No concibo mejor comienzo para
una época de asueto que no sea releyendo LA EDAD DE LA INOCENCIA. La novela que
en 1920 publicó Edith Wharton. Es una realidad que he leído toda la obra de
esta autora neoyorkina, y que soy una incondicional de La casa de la alegría, de Ethan
Frome, de El arrecife o de La renuncia; pero ni de lejos siento por esas
novelas, el grado de incondicionalidad que siento por LA EDAD DE LA INOCENCIA.
Debió ser allá por el año 1994 cuando la leí por primera vez, y desde aquella,
muchas veces han sido las que me he abocado a sus páginas. Con el paso de los años y la
acumulación de experiencias propias, cada relectura me ha regalado una lectura
distinta con la que he disfrutado siempre. Pero si por algo traigo este título a SOME VELVET MORNING, es porque hay algo que no cambia nunca cuando
abro este libro y me deslizo por él, página tras página, y es, la toma de conciencia total de que hay lecturas y amores capaces
de durar toda una vida. Algo que no me atrevería a decir que he sabido
siempre. No, qué va. Sin embargo; ahora sé, que de existir existen personas que han sabido
desde siempre reconocer cuando tienen al amor de su vida delante, como han
sabido con un hilo invisible y poderoso cargado de magnanimidad y de verdadero
amor atarlo a ellos para siempre. Y lo han sabido antes de que nadie se diese
cuenta, ni siquiera el otro; y todo porque junto a él se han sentido
indestructibles y por qué no decirlo, bastante inmortales. Por ello, tal vez, me
gusta releer LA EDAD DE LA INOCENCIA, porque en cierta forma no deja de ser una
atalaya desde la que se ve todo muy pero que muy claro. Diáfano, como cualquier
día de verano. Una atalaya donde uno sabe quién es y en manos de quién está su presente y su futuro. Una atalaya que te permite conocer las hechuras de los amores capaces
de durar toda una vida.
Besos y abrazos a
tod@s.
María Aixa Sanz.