo de aprender cuánto vale la pena. Hay que vivirla, lo repetiré mientras esté sobre la faz de la Tierra. No hay que tener miedo a nada, salvo a dejarse el sentir en el tintero. Y, ahora, me viene como anillo al dedo trascribir en esta página las estrofas de una canción de Julio Iglesias, que en momentos puntuales como llevadas por el viento llegan a mi mente mientras camino: 《Y aunque te haga calor, vete igual por el sol. Que la sombra está bien para los blandos de piel que les pica el sudor. Si le da por llover, no te de por correr, que mojarse es crecer, y corriendo entre charcos te puedes caer.》 Exacto. Hay que sumergirse, herirse, alzarse, mojarse, reírse para con coraje y valentía sacarle a vivir todo su jugo. Hay que dejar que la vida nos acelere el corazón y nos colme de dicha el existir. Esto es algo que a noviembre se le da bien hacer. Porque noviembre es un mes de exterior, aunque pueda parecer en un principio que no. Para entender que sí lo es, sólo hace falta sentir el calor del sol en la piel en uno de sus días, o cómo se asimilan en compañía del vuelo rasante de los pájaros los párrafos de esa historia que sólo puede ser leída al aire libre mientras se respira otoño, o cuánta alegría contiene la luz del cielo en esa hora dorada en la que la avioneta de Denys Finch-Hatton sobrevuela las colinas de Ngong, o lo reconfortante que se presenta la vida cuando cae la tarde y en el porche te resguardas bajo la manta a cuadros verdes, blancos y azules del hombre al que amas y te ama. Porque siempre es afuera en el exterior (en la naturaleza) donde la vida es en mayúsculas, donde se expande hasta la plenitud, donde la dicha llega por lo que nos rodea. Quizás por eso (en este segundo lunes del mes) estoy escribiendo en el diario natural estas palabras en vez de otras. Lo hago, para recordarme a mí misma que noviembre sabe cómo hacerme sonreír, conoce cómo dibujarme la más amplia de las sonrisas. Ya que si buscas en su interior, encuentras. Noviembre es como un gran baúl en el que los sueños de los niños se tornan fantasía para volverse a continuación realidad. En sus hechuras de superviviente sabe como convertirse en un mes próspero. Para ello, sólo necesita de ti, de tu complicidad, del avenir de quien está dispuesto a vivirlo. Si le miras a los ojos, el undécimo del año, te borra en un tris cualquier idea pésima o sombría que puedas tener sobre él, y si además, de mirarle a los ojos, lo vives, sin nada preestablecido y sin complejos, adentrándote en él como quien se introduce en un laberinto y no busca la salida inmediatamente, sino que prefiere recorrerlo y disfrutarlo, te revela como si se tratase de un secreto que la manera en que un espíritu superviviente se transforma en próspero con las horas, los días y las semanas es sacándole provecho a todas las bondades que Dios le brinda.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 8 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 1 de noviembre de 2021

1 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Cuando el sueño avanza hacia mí en el duermevela con la insolencia del que no atiende a razones, a veces, en ese estado volátil en el que la mente se deja mecer, surgen aferrados a quien tenemos al lado pensamientos de una obviedad grandiosa, que si horas después con el despertar tenemos la fortuna de recordar y recuperar, marcan la estela del día. Sé que anoche (en ese espacio) cuando yo estaba instalada maravillosamente bien en el hueco del cuerpo de Alberto (en nuestro refugio verde) a mi mente le dio por buscar los motivos por los cuales a muchos el mes de noviembre les disgusta, y como al parecer en esos minutos no halló explicación alguna, decidió dibujarme una sonrisa con la reflexión que hoy he recordado al despertar:  Ser para otro, es la manera más fascinante de trascender. Al contrario que con otras frases y en otras ocasiones no he tenido que anotarla urgentemente, pues sabía que era imposible de olvidar por sus hechuras de certeza. Minutos después en el camino, me he preguntado hasta qué punto y en qué grado los humanos deseamos trascender, y si ese anhelo es consciente o inconsciente, si es perentorio en la intimidad o en lo público. He valorado a la altura del escaño natural el escribir sobre ello en la entrada de hoy. Y, ahora, nueve horas después, sentada en mi rincón de trabajo en La Madriguera con el diario natural abierto ante mí, reparo en que noviembre para el mundo natural, para la naturaleza, para los humanos como parte (minúscula) de lo seres vivos que formamos el Universo, es el mes en el que los paisajes se apagan, la luz declina y la muerte sobresale como lo contrario a la floración, en el que la tristeza del mundo dormido invade la atmósfera y la sensación de “impermanencia" y finitud se torna un estado sólido y material que se puede tocar. Con ello, me doy cuenta, de que no hay nada más natural que la muerte como contrapartida a la vida, ni tan natural como la necesidad de trascender a la muerte. Trascender, aun sin saberlo, es algo que todos los seres llevamos como propósito en nuestro germen, en nuestra semilla, en nuestra primera bocanada de oxígeno, en el primer aleteo, en la primera mirada, en el pulso en la sien, en la piedra contra piedra. Respiro con alivio al darme cuenta de que es buen tema sobre el que reflexionar, de manera que me concedo el favor de escribir sobre ello  en este diario. Y, con cada palabra que añado a la siguiente, creo un texto con un sentido. Crear escribiendo, contando historias, es otra manera de trascender. No tan fascinante como amar y sabernos amados y respetados por otro ser, pero sí es una manera de hacerlo terca y singular. En este minuto de la tarde y en esta línea de lo escrito, entiendo en toda su amplitud que para los miles de millones de fuerzas y energías vivas que formamos el planeta crear (ya sea amor, historias, hijos, lava, edificios, flores, frutos, sendas, olas, miel, pasteles, montañas, playas, nidos u oxígeno) es el único modo que tenemos para trascender,  o lo que es lo mismo, para darle sentido a la vida. Creamos, y en el momento en que creamos, creemos, y sin apenas reparar en ello, apostamos por la fe, y es entonces cuando ocurre el milagro: pues todo es posible, soportable y mejor. Intuyo y no creo errar en que el undécimo del año se nutre de ella. Y, pienso, que la tristeza que muchos le atribuyen a noviembre, no es más que un rapto de lucidez y conciencia. Personalmente, contemplo a noviembre como el mes que se sabe superviviente de inicio, y con valentía, coraje y fe se convierte con los días en el ave fénix que toma impulso, vuela, surca el aire, dibuja piruetas, sonríe, y se aboca al diciembre, más sabio y próspero, y también (por supuesto) más libre, porque en sus treinta jornadas no ha dejado de crear,  ni de creer. 


"Conforme a vuestra fe os será hecho. Mateo 9:29"


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 1 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 25 de octubre de 2021

25 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Según el clima o según en que posturas la inspiración llega rodada. A veces tengo la sensación de que se abalanza sobre mí. Entonces debo dejar de lado lo que estoy haciendo para ocuparme de ella. Niña malcriada, muchacha caprichosa, mujer decidida, vieja de armas tomar. En el lunes de hoy se presenta cuando estoy repasando mentalmente, es decir, haciendo memoria sobre lo que guardan las cajas de Navidad que tengo en un altillo de uno de los armarios. Confieso llevarme una sorpresa cada vez que recuerdo algo de su contenido. Los objetos saltan a mi mente y yo murmuro sorprendida: 《¡Ah, oh, ey!》El otro día conversaba con Alberto sobre la importancia que los objetos tienen para mí, sólo ellos tienen el poder de convertir la realidad en más real, si cabe. Son ellos los que nos recuerdan que nuestra vida no ha sido una ensoñación,  ni es un sueño. Son los objetos los que nos permiten recordar al abrir los ojos con cada amanecer que existimos y que nos habitan más allá de nuestros pensamientos y cuerpos. En este instante, tal como escribo esta entrada en el diario del discurrir, al reflexionar sobre los objetos no puedo no relacionarlos con los símbolos. Quizás porque en las últimas horas he estado enredando con mi propio regalo de cumpleaños, aunque hablar de él en ese término es errar. Explico el porqué. Desde el año pasado no me regalo nada por el día de mi cumpleaños, los regalos del año a estrenar (si existen) llegan a mí desde otras manos, lo que yo hago desde el año pasado es regalarme el día anterior un objeto que simbolice o resuma el año que finaliza con ese día. El año pasado me regalé un objeto que al mirarlo agradecida me recuerda cada día la gran fortaleza que demostré tener a lo largo de los meses del veinte. Y, ayer, enredé, bueno, guardé en una caja el regalo envuelto que será Dios mediante dentro de dieciocho días (el once de noviembre) el símbolo de la vida viva y las ganas de vida que he experimentado a lo largo del veintiuno,  y la bendición que ello ha significado para mí. Si el del veinte simboliza, fortaleza; el del veintiuno, simbolizará, vida. Y, ahora, disimulando un poco por no revelarme a mí misma qué es, obligo a la inspiración a dirigir sus pasos por otros derroteros. Pero, incluso así, ella sigue erre que erre, puesto que también fue ayer cuando tras guardar el regalo “secreto", mientras montaba la mesa de otoño como cada domingo, para celebrar el día de nuestro Señor, vi pasar a Alberto con un paquete envuelto. 《Ajá 》, me dije. No pude adivinar de qué se trataba, eso sí, su gran volumen me desconcertó. Intuí que estaba enredando como yo con el regalo de mi cumpleaños, y, supe que había cruzado adrede por delante de mí. Fingí no haberlo visto, pero no podía disimular la risa, pensé que en ese momento me estaba comportando como la niña malcriada, la muchacha caprichosa, la mujer decidida, la vieja de armas tomar que es la inspiración. Y, también, pensé porque lo conozco y me conoce que durante la comida Alberto disfrutaría divertido observando cómo me mordía la lengua, cómo de duro me resultaría dejar de ser yo para fingir que no sabía lo que sabía. Veinte días, pensé mientras me decidía por unos servilleteros en vez de por otros. Veinte días para averiguar qué objeto ha escogido el hombre al que amo y me ama, quien me sabe como nadie y me define en mi verdad. Veinte días para saber si es refugio cálido o aventura en plena naturaleza, el símbolo escogido por mi gran amor. Hoy, un día después, escribiendo estas líneas la sonrisa todavía asoma a mi rostro como una novia asoma tras el visillo para contemplar la llegada del hombre que la ha elegido. Hoy, en esta tarde, antes de cerrar el diario, mi corazón baila contento porque tantos años después el enamoramiento y el amor van aún de la mano. Hoy, en esta hora del último lunes de octubre, con el alma sincerándose llena de gratitud puedo escribir que la eternidad en mi vida tiene el rostro, la voz y la forma de ser de Alberto. 


Y cierro entrada en el diario y mes.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Octubre de 2021 ) 

lunes, 18 de octubre de 2021

18 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Todavía no son las ocho de la mañana y me voy a caminar con la convicción de que la lluvia saldrá a darme la bienvenida. No me importa, al contrario. Me entusiasma el otoño y el invierno, y caminar con lluvia y viento. Ser parte de los elementos me llena de energía, y si las (mal llamadas) inclemencias pasan factura, vale la pena. Son como el amor. Vale la pena del todo y siempre. Así que con el ánimo contento pongo los pies en el porche y antes de que le agradezca a Dios el regalo que es la enormidad del día a estrenar, una docena (me da tiempo a contarlos) de pequeños pájaros cantores vuelan desde mis pies (resguardados del frío y de la noche en las zinnias) hacia el gran árbol del jardín. Sonrío con los ojos, la boca y los sentidos. Me llena de alborozo el corazón y me reconforta el alma que consideren La Madriguera su hogar. Es un honor que la escojan entre decenas de posibles cobijos. Es dicha que la elijan, que nos elijan, que me elijan. En este día, como en todos, cuando salgo al camino a reencontrarme con la naturaleza sé que regresaré con las manos llenas. Habitar la naturaleza como amar de verdad es no tener nunca la sensación de vivir con las manos vacías. Ando los primeros metros del camino pensando en eso, en las similitudes de la naturaleza con el amor. En ambos, si la sed jamás se acaba, si respirar lejos es un imposible, si la existencia sólo cobra pleno sentido en su presencia es porque son tu verdad. Y la verdad de cada uno es la manera en que Dios te muestra su amor. Lo hace a través de lo que te dibuja una sonrisa y te hace ser mejor persona día tras día. Caminados un par de kilómetros determino (más por edad y por lo vivido, que por una inspiración) que cuando reparas en que estás viviendo en tu realidad soñada es porque tus sueños han coincidido con lo que Dios había previsto para ti. Superados los cuatro mil metros y sintiéndome colmada por el fruto del esfuerzo, comienza a llover. 《¡Ya estás aquí! 》, grito, con los ojos clavados en el cielo. Y ella (la lluvia) baña mi rostro, me acoge como si fuese una vieja amiga, bailo y río, levanto los brazos feliz y mi alma eufórica canta la canción de agradecimiento y bendición que aprendí en los meses del pasado invierno en este mismo camino y con un caminar muy semejante al actual en la forma, pero muy distinto al de hoy en el fondo. Sigo unos metros más, empapándome, hasta completar mi tiempo en el camino. El camino, la lluvia, la mañana, la hora me saben a gloria y los sentimientos que se agolpan en mis sentidos surcan el cielo como una bandada de pájaros que sabe adonde va. Media hora después entro en los márgenes de La Madriguera, le sonrío al jardín, voy desvistiéndome mientras cruzo el umbral del hogar, y desnuda me sé vestida de lo que en verdad importa, que es la mejor manera de sabernos en paz. Al entrar en la ducha y con el correr del agua, al regresar el calor a mi cuerpo y en la insonoridad de la burbuja que siempre es el baño; mi yo se aplaca, y tranquilo, es muy consciente de que de no haber tenido el accidente nunca hubiese sabido hasta qué extremo amo la vida y estar viva. Con ese pensamiento que asciende hacia el techo como una pompa de jabón (increíblemente brillante, perfecta y hermosa) termina de algún modo la mejor parte de la mañana. En unas horas, cuando después de las cuatro, tome asiento y abra uno de mis diarios (probablemente el natural) para escribir la entrada de cada lunes y narre lo vivido en la jornada, sé que instintivamente, buscaré con la mirada y la piel a Alberto que junto a mí transita por su tarde. Personalmente, de todos los lugares del mundo, prefiero estar con él cuando el trajín de la mañana se vierte en literatura en la calma de la tarde. Será porque como escribí en el diario del discurrir en el mes de julio: él es mi lugar en el mundo. Pero, lo cierto, es que a ambos nos satisface estar de ese modo, cada uno a sus cosas, en silencio, en compañía del otro. En ese silencio que de manera tan poderosa describe May Sarton en su Diario de una soledad: 《En el silencio es donde los amantes realmente llegan a saber cuanto saben, y saben que ahí todo es profundo, nutritivo, nutritivo hasta las palmas de las manos y las plantas de los pies.》



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 18 de Octubre de 2021 )

lunes, 11 de octubre de 2021

11 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Con decisión llegó el otoño. El alboroto de los pájaros más que su trinar me lo anunció un día antes. Su juego, su desternille, su perseguirse de pronto fue otro. Esa misma tarde en que con el amanecer se dejó barruntar el otoño, cayó una lluvia fina. La última del verano. La observé desde el porche y cuando cesó (con los ojos fijos en las colinas de Ngong) vi dibujarse para desdibujarse minutos después un arcoíris que ascendía limpio como una escalera hacia el exterior del planeta. Al día siguiente la temperatura bajó. Me fijé en la mínima. La mínima siempre es la que marca la diferencia. Y tras ese enfriarse el cuerpo en el camino y despejarse la mente, advertí la sucesión de vibraciones que a mi paso como sacudidas me vestían amorosamente con ropajes otoñales. La naturaleza grita y si atiendes, te cuenta. Todo en ella nos ampara para que seamos quienes en verdad somos. En mitad de ese todo supe que me sentía como me había sentido horas antes. Exactamente igual. Viva como nunca. Serena como jamás. Indisociable en extremo de lo natural. La tarde anterior había observado con deleite, incluso, con goce infantil aquel arcoíris que me hizo sonreír satisfecha; y en ese instante, en mitad de la pradera volvía a sonreír del mismo modo. Hoy, unas jornadas después de ese día equis del calendario (al abrigo de La Madriguera en el diario natural) intento contarme a mí misma qué es lo que vi, con tanta claridad en esa tarde y en esa mañana, para sonreír de aquella forma tan particular. Pues, fue mi corazón quien en realidad sonrió. Recuerdo que reparé como nunca antes en que hasta el último de mis átomos pertenece al mundo natural. Entendí que para mí jamás existirán catedrales más gloriosas, esculturas más definidas, ni cuadros más admirables que la naturaleza. Supe que a cada hora que pasa pierdo el interés por las plazas de las ciudades y las avenidas de los pueblos y por lo que en ellas sucede. Y lo más significativo es que no me importa la pérdida. Así que me pregunto al calor del recuerdo: ¿Cuándo he dejado de escuchar el runrún de las gentes? ¿Desde cuándo intuyo o sé que no formo parte del asfalto? ¿A partir de qué día encontrar una conexión con algo que se aleje de la naturaleza me supone un esfuerzo tan considerable que no compensa el tiempo a invertir? ¿Desde cuándo no soy la que era, y sin embargo, mi vida es más plena y yo conscientemente más feliz? La respuesta a todas las preguntas viene sola, la oigo llegar, se abre paso con la diligencia del botones que lleva recado en mano, junto a golosa propina: 《Desde que no atiendo》. Mi escritura se detiene. Sé que desde hace mucho no atiendo a lo que no soy yo. La parte servicial de mí se subleva. 《Explícate》, me indica, picajosa. 《Expláyate》, protesta, pesada. Irreverente, callo. No deseo añadir nada más. Ni contestarle otra cosa, ni extenderme, ni explicarme. Sonrío, irónica. 《Desde que no atiendo》 , repito de nuevo. Y, seguidamente, me levanto, cojo la manta y me dirijo al porche. El cuaderno se queda abierto sobre la mesa en el interior. Las páginas garabateadas saben esperar, al contrario de las blancas. Miro la pared. Tengo pendiente comprar una pizarra de fieltro negro con letras magnéticas doradas. De tenerla, escribiría frases en ella que permanecerían colgadas como funambulista sin red durante semanas hasta cambiarlas por otras. Frases que serían pensamientos, por ejemplo, de Gretel Ehrlich, o versículos de la Biblia. Imaginariamente, de pronto, me pongo en pie y me sitúo frente al inexistente tablón. Vuelco el saquito contenedor de letras sobre la mesa y  mis dedos escogen, mi mano construye. La pizarra es ocupada, mi sonrisa aflora: 《Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Isaías 26:3》. Y, la tarde, en un tris se deshace en la noche conmigo dentro afuera en el exterior; mientras la luz de La Madriguera, a mi espalda, recoge como un guante la voz de Alberto que me llama. 《Yo quiero ser ese guante》, le digo al cielo, y entro. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 11 de Octubre de 2021 )

lunes, 4 de octubre de 2021

4 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Gris, rosa empolvado, marrones y beige. Tonos tierra y tostados. El elegante gris que invita a la reflexión madura desde la tranquilidad. El amable y suave rosa empolvado tan acorde con el romanticismo que le aporta dulzura a lo rústico y sugiere entrega y detalles. El marrón, el beige, en definitiva, los colores tierra que hermanan el interior con el exterior, que simbolizan la corteza de lo natural, que son cálidos, acogedores y robustos. Cuando los elegí para vestir La Madriguera y que el otoño (desde ellos) tomase forma, lo hice porque mis ganas y mi alma así me lo requerían. Exactamente esos, y no otros, con algún toque del optimista naranja de las calabazas. No pensé en esa hora en la colorterapia. En realidad no pensé en nada, sólo obedecí. No hay que poner nombre a lo que se sabe por instinto. Que los colores influyen en el ánimo y los sentidos, en el bienestar del alma, en la energía del cuerpo es de sobra conocido. Que esa influencia y su uso sanador tiene el nombre de colorterapia, pues perfecto. A estas alturas de la vida ya sé y sabe quien me conoce que no me gustan las etiquetas. Hay tantos ángulos, matices y generosidad en la existencia que nada ni nadie cabe en el corsé de una etiqueta. Todo y todos somos algo más. Somos seres vivos, por tanto, complejos. Incluso lo inanimado, bien mirado, carece de simplicidad. Idiota es quien pretende entender sin reflexionar, quien juzga sin atender a la complejidad, quien se queda con la conciencia tranquila tras etiquetar sin más, quien espera que las preguntas sólo tengan una respuesta concreta y no otra, ni otras. Llegó octubre con su primer lunes y sin saber cómo, estoy escribiendo una entrada de la que mis pensamientos se han adueñado y han decidido irse por las ramas. Divagar alejándose de la raíz del diario natural. ¿O acaso no? ¿Acaso mi reflexión hasta este punto no nace de la extraña naturaleza de la que estamos hechos? ¿No son las ganas y el instinto, el color y el refugio, la necesidad de sentirnos protegidos, el ánimo y los sentidos, el bienestar del alma y la energía del cuerpo, naturaleza en estado puro? Sí. Creo que sí. ¡Pero, bueno! Reprendo a mis pensamientos y les hago regresar de los páramos por los que cabalgan a esta hoja del diario, a esta tarde del primer lunes de octubre, del segundo de otoño. 《Fijaos en las maravillas que trae consigo el octubre 》, les indico. No contestan. Se quedan callados observando al décimo del año. Ante su repentina mudez, quedo yo también en silencio, contemplándolo. Y de repente, experimento lo que tan bien explica Gretel Ehrlich, en (el libro) El consuelo de los espacios abiertos: “En el transcurso del otoño oímos dos voces: una dice que todo está maduro, la otra que todo está muriendo. La paradoja es exquisita. Sentimos lo que los japoneses llaman aware -una palabra casi intraducible que significa algo así como “hermosura teñida de tristeza”. Comprendo al recordarlo que octubre es eso. Lo es más que el resto de meses que conforman el otoño. Añadiría, acogedora. Una acogedora hermosura teñida de tristeza. No hay soledad en el otoño. Pero, sí que existe la necesidad de sentir los brazos del amor rodeando la lucidez que habita en ti, y el latido caliente del corazón del animal que en verdad eres. Porque (también) entiendo que el octubre y el otoño en particular es una edad. A partir de cierta edad no cabe en nosotros ni la primavera ni el verano. Por esas etapas hace mucho que transitamos con el entusiasmo de las primeras veces y la desidia de la inmortal juventud. A cierta edad, cuando todo en nosotros está “maduro y muriendo”; cuando por fin has entendido que como ser vivo eres complejo; cuando has hecho las paces con tu lado incomprensible a la franca luz del día y has experimentado que la parte animal que hay en ti, es mejor y mucho más sincera y valiosa que tu lado más formal; cuando celebras haberte conocido como en realidad eres; sabes que las perfecciones de la existencia y las prioridades en la vida son otras. Y, entonces, en ese octubre tan tuyo, en esa hora, en esta hora, en este minuto del primer lunes del décimo, antes de llegar al invierno del presente año y de tu vida, te puedes sentir inmensa y afortunada por haber encontrado la calma y la belleza que existe en las bendiciones que Dios ha dispuesto para ti. 


Sonríes valiente y feliz. 

Bien hallada me sé, mi querido octubre.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Octubre de 2021 )

lunes, 27 de septiembre de 2021

DE LLEGAR ~ EPISTOLARIO DEL 21 ✒📮



Mi muy querida Alison: 


¡Qué alegría saber de ti! Al igual que tú ando enredando con los bulbos para la próxima temporada. Tuve el otro día un flechazo de tal calibre con los tulipanes Ice Cream, que sé que ya no puedo vivir sin ellos. Reirás, lo sé. Los que son iguales se reconocen entre ellos. Me apena que el verano haya sido para ti más agotador de lo que en principio esperabas y que ello te haya restado fuerzas y tiempo, como me alegra saberte contenta con la llegada del otoño. Me entusiasma la brillante idea que tuvisteis de construir (dentro de vuestro propio jardín) una casita de madera de dimensiones reducidísimas, para ver la lluvia caer (sentados en el interior) con las puertas abiertas de par en par, durante los meses de estío; y, que ese y no otro, haya sido el lugar protagonista de los momentos más especiales que acompañarán para siempre vuestro recuerdo del verano del veintiuno. Te hubiese preguntado el porqué de la construcción en esta carta. Pero te adelantaste, una vez más, aportando imágenes a una narración profusa en detalles, sincera en el sentido, bella en la forma. Qué ser más magnífico eres, Alison. Generosa, bondadosa, honesta. Para mí es una fortuna tenerte como amiga. Contarte que mi verano, nuestro verano, ha sido mejor de lo esperado. Se comportó con benevolencia e incluso nos dejó (a Alberto y a mí) semanas de una dicha sin igual, por inesperada y placentera. Y, ahora, ya instalados en el noveno mes del año, en estas semanas de vida real, de gloriosas rutinas, confieso estar poniéndome las botas con los preparativos del otoño. No me refiero sólo a la decoración, ni al mantel para disfrutar de una mesa bien puesta, ni siquiera al delicado menaje escogido adrede para esta época. Hablo de la maravillosa dulzura y abundancia de este tiempo de cosecha. Puesto que, querida mía, ¿hay algo más reconfortante que al entrar en la tiendecita de comestibles, ver cómo relucen los estantes llenos de higos secos, avellanas, nueces, castañas, granadas, calabazas y manzanas? ¿Existe algo más emocionante que escogerlos con mimo para llevártelos a casa, y una vez en ella, colocarlos en cestos y botes de cristal para preparar tartas o fuentecitas improvisadas con las que acompañar el postre en la mesa, al abrigo de la luz de la vela que prende confiada en el candelabro, bajo la atenta mirada del hombre al que amas y te ama, de su sonrisa, complicidad y verdad? No. No lo hay; al menos, en La Madriguera. Me figuro mi querida Alison que experimentas sensaciones muy parecidas a las mías en tu hogar de Irlanda. Lo intuyo porque te conozco y porque tengo pruebas de ello, como botón de muestra, la leyenda de la tarjeta que adjuntaste a tu carta: “Si estás donde quieres estar, si se te escapan sonrisas al caminar, si ves belleza en los detalles, si miras y te miran a los ojos, llegaste.” Me conmovió de tal manera su certera inscripción que salí (te confieso) disparada a comprar un marco para enmarcarla y que el paso del tiempo no la deteriore, pues quiero colgarla en el porche de La Madriguera. Al leer lo escrito en ella, tuve nítida conciencia de que como tú, yo también he llegado. Saberlo me alegró enormemente. Me dejó como pocas cosas suelen hacerlo satisfecha con ese grado de satisfacción que llega tras mucho esfuerzo, después de haberte aplicado con disciplina, fe y trabajo durante tiempo. Sí, mi estimada Alison, he llegado agradecida con la bendición de Dios al futuro de fe y esplendor que en el pasado no era del todo consciente de desear tanto, y que en la actualidad, culmina mis expectativas de una vida sencilla y plena. Sé que si hay alguien en este planeta que me comprende esa persona eres tú. Muchísimas son nuestras afinidades y muy parecido es nuestro estilo de vida o la forma en que entendemos en como la actitud y la luz que poseemos en nuestro interior (y que no deja de alumbrarnos) determina una buena vida en este mundo a pesar de su cara B.


Me despido por hoy, con un enorme abrazo. Feliz otoño,  Alison. Te guardo siempre en el corazón. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Septiembre de 2021 ) 


lunes, 20 de septiembre de 2021

20 de Septiembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Tengo en mis manos al penúltimo día de este verano de risas, complicidad y goce. Puedo hacer con él lo que me plazca. Lo sé maleable. Le digo: El miércoles ya no estarás. Te vas. Es mucho lo que me dejas: la constancia del amor y la pasión de un hombre bueno y leal, el don manifiesto de inventar y narrar, la incuantificable satisfacción de contar y el alivio del camino. Creía que contigo el camino habría sido experiencia ardua. Dura prueba sin sombra. Sin embargo, me hice tu amiga y con desparpajo te dije: 《Hemos de llegar al entendimiento de los que se avienen más por interés que por simpatía.》《Okey. E igual me extrañas cuando bailes con el loco otoño o cuando estés en brazos del fresco invierno》, contestaste. Y yo te respondí: 《En tus manos está que te llegue a extrañar.》 Entonces, tú, me indicaste con el pundonor del orgullo dañado: 《Lo haré. No imaginas lo convincente que puedo llegar a ser. Madruga como si fueses quien dibuja las montañas y pinta los márgenes del mundo. Del sol ya me encargo yo. Si lo haces pondré al paso, a tus pies, la risa de la felicidad y el brillo del amor reflejado en tus ojos. 》Hoy, a veinte de septiembre, sé que cumpliste y cumplí, porque de nuestro lado, permitiéndonoslo estaba Dios, de modo que el trato que hicimos no se convirtió en humo. Me regocija comprobar que todo salió mejor de lo esperado. Te he caminado, vivido y gozado; y tú, como un buen verano, has teñido mi vida de lo inolvidable. Como hace todo verano digno de su nombre. Por ello, sé que en algún lugar de mi memoria (quizás remoto y secreto) permanecerás. Estoy segura de que en los meses que han de llegar, acudiré a ti, a tu recuerdo,  para entrar en calor cuando las ventiscas me alejen demasiado de tu luz alborotando en los colores del jardín de La Madriguera. Muy probablemente, siempre habrá algo de ti que extrañe, de ese tipo de algo, de peculiaridad que convierte a cada uno de los veranos en singular,  en completamente diferente a los otros. Gracias por haber estado a la altura. No todo el mundo sabe estarlo. Y, a continuación, en estas horas y sin punto aparte, como se pasa de un asunto a otro, cuando estos son de poca monta, o se va de un amor contrariado a un asidero de paz, al marcharte tú, segundos después le abriré la puerta al loco otoño. ¿Es así como lo llamas, no? Y en él, prepararé tartas y bizcochos de esos que en ti se derriten y no de placer. En este momento me ves reír alegre tras la ocurrencia y asumes que tu tiempo conmigo acaba. Tic tac, tic tac. Me observas feliz y concluyes que no concuerda tu clima con mi forma de ser. En estos años de mi vida, no. Por eso, en un último acto no sé si de caballerosidad o de renuncia, con un gesto teatrero y bastante altanero, me lanzas un beso a la par que te apartas a un lado, para dejar paso a lo que ha de ser. Te agradezco, verano, enormemente los servicios prestados, pero va, aléjate, márchate. No soy ser impaciente salvo para la llegada del otoño y la Navidad. Confieso son (como el cuello y los labios de Alberto) mi debilidad. ¡Ay, la vida! ¡Ay, el amor por la vida! ¡Qué locura vibrante! A la que vale la pena aferrarse con ganas, y siempre. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 20 de Septiembre de 2021) 

lunes, 13 de septiembre de 2021

13 de Septiembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


La hora está impregnada de una mezcla especial de sonidos a modo de murmullo, cuchicheo, voz queda y a la vez. Intuyo que es el prolongado adiós de los seres que habitan la naturaleza a los últimos días del verano. En cambio, dentro de La Madriguera, como un sonido limpio y claro suena la canción ‘Love' de Nat  King Cole versionada por The Macarons Project. Sin esperarlo, el tema ha sido nuestra canción del verano. Para Alberto y para mí la canción del verano o la de las otras estaciones, sólo puede ser aquella que nos permite bailar sin distancia ni disimulo. Tal vez porque somos unos “disfrutones” (más que unos románticos) a los que les agrada vivirla piel con piel, las mesas bien puestas con mantel, el buen comer, despertarse sin prisas los domingos y contemplar atardeceres juntos en el silencio de la hora en que todo cobra sentido si hay amor. Acaba la canción, reparo en que la tarde ya declina. Mientras escribo la entrada de hoy en el diario del discurrir ojeo las fotografías que realizo en estos días. Creo que he logrado captar y materializar la idea que tenía para este otoño. Todo va tomando forma. Incluso he conseguido reunir los platos necesarios para poder decir que tengo una vajilla otoñal para dos personas. Descubrí por casualidad el contenido de un gran armario vajillero de principios del siglo pasado que estaba a la venta y quedé prendada de sobre todo una de sus vajillas. No quedaban muchas piezas en buen estado, e incluso consciente de que con facilidad podían romperse o descascarillarse, rescaté cuatro platos hondos, cuatro de llanos y cuatro de postre, para formar una vajilla para dos. La formé y estoy contentísima. Anteayer a media mañana la desembalé, y con sumo cuidado lavé, sequé y coloqué maravillada los platos en la alacena de La Madriguera. Lo admito: sentí tener un tesoro entre las manos. Soy como Alberto me indica riendo cada vez que contempla mi fascinación ante mis nuevas adquisiciones: una table lover, o lo que es lo mismo, una apasionada del menaje de mesa. ¿Desde cuándo? Diría yo, desde siempre. Es una de esas peculiaridades que habitan el carácter y con el paso de los años se manifiestan como algo parecido, sin serlo, a una pasión. Alrededor de esta pasión (me permito llamarla así de manera puntual en este texto, pues, al fin y al cabo, es algo que me apasiona) he conocido por todo el mundo a un grupo de mujeres muy variado y pintoresco con las que he acabado trabando una sólida amistad. Hoy por hoy, me reconforta enormemente saber que están en mi vida, y que juntas formamos un clan, una familia postiza, como la familia que de adulto uno se permite el lujo de elegir. El vínculo se ha manifestado como fortísimo, ayudándonos enormemente en estos extraños meses de sin razón por el virus chino. Y, ahora, cuando cada una prepara el otoño (a su manera y desde un punto distinto del mapamundi) somos como un enjambre de abejas universal que trabaja al unísono por un bien supremo. ¿Cuál? Sencillísimo, crear hogar y cubrirlo de excelencia. Haciéndolo confortable y verdadero desde el corazón, el detalle, la minuciosidad, el esfuerzo y el amor; descartando y apartando de él, la mediocridad y el punto largo, buen tirón. ¿Por qué? Porque el hogar es donde se sostiene la robustez de toda existencia firme sin fisuras ni grietas. ¿Con qué propósito? Con el de mostrar respeto a Dios, a nosotros mismos, a los que amamos, y en general,  a nuestra existencia. ¿Cómo? Exigiéndonos lo mejor, es decir, la excelencia en todo aquello que hacemos a diario. De manera que Dios al contemplar nuestra actitud dedicada, contento, nos otorgue su favor y su bondad una vez más. Y nuestro hogar sea un hogar bendecido, y nosotros, seres generosos y felices. Confieso estar, ahora mismo, escribiendo la entrada de hoy llena de gozo, agradecida y bendecida, por saber en cuerpo y conciencia que cumplo a cada hora con mi deber. Y sé (sin ninguna  duda)  que tengo que finalizarla con las siguientes palabras, no con otras: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de ánimo, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. [Colosenses 3: 23-24]”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 13 de Septiembre de 2021 ) 

lunes, 6 de septiembre de 2021

6 de Septiembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me satisface andar por el camino que se dirige hacia la mejor época del año. Tomarme mi tiempo para repetir año tras año los mismos rituales (siempre particulares y realmente propios) con tal de celebrar el otoño y después la Navidad, e ir añadiéndoles espíritu para obtener de ellos una experiencia todavía más placentera. Sé de almas que gravitan durante todo el año alrededor por ejemplo del carnaval, del magosto o de la verbena de San Juan al considerarlos parte importantísima de su manera de ser y de entender el mundo. A mí me ocurre lo mismo con los meses que están por venir. A unos días de que la última hora de verano se despida de nosotros, mi alma baila su danza de amor con el otoño. Cada año cuando septiembre arriba a mi existencia me encuentra como barco desnortado que anhela puerto. Me descubre aplaudiéndole secretamente con el corazón mientras vuelvo en mí, mientras regreso a mi hábitat. Al noveno mes del año no le extraña que me aferre a él, ni hallarme encantada con su presencia. Me conoce de sobras para que algo de mí (a estas alturas) le sorprenda. No ve descabellado, ni siquiera extravagante, que con su comienzo María esté en modo otoño. Porque de hecho lo estoy; y estarlo, me llena de ilusión. Los preparativos para la época más formidable del año siempre llenan mi vida de alegría y mi cuerpo de entusiasmo. Confieso dibujar con la imaginación en un cuaderno a veces físico, a veces mental, lo que es para mí el otoño y la Navidad, y después intento convertirlo en real. Anoto elementos que he de comprar, recetas que he de probar, decoraciones a llevar a cabo. Disfruto trasladando lo soñado e ideado a la vida cotidiana de La Madriguera. Y tal como voy dándole forma fotografío con la cámara del teléfono en disparos rápidos las pruebas con la intención de contarme a mí misma la historia de mi fe. Porque se trata de fe. Una vez más. De creer. De fe. De agradecimiento. De sentirme bendecida y agradecida por saberme con conciencia y orgullo en manos de Dios. En la Madriguera (como el hogar cristiano que es) existe la costumbre de presentar respeto y gratitud a Dios por lo que nos otorga y regala cada día, práctica que se acentúa en los meses de cosecha y magia. Por ello, cuando Alberto llegado este tiempo (como en estos días) me ve con la cabeza en los preparativos, y observa calladamente, mis idas y venidas con calabazas y guirnaldas de hojas, ante el ritual, sonríe, y antes de que haga comentario alguno; me anticipo, y bromeando le recuerdo aquello que Karen Blixen le dijo a Denys Finch-Hatton cuando él accedió a compartir casa con ella: 《Cuando Dios quiere castigarnos atiende nuestras plegarias 》, entonces él sonríe de verdad de la buena, es más, ríe. Con su risa franca plagada de honestidad, atractiva; la misma risa que cuando le conocí me indicó que de no compartirlo todo con él, la vida me resultaría si no un imposible muy cuesta arriba. Y con esa inteligencia viva, peligrosa, seductora, brillante e irónica que posee, me responde: 《 No tenéis lo que deseáis porque no pedís. Santiago 4:2》Sonrío y le busco los labios. Los encuentro a mi encuentro y le tomo la palabra. Conociendo que el deseo de querer envejecer junto a esa risa, junto a esos labios, junto a él, que en Dawson City se me reveló como una urgencia, no tenía relación con la duda de no saber si uno de los dos puede llegar a desligarse voluntariamente de la sólida unión de las dos almas libres, silenciosas y solitarias que en verdad somos, sino con el hecho en sí de vivir los dos, de no morir ninguno antes de tiempo, de hacernos muy viejitos cogidos de la mano como lo estamos en este otoño que se respira ya en el aire. Y se lo pido de nuevo a Dios. Como se lo pido cada día en el camino, como en esta hora, en el diario natural. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de Septiembre de 2021 )

lunes, 30 de agosto de 2021

30 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Brotaron y se abrieron a La Madriguera las coquetas zinnias librándose en el tiempo de descuento de las fauces de Nuna. Floreció puntual júpiter el uno de agosto tras batallar con el oídio. Los pendientes de reina tras una explosiva y duradera floración sobrevivieron renqueantes a una patulea infecta de pulgón. Los árboles frutales hicieron lo propio con el minador. Y el infante níspero creció hermoso y latente a pesar de la severidad de la última helada, cuando todavía era bebé. Desde primavera y durante todo el verano la ingeniosa, dispar e inteligente naturaleza campa a sus anchas por el exterior de La Madriguera, y el libre albedrío de los seres que lo habitan cabalga unas horas alocado y febril; otras, sumiso y complaciente. El jardín que antes de marzo no existía como tal, se ha definido; y en estos meses, nos ha dejado ver su personalidad. Alegre y vanidoso ansía mostrar su belleza con cada amanecer y busca irremediablemente la sorpresa y la admiración al pasarle minuciosa revista. La diversidad de flores con sus llamativos colores lo ensalzan. Los árboles lo enmarcan y remarcan. En él, lo extraordinario se convierte en ordinario y la vida se impone sobre todas las pequeñas batallas que se libran. Para él (que ya le cogió el tranquillo a ser paraíso en la tierra, selva de La Madriguera, bosque entre márgenes, morada y parque de atracciones de pájaros, edén de mariposas) sus rutinas son como coser y cantar; para nosotros, largo ha sido el aprendizaje, y no una broma ni un juego la inversión en horas. Personalmente, me llama poderosamente la atención su frondosidad. El contraste con el vacío de antes. Me satisface comprobar que la vida que depositamos en él se ha quintuplicado, maravillándonos. A esta altura del año sé que ha sido un buen semestre para el jardín, como lo está siendo para mí la primavera del verano que resulta ser agosto. Con el octavo mes no sólo han regresado las noches blancas y los mediodías radiantes con sus tardes tormentosas, también he recuperado escribir sin detenerme, las lecturas en el porche, los amaneceres con bebidas calientes, las noches con edredón, la cocina sin asfixia, la manga larga, el frío en los pies, la sonrisa en los labios cuando mi mirada se detiene sobre las colinas de Ngong y descubre la niebla que precede al aguacero, el camino con la lluvia ganando terreno, la dicha de caminar con el viento en la cara y envolviéndome el cuerpo, la oración a mi Dios en la tenue fría luz del alba cuando los pájaros despiertan al día. Ahora que el genial agosto termina, mi cuerpo y mis sentidos, se desperezan porque expectantes anhelan vivir en primera persona y en armonía lo maravilloso de los meses que están por venir. Sin ninguna duda saben que es de hoy en adelante cuando comienza lo bueno. No hay un se acabo lo que se daba con agosto. Al contrario. El genial octavo con su fin regala una promesa mágica, repleta de fe y felicidad. Anuncia que la mejor época del año está a la vuelta de la esquina. En correr un poco septiembre será hora del espectáculo, de la función que gusta protagonizar, será el turno de agradecerle a Dios con gestos de celebración, además de con pensamientos y palabras, la cosecha que es en sí misma la vida. Y yo, muchachita en el corazón, mujer en el espejo, con la misma ilusión y honestidad de siempre, en el aquí y en el ahora, en este treinta de agosto y en este diario natural, en negro sobre blanco vuelco el primer gesto con el que todo continuará. A mi modo, empieza la celebración. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 30 de Agosto de 2021 ) 

lunes, 23 de agosto de 2021

23 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Me descuelgo como las horas en un sillón del porche de La Madriguera. Me dejo caer ociosamente, me descalzo y me reconozco como siempre en la sensación de tener los pies libres de toda atadura. Llueve. Llueve desde las cinco de la madrugada. Hoy el día está precioso. Hoy, la jornada, transcurrirá por la senda que a mí me resulta más perfecta. Contando las historias que la lluvia siempre me regala. Escribo. Decido comenzar con el diario natural. Descalza y con los sentidos despiertos a más no poder. En esta hora las palabras se me ofrecen como en un escaparate, están frente a mí y puedo coger las que me venga en gana, ordenarlas y distribuirlas como me apetezca. Cuando llueve las palabras son amigas, no se resisten, las historias tampoco. Y aunque las más de las veces tengo la impresión de que en estos diarios siempre escribo lo mismo y que si alguien los leyese pensaría de mí que me repito, que deambulo por los mismos temas; me da exactamente igual, puesto que escribir obedece a la necesidad de hacerlo, sólo a eso. A nada más. Escribir es todo lo contrario a publicar. Publicar es una opción, escribir no lo es. Desde que tengo memoria: escribir para mí ha sido y es algo urgente, definitivo, vital. Un don, y por ende, una responsabilidad. Pero además, ¿acaso la vida no es un mismo baile incesante (quizás revestido con otros ropajes) con el oficio, las pasiones y las obsesiones, los equilibrios y las locuras, las aficiones y los sueños de cada uno? Sonrío. Son las nueve y catorce de la mañana, en este instante noto en las plantas de los pies la caricia que acompaña la lluvia, en las fosas nasales la mezcla de olores vivos del jardín, en la punta de los dedos la felicidad del escritor. Estoy a gusto, bien. Hace relativamente poco que llegamos a La Madriguera tras la desconexión en Yukón, dejando atrás los días laxos, maleables e infinitos de ese territorio amigo. En concreto, hace una semana que nos reincorporamos a las costumbres con ganas. El primer día tras recoger el contenido del buzón (incluida la carta que me envié desde Dawson City) y pasar revista al jardín, nos fuimos a comprar para llenar la despensa. Al segundo, cociné con provecho para una tropa ficticia con tal de llenar la nevera y recobrar el pulso de la rutina. Al séptimo día, aquí estoy, escribiendo, pensando en lo mucho que con la edad me satisfacen los días lluviosos, de tal manera que ni siquiera consiguen malograr mi agosto, que un año más ha traído consigo lo más valioso que guarda en su interior: las noches blancas. Sé que si en buena medida ansío su llegada no sólo es por ser el último gran mes antes del otoño, también deseo que llegue por sus noches blancas que te permiten saber quién eres. Desde hace días con el sol de medianoche de Yukón en la retina y en la memoria de la piel, busco las noches blancas. Corro hacia ellas y las encuentro en La Madriguera. Antes de las nueve apago las luces, y a las nueve (sólo en esa hora y en este mes) nuestra casa se ilumina de una luz blanca y cegadora que asciende majestuosamente desde que se pone el sol hasta que la noche se cierra como ala de cuervo. Entonces, cuando el crepúsculo se torna algodón vaporoso, me quedo quieta dentro de la intensidad que me alumbra como una bendición durante unos pocos minutos en la hora del ángelus. Confieso que la experiencia me llena de energía, y una sonrisa infantil y boba se dibuja en mi rostro porque (mientras sucede) percibo tangiblemente como la existencia que habito está llena de belleza y paz. Por ello, las busco sin rendición y las añoro cuando no aparecen. Soy consciente al escribir sobre ello (en esta mañana de lluvia y satisfacción) de que otro gallo cantaría si el resultado fuese sobrecogedor o perturbador, pero no lo es. En las noches blancas de agosto todavía me siento más bendecida y agradecida. Me sé en una vida plena, repleta de amores sólidos y de sueños cumplidos. Sin nostalgia. Reparo, aquí y ahora, (al tender la mano hacia la manta con la que nos abrigamos en el porche) en que un año más agosto está cumpliendo. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 23 de Agosto de 2021 )

lunes, 2 de agosto de 2021

2 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me senté y contemplé en silencio durante horas. Contemplé los meses como si fuesen una banda de compinches, de los que sólo ellos saben de qué trata la mascarada. Me senté y contemplé en silencio sin hacer nada más. Tomé distancia al observarlos, para (al detalle) saber, y supe. Averigüé. Y ahora sé que jamás me había sentido parte de la quietud y que nunca había gozado de mi ánimo contemplativo como en estos meses, que me han conducido de un verano a otro. Doce meses después, en esta hora, sé de la transformación de mi carácter. El caminar sin reservas durante un año seguido, sin faltar un solo día, en la soledad de la mañana, en el silencio cómodo del espíritu, me ha moldeado el carácter. Ahora soy consecuencia, hija, fruto del caminar y del camino. Priorizo, valoro, callo. Existo en el orgullo, en el esfuerzo, en el mérito, en el olvido, y sobre todo en Dios. En el octavo mes del año, en el duodécimo de mi caminar, sigo como comencé, y comienzo mes siguiendo los pasos del anterior: caminando en el abrazo de Dios. Me sostengo y avanzo. Me levanto y continúo. Mis piernas y mis pies pacientes, obedecen, luchan, trabajan, CAMINAN. Mi fe me envuelve de fuerza, honor y amor, deseando ser digna del milagro que para mí es ( y que para todos los bípedos debería ser) el que tus piernas soporten tu peso y tu ánimo para avanzar y desplazarte con ellas, un pie tras otro. Cómo no sentirme, un año después, bendecida y agradecida por poder hacer aquello que me ha sido negado demasiadas veces en mi existir. No hay más milagro que ese a mi entender. Ni más valiosa fortuna. Junto a saberme viva en vida y sentir en cada átomo de mi ser la pulsión de la creación, la dicha de pertenecer al mundo natural. En el camino de mi caminar con la fuerza de la soledad y la tenacidad de los creyentes he visto desvanecerse la rabia y las lágrimas, y aflorar la sonrisa, la valentía, la confianza y la canción que guardaba para mí mi propia alma. En el camino de mi caminar he descubierto (con la mirada limpia) la lluvia, el viento, las ganas de vivir, la libertad. En el camino de mi caminar he recogido pájaros caídos del nido, he apreciado su alegría y revuelo como compañía sin igual, he esparcido semillas al tuntún para devolverle a sus márgenes (de algún modo) un ínfima parte de lo que me ha dado y me está dando, he sembrado seis abetos Douglas (algo que no había hecho jamás) para verlos crecer y tener en un futuro mi propia senda hacia la Navidad. Me doy cuenta en este minuto de este agosto que asoma que en el camino de mi caminar he sido testigo de mi propio renacer. Son las tres y dieciocho de la tarde, y en vez de cerrar los ojos y encontrarme con la siesta; opto por escribir estas palabras en el diario natural, porque esta mañana llegaron hasta mí, y las retuve, apresándolas en mi corazón, sentada en las escaleras del porche donde el bardo de Yukón (Robert William Service) escribía sus poemas. Cuando estamos en Dawson City me agrada tocar con las palmas de las manos las paredes de su cabaña. No es un ritual. Es un acto de reconocimiento. Pues otros caminos distintos caminé antes del que ahora me ocupa. Uno de ellos fue la obra de Robert William Service. Presumo que de todos ellos aprendí para saberme manejar en el más crucial. Y al caminar éste (por las inmediaciones de La Madriguera) a fe mía cómo recorren mi sangre las palabras del poeta, cuán peso tienen, cuánta de mi verdad hay en ellas:《¿Has afinado tu alma con el silencio? Entonces por el amor de Dios ve y hazlo; escucha el desafío, aprende la lección y paga el precio.》


Agradecida saldré al camino mientras Dios lo estime oportuno y necesario. 

Termino por hoy.


María Aixa Sanz 

(Dawson City, 2 de Agosto de 2021 )