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viernes, 7 de septiembre de 2018

A RAS DEL VERANO



«Hay una grieta en todo; así es como entra la luz.»
―Leonard Cohen―


La casa aun sin estar abandonada parece realmente abandonada al poco que acaba julio y agosto. El verano se le ha colado por todos los rincones, escalando sus paredes, enredándose en los pilares del porche, haciendo crujir el piso como si se éste fuese a ceder de un momento a otro. La casa a todas luces es más vulnerable, porosa y permeable, sobre todo en verano, de lo que es su inescrutable habitante John John Porter, el agrimensor más veterano de Manitoba, que con ceño fruncido y mirada pétrea mide los campos de izquierda a derecha y de derecha a izquierda y de arriba a abajo y de abajo a arriba como otro determina la línea defensiva incluso ofensiva de un campo de batalla; y al acabar de hacerlo, John John Porter golpea el suelo con el talón de su bota. Un golpe que es conocido por todos como el punto y final. Una vez acabada la jornada que a veces puede ser muy bien al mediodía y otras al final de la tarde, John John Porter, se atrinchera en su casa, se sienta en el porche a verlas venir o a verlas pasar. Otros en su lugar desbrozarían un poco el jardín o rehabilitarían el techo o le darían una mano de pintura a la casa, pero John John Porter, no. Él vive, una vez cruza la linde de su casa, instalado en la inmovilidad. Es como una varilla clavada en el porche y así permanece año tras año, verano tras verano. En invierno, cambia su posición que no su rutina y se sienta en vez de en el porche, en el interior de la casa, muy probablemente junto a una cocina económica en la que además de cocinar se calienta. Vive tan atado a la costumbre de permanecer quieto, como si habitase una jaula que se le olvida que las puertas están abiertas y que puede entrar y salir a su antojo, y hacer lo que en verdad le dé la gana. ¡Ah! ¿Pero, y si es concretamente esa nada, lo que le gusta hacer? Eso ya sería harina de otro costal, no obstante, siendo de una forma u otra, siendo así o asá, impuesto o por voluntad, a John John Porter a principios de este verano no le quedó otra que levantar el culo de su mecedora en el porche y acudir al murete que delimita la selva que tiene por jardín, para responder a la vocecita que lo requería: «¡Señor John John! ¡Señor John John!» Y allí, estaba ella, para su sorpresa: la dueña de la vocecita. John John Porter, la descubrió tal como fue aproximándose al murete. La dueña de la vocecita tenía una risa franca y tronchante semejante al punto álgido de una fiesta de cumpleaños y unos ojos enormes, que él imaginó, capaces de descubrir lo oculto en las almas, y algo se encendió dentro de él que le hizo tambalearse y tener que apoyarse con los pies bien firmes en el suelo, cuando la niña haciendo gala de una gran intrepidez y osadía, pues ningún otro niño se había atrevido en años que parecían siglos a dirigirle la palabra a John John Porter, le dijo: «Señor John John, ¿quiere un trozo de tarta de manzana con arándanos, sus peniques serán bienvenidos para comprar un teatro de marionetas para la sociedad de las Niñas descalzas y sensatas de Manitoba?». Entonces John John Porter, respiró profundamente y oyó y sintió como una puerta vieja por muchos años cerrada a cal y a canto en su interior acaba de abrirse. Y le respondió a la niña: «Me la quedo toda, te la compro toda.» Y la niña impasible, como si esa hubiese sido la respuesta que estaba esperando, le respondió un sencillo: «¡Ajá!». Y a John John Porter esa respuesta le ensanchó la vida y los límites de lo conocido para sus restos. Sí, todo llega y en todos existe una grieta por la que entra la luz.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz