«No
se nos ha dado el invierno sin propósito.»
―Henry
David Thoreau―
Febrero es el mes más
honesto del año. Con sus dos erres como rastrillos quitanieves te anuncia de
antemano y siempre que va a ser helado. En febrero la naturaleza se retira a su
palacio de invierno y la nieve te desvela los secretos del mundo natural, por tanto, también los tuyos. El manto blanco pone en evidencia al resto de colores que se camuflan entre sí, y también, de paso te pone en evidencia a ti. En febrero las estrellas brillan como jamás lo han hecho y te invitan con su
baile luminoso a alcanzarlas con la mano y como el cielo está más cerca de ti que nunca, pues tú danzas, danzas, hasta tocar tu propia estrella. No te conformas con
menos. Los árboles que en febrero resultan ser sólo formas, fantasmas de sí mismos, te
susurran que ellos son la metáfora de la vida que
late oculta en la naturaleza y en ti. Es febrero quien te incita a que
aprendas a ver y a vivir. Es febrero quien siempre te va a gritar que vivas,
que por encima de todo: aprendas a ver, que te dispongas a exprimir y a gozar
del poco invierno que te queda en el reloj de las estaciones. Y como antídoto
para lo inerte, lo invisible, lo aparentemente muerto te ofrece que tú,
solamente tú, en febrero seas capaz de sentir sin igual. De una manera
extraordinaria y de una forma imposible e impensable en cualquier otro mes del
calendario. Y es entonces, ―cuando decides vivir el febrero―, cuando febrero se muestra
como un mes redondo. Pues sólo en febrero sucederá que tus dedos estén entumecidos y medio inertes por los sabañones y a ti te dé la risa; que los sábados se prologuen
durante cuarenta y ocho horas hasta amanecer en lunes; que el agua sea arroyo en verano; que se haga tan buen uso de una cama ya que el dormitorio pasa a ser guarida; que aun siendo sus días los más fríos y duros, ―de entre todos los meses de todas las estaciones―, resulten ser los más sabrosos y golosos a nuestro paladar porque somos nosotros
con nuestro calor quien borra su frialdad y su dureza; sólo puede pasar en febrero que los cobardes se conviertan en valientes, los pusilánimes en osados y el
deshielo comience siempre en nuestra voluntad; pues es en febrero cuando acontece el mayor carnaval de todos los tiempos; y la risa, la
alegría, el baile y la celebración de la vida es capaz de destronar a los príncipes y
convertir a los vasallos en caballeros, y a las
mujeres soñadoras, en mujeres que de preferir prefieren vivir sus sueños en la tierra a en los cielos; es en febrero cuando plantarle cara a la vida con nuestra personalidad y
carácter pasa de ser un desafío a una forma de existir; cuando el amor se convierte en hogar y en país. Por ello, lectores míos, se debe vivir cada día de febrero como
si fuese el último día de nuestra vida, porque no habrá ningún otro tiempo como
febrero, no habrá otro febrero como el de este año en nuestras vidas, no habrá otro
mes que cante la canción del invierno como la canta febrero. Así que la
pregunta que uno se debe hacer siempre a sí mismo, es: «¿Estás dispuesto a
cantar tu propia canción?»
Yo sí. Y diez años de vida daría yo, por un mes de febrero. Pues es febrero
quién nos enseña a morir, por eso aprendemos con él a rebelarnos.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz