.

lunes, 23 de agosto de 2021

23 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Me descuelgo como las horas en un sillón del porche de La Madriguera. Me dejo caer ociosamente, me descalzo y me reconozco como siempre en la sensación de tener los pies libres de toda atadura. Llueve. Llueve desde las cinco de la madrugada. Hoy el día está precioso. Hoy, la jornada, transcurrirá por la senda que a mí me resulta más perfecta. Contando las historias que la lluvia siempre me regala. Escribo. Decido comenzar con el diario natural. Descalza y con los sentidos despiertos a más no poder. En esta hora las palabras se me ofrecen como en un escaparate, están frente a mí y puedo coger las que me venga en gana, ordenarlas y distribuirlas como me apetezca. Cuando llueve las palabras son amigas, no se resisten, las historias tampoco. Y aunque las más de las veces tengo la impresión de que en estos diarios siempre escribo lo mismo y que si alguien los leyese pensaría de mí que me repito, que deambulo por los mismos temas; me da exactamente igual, puesto que escribir obedece a la necesidad de hacerlo, sólo a eso. A nada más. Escribir es todo lo contrario a publicar. Publicar es una opción, escribir no lo es. Desde que tengo memoria: escribir para mí ha sido y es algo urgente, definitivo, vital. Un don, y por ende, una responsabilidad. Pero además, ¿acaso la vida no es un mismo baile incesante (quizás revestido con otros ropajes) con el oficio, las pasiones y las obsesiones, los equilibrios y las locuras, las aficiones y los sueños de cada uno? Sonrío. Son las nueve y catorce de la mañana, en este instante noto en las plantas de los pies la caricia que acompaña la lluvia, en las fosas nasales la mezcla de olores vivos del jardín, en la punta de los dedos la felicidad del escritor. Estoy a gusto, bien. Hace relativamente poco que llegamos a La Madriguera tras la desconexión en Yukón, dejando atrás los días laxos, maleables e infinitos de ese territorio amigo. En concreto, hace una semana que nos reincorporamos a las costumbres con ganas. El primer día tras recoger el contenido del buzón (incluida la carta que me envié desde Dawson City) y pasar revista al jardín, nos fuimos a comprar para llenar la despensa. Al segundo, cociné con provecho para una tropa ficticia con tal de llenar la nevera y recobrar el pulso de la rutina. Al séptimo día, aquí estoy, escribiendo, pensando en lo mucho que con la edad me satisfacen los días lluviosos, de tal manera que ni siquiera consiguen malograr mi agosto, que un año más ha traído consigo lo más valioso que guarda en su interior: las noches blancas. Sé que si en buena medida ansío su llegada no sólo es por ser el último gran mes antes del otoño, también deseo que llegue por sus noches blancas que te permiten saber quién eres. Desde hace días con el sol de medianoche de Yukón en la retina y en la memoria de la piel, busco las noches blancas. Corro hacia ellas y las encuentro en La Madriguera. Antes de las nueve apago las luces, y a las nueve (sólo en esa hora y en este mes) nuestra casa se ilumina de una luz blanca y cegadora que asciende majestuosamente desde que se pone el sol hasta que la noche se cierra como ala de cuervo. Entonces, cuando el crepúsculo se torna algodón vaporoso, me quedo quieta dentro de la intensidad que me alumbra como una bendición durante unos pocos minutos en la hora del ángelus. Confieso que la experiencia me llena de energía, y una sonrisa infantil y boba se dibuja en mi rostro porque (mientras sucede) percibo tangiblemente como la existencia que habito está llena de belleza y paz. Por ello, las busco sin rendición y las añoro cuando no aparecen. Soy consciente al escribir sobre ello (en esta mañana de lluvia y satisfacción) de que otro gallo cantaría si el resultado fuese sobrecogedor o perturbador, pero no lo es. En las noches blancas de agosto todavía me siento más bendecida y agradecida. Me sé en una vida plena, repleta de amores sólidos y de sueños cumplidos. Sin nostalgia. Reparo, aquí y ahora, (al tender la mano hacia la manta con la que nos abrigamos en el porche) en que un año más agosto está cumpliendo. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 23 de Agosto de 2021 )