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lunes, 18 de julio de 2016

LA EDAD DE LA INOCENCIA


No concibo mejor comienzo para una época de asueto que no sea releyendo LA EDAD DE LA INOCENCIA. La novela que en 1920 publicó Edith Wharton. Es una realidad que he leído toda la obra de esta autora neoyorkina, y que soy una incondicional de La casa de la alegría, de Ethan Frome, de El arrecife o de La renuncia; pero ni de lejos siento por esas novelas, el grado de incondicionalidad que siento por LA EDAD DE LA INOCENCIA. Debió ser allá por el año 1994 cuando la leí por primera vez, y desde aquella, muchas veces han sido las que me he abocado a sus páginas. Con el paso de los años y la acumulación de experiencias propias, cada relectura me ha regalado una lectura distinta con la que he disfrutado siempre. Pero si por algo traigo este título a SOME VELVET MORNING, es porque hay algo que no cambia nunca cuando abro este libro y me deslizo por él, página tras página, y es, la toma de conciencia total de que hay lecturas y amores capaces de durar toda una vida. Algo que no me atrevería a decir que he sabido siempre. No, qué va. Sin embargo; ahora sé, que de existir existen personas que han sabido desde siempre reconocer cuando tienen al amor de su vida delante, como han sabido con un hilo invisible y poderoso cargado de magnanimidad y de verdadero amor atarlo a ellos para siempre. Y lo han sabido antes de que nadie se diese cuenta, ni siquiera el otro; y todo porque junto a él se han sentido indestructibles y por qué no decirlo, bastante inmortales. Por ello, tal vez, me gusta releer LA EDAD DE LA INOCENCIA, porque en cierta forma no deja de ser una atalaya desde la que se ve todo muy pero que muy claro. Diáfano, como cualquier día de verano. Una atalaya donde uno sabe quién es y en manos de quién está su presente y su futuro. Una atalaya que te permite conocer las hechuras de los amores capaces de durar toda una vida.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz.