.

domingo, 17 de enero de 2021

CUENCO ~ Objetos del 21 📦

  

Es domingo y me noto por fin descansada. He dormido a pierna suelta. Llegué al sábado verdaderamente agotada como si mi mente y mi cuerpo a lo largo de la semana hubiesen librado una batalla tensa y desproporcionada a lo que en realidad fue. En la tarde noche de ayer sólo tenía ganas (sin cenar) de meterme en la cama, instalarme en el hueco del cuerpo de Alberto y dormir profunda y libremente. Así lo hice. Le di el beso de buenas noches y me quedé en paz. Por fin estaba en el lugar en el que había añorado estar durante gran parte de la jornada. Hay días en que le echo mucho de menos en ese ínterin que va desde la hora de comer a cuando sé que su regreso es cuestión de minutos. En esa tarde, mientras se fundía el día en azul y la noche entraba, noté cómo crecían las ganas de estar pegada a él, de hundir mi nariz en su cuello y que me explicase el mundo (como lo había hecho esa misma mañana) con su manera de hacerlo: rigurosa, entendible y verdadera. Miles de veces oirán de mi voz y leerán en mis escritos que jamás voy a perder ripio de Alberto; ni voy a cansarme de escucharle atentamente, pues al hacerlo toda yo me diluyo y me prolongo en él. Dejo de ser un cuerpo independiente y autónomo para convertirme en parte de su persona y saberme como nunca etérea y suya. En definitiva, soy cautiva de la excelencia del buen contador de historias. También al escucharlo atentamente experimento uno de los sentimientos que más placer me produce albergar y comprobar como nace, crece y aflora siempre en una sonrisa de satisfacción y una rendición de absoluto amor: el sentimiento de orgullo, de sentir orgullo por otro ser. De modo que ahora descansada y sin nada que hacer que no pueda esperar, aprovechando la primera luz cálida del día fotografío el cuenco que contenía la caja de objetos que él me regaló. Un cuenco que si ya es bonito a simple vista, lo es todavía más cuando lo tengo en las manos, y compruebo su justo peso, la calidad del material con el que está hecho, así como su belleza. Lo sostengo a la altura de mis ojos y me digo a mí misma: 《Deja que te hable, María》. Observo como su dibujo azul forma un laberinto de ramas, hojas y flores; y al colocar un dedo sobre un punto aleatorio de esa enramada recorro toda la circunferencia del cuenco sin salirme. Lo compruebo varias veces. Divertida lo sigo comprobando desde distintos lados y en una de mis escapadas mi dedo alcanza una pequeña ramita en la que me parece advertir en vez de una florecilla azul, dos corazones atados. Me sorprendo. Busco la lupa. La encuentro en uno de los cajones del gran mueble de La Madriguera. La coloco sobre el laberinto azul, me aventuro de nuevo por él, y vuelvo a encontrarme con dos diminutos corazones que están bien atados por una rama mayor que los enraíza con la existencia de todo el laberinto en sí. Llamo a Alberto. Entusiasmada y agradecida, le digo: 《¡Mira!》Le explico mi hallazgo, y le beso en la boca. Beso sus labios apetitosos y de canela. Ríe. Es un sabio que me ha vuelto a sorprender. Comprendo tras besarle que el cuenco es nuestra vida en Lisboa, es la memoria de su cerámica y azulejos, de las ramas de aquel balcón descuidado lleno de flores que miraba al Atlántico y cuya persiana siempre estaba echada a la hora de la siesta y sobre el cual nosotros bromeábamos de camino al elevador de Santa Justa, es el azul de nuestros días allí, de lo maravillosa e importante que fue para nosotros nuestra estancia en Portugal. Entiendo que nuestro amor es azul; y observo, que si bien el azul es el color que se utiliza para marcar distancias e infundir respeto, también es el color con el que se viste la elegancia natural del hombre al que amo y me ama, y el color que escogió para iluminarnos el cielo.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera,  17  de Enero de 2021)