«Mira, una mariposa.
¿Pediste un deseo?
Uno no pide deseos a las
mariposas.
Tú hazlo. ¿Pediste uno?
Sí.
Pues no cuenta.»
―Louise Glück―
«Hay un caballo en
Manitoba que por la noche le habla a la luna. Hay un hombre apoyado en el
cercado donde está el caballo que le habla a su conciencia. Hay una conciencia
debajo del sombrero que lleva puesto en la cabeza el hombre apoyado en el
cercado que le habla al cielo. Hay un cielo en Manitoba de color azul de
septiembre que es observado por una mariposa.» Canta una voz ronca acompañada
por una armónica en la radio de mi cocina en Manitoba. Yo preparo una tarta de
chocolate. Sobre la mesa de la cocina un ejemplar rústico que ayer me compró
quien da pábulo para que yo sea de este modo y no otro, es decir, ÉL, el él en
mayúsculas, ―pues donde hay una mujer siempre hay un ÉL―, de Praderas de Louise Glück, para que pueda
leerlo y releerlo cómodamente y a gusto, sin tener que ir a la granja de Margot
cada vez que me apetezca hacerlo. Él es así, amable y noble, él también le habla a su conciencia para dormir tranquilo, como el hombre de la
canción. El hermoso laberinto que es esa estrofa se ha quedado prendido en mi
piel, y durante el día en mis caminatas sin ser verdaderamente consciente de
ello, mientras el viento otoñal agita mi pelo y acaricia mi rostro, me
encuentro a mí misma cantándolo o recitándolo. Esa canción me sabe a otoño
como otras pueden saberme a verano. Y a mí me gusta el otoño. Es más, amo el
otoño. Amar el otoño es lo más inteligente que un ser humano puede hacer en
respecto a las estaciones. La vida en sí, no son sólo las mariposas, también son
las hojas en el mismo momento en que envejecidas se separan del árbol para
alfombrar el suelo, también es que el viento te despeine. Somos otoño más que
otra cosa, y a partir de una hora determinada también nosotros vamos envejeciendo,
separándonos de todo, hasta que un día lo que fuimos tapizara el suelo y entonces toda
nuestra energía se liberara al Universo, como al principio de todo. Y, por supuesto, somos también el resultado del viento despeinándonos, como asimismo hemos
sido a veces el viento que ha despeinado a otros. Pero, mientras tanto,
mientras desconocemos cuánto tiempo nos queda antes de alfombrar el suelo, está
bien escuchar una canción en la radio. Porque al fin y al cabo, la vida es
esto: leer; escribir; cantar una canción, hornear una tarta; caminar mientras tus pensamientos vagabundos te asaltan; sentir las estaciones pasar y hacer mella en tu cuerpo; concentrarte y mantener toda tu atención en cada cosa que haces, de una en una, dándole su importancia, puesto que incluso lo nimio e insustancial la tiene; y, cómo no, levantar la vista
para contemplar al otro y encontrarlo mirándote a ti. Pues la vida también son los cinco
sentidos puestos en ese instante que atrapado al vuelo será tu mariposa en
mitad del otoño.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz