«¿Qué clase de amor es el
tuyo que no
puedes resistir una tormenta de nieve?»
―Emily Brontë―
Con septiembre he
recuperado mis caminatas, los juegos con las historias, los acertijos con las
palabras, los malabares con los relojes y los trajines de los días, los bailes
lentos en Manitoba, la música country en la radio, el pulso a lo salvaje y a lo
natural. Me es menester vivir ir al compás del sol y del corazón. Le es
menester a la humanidad, aunque no acabe de comprenderlo. También me es
necesario recuperar el otoño con su sensatez y su halo de refugio. Recuperar el
frufrú de las hojas al caminar sobre ellas. Recuperar los colores, el chocolate
caliente, el café humeante, las castañas y las chimeneas donde en las brasas la
melancolía se convierte en ceniza, las lecturas sosegadas y el retreparme en él, compartiendo manta para de ese modo probar en su piel el tabaco a medio quemar y
su belleza serena. Acabó junio, julio y agosto; y por fin, quedaron atrás las
tormentas y los tornados propios del cálido y húmedo verano y el mismo verano,
esa continua hora lenta sin final que te agobia y te asfixia la vida como una
mala relación. Soy una mujer en Manitoba, donde se cocina y se baila, donde se
vive a puro sentimiento. Aquí los cuerpos se abrazan y no se sueltan. Aquí es
fácil reproducir los sueños. Aquí se palpa la belleza serena del amante como se
palpa ese habitante más que es el silencio denso de los grandes espacios
abiertos al cielo. En Manitoba nada ocurre y sin embargo todo te es candela que
arde dentro de ti. Soy una mujer enamorada en Manitoba que sin ser o quizás por no ser de fácil enamorar, pero sí de vivir
grandes amores, sabe qué es el amor y lo que no, por ello, soy muy consciente
de que sólo puede llamarse amor, al amor, cuando este resiste a más de una
tormenta de verano y, por supuesto, de nieve y se convierte en un baile lento.
Entonces cuando has descubierto y disfrutas de ese baile lento resulta
imposible, por contradictorio con la naturaleza misma de los amantes,
querer cambiarse por la vida de otros. De modo que aquí me quedo en Manitoba bailando
mi baile lento con el amor y el hombre de mi vida que sabe a café, a tabaco, a
hombre sabio, a voz ronca y a labios afrutados, que huele a todo lo que sabe y
a todo lo que ha de venir, que se disfruta como un territorio salvaje de los que
se conquistan con mucho talento y en cuya orografía y pliegues se esconden
maravillas y tesoros únicos, vitales, y tú eres mujer, mujer, mujer enamorada en Manitoba porque estás a su lado inamovible, invariable, leal, infinita
y eterna. Y de su mano vas, vas, y vas, y bailas un baile lento como jamás ha habido otro sobre la faz de la Tierra. Y te sabes afortunada, y preciosa; afortunada y preciosa, porque él un día depositó su mirada en la tuya y su voz
en tu oído y la palma de su mano sobre tu cuerpo y sus labios en tu cuello y se pegó a ti y te devolvió
la individualidad de Eva y dejaste de estar perdida y fuera del paraíso y no te
importó más comer manzanas si de su boca las ibas a comer.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz