ser observados desde el punto de vista de
la
maravilla y el asombro, como ocurre con el rayo.
Y al mismo tiempo, hay que
mirar al rayo con serenidad,
como lo hacemos con los fenómenos más familiares e
inocentes.
Los hombres están probablemente más cerca de
la verdad esencial en
sus supersticiones que en su ciencia.»
―Henry David Thoreau―
Hay veces que la vida te
coloca en situaciones que te dejan vacía. Como si con un hachazo te partieran
por la mitad. Pero no, sigues entera, pues tu bisabuela te confesó y te explicó por qué jamás serías un alma muerta, por qué jamás te podrían partir por la mitad hasta llegar a tus raíces, y te das cuenta de que sí, de que tan sólo ha sido un toque de
atención para recordarte que las almas muertas existen. Te das cuenta de que tu bisabuela
siempre tenía razón en todo. Y tú como el ser sin maldad y generoso que eres
has dejado entrar en tu vida con esplendidez a alguien, le has mostrado tu alma
porque te sentías cómoda y a gusto, has bajado la guardia, olvidando que esa
persona como también lo son otras y como otras no lo serán jamás podía ser un alma muerta y llega el día en que con una enorme rabia y una profunda tristeza
compruebas como esa persona se ha llevado consigo una parte de tu energía, de tu bondad, de tu ilusión, de tu risa; y lo que más rabia te da es que desconoces dónde han ido a parar esas cualidades que tanto te
caracterizan. Pero aun así sabes que no te han partido el alma, pues tu alma es mucho
más que todo eso. Frente a ese acto tan injusto, cualquier persona de bien, sólo
puede preguntarse: ¿Quién puede comportarse así? ¿Quién puede robar la energía, la bondad, la ilusión, la risa de otro con la ambición secreta de partirle el alma? ¿Qué clases de personas
son esos seres? Yo he tenido la gran
suerte de tener una bisabuela que me lo explicaba todo sin tapujos y sin
ambages para educarme, para que entendiese mi personalidad, y para que el
individuo que soy brillase por sí mismo a pesar de que sabía que en mi caminar me encontraría con almas muertas. A mi bisabuela jamás le ha gustado la
sociedad como un ente uniforme y homogéneo. Mi bisabuela siempre ha apostado
por las personas, por subrayar la diferencia entre todas ellas, le gustaba que las personas se sintiesen distintas las unas de las otras. Muy probablemente mi bisabuela
fue la primera contadora de historias de la familia, por ello, hace muchísimos
años que me explicó quiénes eran esas personas que estafaban al prójimo sin
ningún reparo. Recuerdo bien, cómo me advirtió de que el hecho de saber que existían no me libraría de ellas, pues según ella, esos seres siempre rondan
a las almas libres llenas de fuerza, vitalidad y vida como yo, tras algún disfraz. Y los definió como almas muertas. Ante lo cual yo la impelí a que se explicase mejor. Y me dijo textualmente: «Las almas muertas solamente
son gente pobre de espíritu que no tienen nada que contar y necesitan la vida
que brota libre, natural y franca en los otros para poder ponerle a su propia
existencia un poco de color y un poco de sal y dejar de ese modo de sentirse
muertos en vida. Es su forma de encontrar consuelo y alivio para su mísera existencia. Son como
garrapatas que se pegan a ti con tal de tener a la vida en todo su esplendor
pululando a su alrededor. Son ladrones de energía cuya finalidad última es
partirte el alma, porque ellos son almas muertas, y las almas muertas siempre
están sedientas. Tienen sed de vida y deseo de aniquilar a quienes no son como
ellas. Por eso siempre tienes que permanecer alerta, ya que las almas muertas
permanecen continuamente al acecho de las almas libres y vivas como tú. Digamos
que son seres a los que una vez un rayo les atravesó y no consiguieron salvarse
pero tampoco morirse. Se quedaron en terreno de nadie. Por ello, son almas
muertas. Es decir, todo lo contrario de un alma libre. Y en vez de imprimir a los otros vitalidad y fuerza como lo hacen las almas libres, las almas muertas lo que intentan es
partirte el alma, causándote dolor y tristeza, emulando al rayo que las
partió a ellas, dejándolas vacías y oscureciéndoles el corazón y volviendo negro como el carbón su sentir y
sus actos. Si hubiesen muerto serían almas limpias, ya que se
hubiesen librado de la negrura. ¿Recuerdas, María, aquella vez que cayó un rayo
en un chopo de diez metros de altura a siete metros de donde tú estabas y el
mundo a tu alrededor por un momento se convirtió en un infierno de color
naranja con un sonido atronador y tú aprendiste de un solo golpe a tenerle un
gran respeto a lo natural? Pues bien, ya
es hora de qué sepas por qué te salvaste: te salvaste porque habías nacido alma
libre y jamás de los jamases, un alma libre puede convertirse en un alma muerta
ni un alma muerta puede con un alma libre, por mucho que intente partirle el
alma. Aquel rayo no te partió en dos a ti, sino que fue el chopo quien absorbió
toda su oscuridad porque las almas libres, como tú, son intocables para la
naturaleza madre. El vientre de la Tierra jamás consentiría que un alma libre
que es el ser más afín al mundo natural de los que pueblan el planeta perezca por su culpa. Si tu madre te reconoció como un alma libre al nacer, la
naturaleza te reconoció también como tal, el día en que te dejó contemplar en
primera persona y en primera fila el
poder descomunal y terrorífico de un rayo y de cómo éste se hacía a un lado con
tal de no rasguñarte. Y sabes que es verdad lo que te digo, puesto que años después te volvió a
ocurrir lo mismo mientras caminabas por un estrecho sendero en Caótica
flanqueado a su izquierda por una hilera de cipreses que volvieron absorber la oscuridad del rayo. Por tanto, aunque debes permanecer siempre atenta y
alerta a las almas muertas, en verdad, jamás van a poder contigo por mucho que
lo intenten, puesto que desconocen la materia de la que está hecha la fortaleza
y la vitalidad de un alma libre. Desconocen que el mundo natural y el Universo
siempre conspira a favor de las almas libres.» Esta es la historia verídica que mi bisabuela me contó en
infinidad de ocasiones sobre las almas muertas y que mi gente conoce del mismo modo como yo la conozco.
Por ello, el otro día, en una de estas tardes invernales en las que sólo puedes
permanecer junto a un buen fuego ya que la ventisca no te deja salir al
exterior, Alberto, que estaba observando cómo yo andaba triste por la decepción
sufrida unas horas antes por el comportamiento de una persona a la que yo tenía
por amiga, me rodeó con su fuerte brazo, me atrajo hacia él y me contó la
historia que mi bisabuela me contaba sobre el rayo que me reconoció
también como un alma libre y al terminar de contarme la historia, le miré a los
ojos y allí en ellos, supe como tantas veces lo he sabido, por qué es a él a
quien amo. Él, que también es un alma libre. Un hombre valiente, bueno y
honesto. Y me sentí tremendamente afortunada. Y me dije: «No quiero nada más en
esta vida. Solo quiero esto. Miles de momentos como estos. La vida para mí es
esto.» Y a partir de ese momento la desazón que sentía dentro de mí se
volatilizó y se esfumó por el tiro de la chimenea.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz