«Es
aquí donde mantengo mi suscripción generosa,
donde queda todo lo que soy y todo
lo que tengo.»
―Henry
David Thoreau―
«El
día en que cambiaste mi vida le diste orden al desorden, luz y calma y un propósito
a mi existencia, sacaste lo mejor de mí, me hiciste crecer a tu lado para bien, para evolucionar y ser un mejor
ser vivo. El día en que cambiaste mi vida te convertiste en hito, en un punto
de la misma constelación.»
Puedo susurrarle al oído tanto de
Alberto, como de Auster, como de Nuna, como de Thoreau estas palabras que forman
mi yo sin mentirle a ninguno de los cuatro, pues mientras las pronuncio estoy
abrazada a mi más rotunda y absoluta verdad y lejos estoy, ―bien lo sabe el Universo―, de caer ni en la
osadía ni en la falsedad. Y además si trazo una línea desde un
punto o un hito que ha cambiado mi vida a otro, es decir, desde Alberto a
Auster y desde Auster a Nuna y desde Nuna a Thoreau, estoy dibujando los
márgenes por los que discurre mi existencia. Y esa línea, esos márgenes, son quienes me han enseñado que todo lo que necesito en mi vida está dentro de mí. Reconocí a Alberto, a Auster, a Nuna y a Thoreau, como puntos o hitos porque al
estar frente a ellos, por vez primera, el tiempo se detuvo y
cuando volvió a correr y a transcurrir yo tenía plena consciencia de que había dejado
atrás con un portazo a mi antiguo yo. Quien me conoce verdaderamente sabe que tengo esos hitos bien presentes en mi día a día en cada uno de mis actos. Ahí están, a cada hora de mi vida:
Alberto, Auster, Nuna, Thoreau. No les hace falta anunciarse a sí mismos con
luces de neón, ni con aspavientos, ni pantomimas. Por no tener no tienen ni que recordarme el mes y el año, ni
siquiera el instante o la hora en que tuve la fortuna de que entrasen en mi
vida. Pues yo lo recuerdo todo. Ellos lo son todo. Ellos son yo. Y sólo puedo
resumir y comprender mis últimos veinticuatro años de vida deteniéndome en
ellos, deslizándome por ellos y a través de ellos, pues son tan reconocibles en
mí, como lo es el alambre para el funámbulo que con sus pies descalzos lo cruza
sin red. Alberto, Auster, Nuna, Thoreau son mi alambre y mi red, son los márgenes de la vida por los que tránsito, son y conforman la constelación que lleva mi nombre. Y lo son, porque me
cambiaron la vida por variadas y sustanciales razones pero sobre todo porque están hechos de
verdad. Y, yo, a la verdad no la cambio por nada. Me gusta que la verdad se
muestre y que esté presente, me tranquiliza el hecho de tenerla delante de mí
como si fuese una montaña que no admite dudas, pues una montaña siempre es una
montaña, me gusta vivir en la verdad porque en la verdad siempre hay orden,
claridad, disciplina, honestidad y armonía; en la verdad, no hay lugar para la
confusión ni el engaño ni las entelequias. Y al igual que la
montaña jamás será desierto, yo jamás seré mujer a la que darle gato por liebre, puesto que soy liebre. Así que en esas estamos, en Alaska: viviendo en la verdad.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz