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jueves, 1 de febrero de 2018

A TRAVÉS DE LAS GOTAS DE LLUVIA


«La atmosfera está llena de telégrafos que no pueden verse.»
―Herny David Thoreau―


Acabo de desencolar un libro así tal cual; esas cosas pasan cuando los editores optan por no dejar en la parte interna de la página los centímetros suficientes para poder leerlo sin tener que abrirlo en canal. Detesto las malas ediciones y a los malos editores que no respetan ni al lector ni al acto reconfortante que debe ser siempre leer. Los malos editores transforman el acto de leer en un tormento. Ahora mismo estoy metida en un proyecto nuevo de esos que se muestran ante ti como un apasionante desafío y aquí estoy de vuelta de mi paseo matutino e invernal desencolando libros mientras permanezco silenciosa y sumergida en mis pensamientos, intentándolos poner en fila india para que de todos ellos salga algo de provecho. Caminar me despeja la mente hasta tal punto que es una auténtica dicha ver cómo mis pensamientos errantes, nómadas y libres que no entienden de ataduras, ―de ahí el que les llame vagabundos―, danzan, revolotean, afloran al compás de ese caminar. Reconozco a mis pensamientos vagabundos porque cuando vagabundean a mí alrededor siempre acaban tomando cuerpo, forma, fondo y fuerza para luego esconderse y asentarse dentro de mí para seguidamente darme la vez y así, de ese modo, cuando yo lo estime oportuno, quizás al llegar a casa, pueda ponerlos en orden tras invocarlos para que salgan de su escondrijo. Mis paseos son como el patio de recreo de mis pensamientos vagabundos donde ellos juegan conmigo para que yo los haga míos. Ellos, esos pensamientos vagabundos, que deambulan a mí lado desde que yo era una niña cuando camino: brotan desde algún lugar donde un día yo sembré su semilla sin apenas ser consciente de ello, nacen de la asociación de una idea con mi propia experiencia, surgen de una frase que a bote pronto y de manera espontánea se ha compuesto en mi mente a saber por qué razón y con qué finalidad. La relación e interacción entre el caminar y los pensamientos vagabundos es una constante en mi existencia desde toda la vida. Recuerdo perfectamente cómo cuando sólo levantaba unos cuantos palmos del suelo e iba a la escuela campo a través los pensamientos eran mi mejor compañía y desde casa hasta la escuela crecían, crecían y se expandían, forjando mi carácter y mis sueños del mismo modo como mis pies labraban un camino que cruzaba por un mismo campo con distintos terrenos y dueños. Siempre he sentido querencia por los caminos que van a través de los terrenos, como he sentido pasión por ese deambular por las calles que no obedece a razón alguna sino a lo gratificante que es callejear sin rumbo e ir solamente al son de lo que te dicta el instinto, la curiosidad o una secuencia de fachadas. Siempre me ha fascinado la facultad que tiene el ser vivo de poder adentrarse por saludables caminos sin obedecer a nada ni a nadie, sólo a su libre decisión y voluntad; y así lo he hecho. He creado siempre mis propias sendas tanto rústicas como urbanas, tanto profesionales como de esparcimiento. Y, ahora, en mis fructíferas y fértiles caminatas canadienses, cada mañana, me dirijo al mismo lugar, o sea a la cabaña de los pájaros que está situada a unos cinco kilómetros desde donde Alberto, Nuna y yo tenemos nuestra morada, pero siempre lo hago por sendas diferentes que voy trazando según el día, tal como surgen, porque cada caminata trae su buena nueva. Llegar a la cabaña de los pájaros no es una meta en sí, sino llego hasta allí porque en ella se encuentra el punto desde el que sé que debo recular de nuevo a casa. La cabaña de los pájaros es un hito en el camino y me gusta llegar hasta ella y ver como el viejo Capitán Bixler a primera hora, con cada amanecer, deja un plato de comida para los pájaros. Un día me explicó que ese era sin lugar a dudas su momento del día. Para él lo más gratificante de su día es el instante en que desde detrás de la ventana ve como los pájaros comen en el plato desportillado de porcelana que deja siempre en el banco que hay en su pequeño porche. Y, del mismo modo, como para él su momento especial y preferido del día es ese, para mí, casi con toda seguridad es cuando me siento frente a la hoja en blanco para plasmar en ella lo que la caminata me ha concedido como regalo. Que puede ser desde algo tan sorpresivo como la aparición de dos jóvenes ciervos, a algo tan sorprendente, como la compañía siempre increíble e inesperada de alguno de mis pensamientos vagabundos que ha tenido a bien mostrarse para que reflexione sobre algo en concreto. Pero sea cual sea la sorpresa que el camino me tiene reservada, siempre se repite la misma constante, y es que a partir del minuto en que se presenta, percibo cómo el sol desde ese momento ilumina mi caminata tanto por dentro como por fuera. Y si me ocurre eso, es porque aun a pesar de la experiencia o quizás por ella, sigue fascinándome e impresionando el hecho de que cada día tanto el mundo natural como mi mundo interior sea capaz de hacer germinar en mí preguntas y sea capaz de estimular mi curiosidad hasta límites insospechados de la misma forma como lo hacía cuando era una niña e iba por aquel camino con sus pequeños taludes y curvas, ―campo a través―, que la cabezonería y la tozudez de mis pies hicieron que se marcase y grabase en la tierra por derecho. Al pensar en ese camino recuerdo como el disfrute que era transitar por allí se tornaba en berrinche cuando la lluvia me lo imposibilitaba. Pues el camino se convertía en un pequeño barrizal y mi madre me obligaba a ir por el asfalto, no obstante caminar por el asfalto tenía su lado bueno pues me hacía preguntarme cómo sería enfrentarme con mis pensamientos vagabundos por aquel camino a través de las gotas de lluvia, y desde entonces, eso se ha quedado dentro de mí, quiero decir, que cada vez que un pensamiento vagabundo toma forma en torno a mí, también deseo verlo a través de las gotas de lluvia, o lo que es lo mismo, no me conformo nunca con la primera reflexión, ni con la segunda, lo someto sino a una cuarentena, sí que a una semana de lluvia por si acaso existe otra perspectiva, otro punto de vista en el que yo no he reparado. Querer ver también el mundo a través de las gotas de lluvia significa para mí exigirse un poquito más, darle dos vueltas a las cosas, y ser capaz de reescribir un mismo pensamiento o una reflexión o una historia las veces que sea menester, hasta estar segura de que lo he observado desde todos los ángulos. Resumiendo, ver a través de las gotas de lluvia significa: no conformarse con la primero que se te pase por la cabeza, significa esforzarse, buscar la excelencia y el mérito en todo aquello que hagas, es, si por ejemplo editas un libro: editarlo para que la lectura sea un placer y no un tormento. Y, sí, soy muy consiente que todo eso se lo debo a aquel camino de mi infancia como también le debo saber cuán valioso es crear algo con tu esfuerzo de principio a fin a base de talento y fuerza de voluntad, porque eso es exactamente lo que lo hace completa y totalmente tuyo. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz