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viernes, 15 de enero de 2021

CANDELABRO DE 4 HOJAS ~ Objetos del 21 📦


Realmente no es mayor ni menor la pasión que siento por Alberto que la que él siente por mí. Ambos lo sabemos. Somos dos iguales escapándose (cada uno a su manera) de lo poco firme que resulta ser el suelo que pisamos las personas, cuando nuestra existencia está desprovista de amor. Es bien sabido que los individuos poseemos dentro de nosotros la llave para que la existencia nos eleve, y eso sólo ocurre (las más de las veces) cuando conectamos íntima y vivamente con otro ser, corazón con corazón, sentido a sentido, piel con piel. Cada uno en su esencia, con sus hechuras, con su forma de ser y con su manera de mirar a los ojos, albergamos en nuestras entrañas el antídoto para rescatar de la uniformidad de los días a otros seres. Todos somos invisibles y mortales hasta que alguien nos ama verdaderamente; y entonces, mientras dura ese amor, nos volvemos visibles e inmortales. Por ello, si acaba: muere en nuestro interior la vida viva con su esperanza, no sólo los afectos. Sinceramente creo que Alberto y yo nos rescatamos el uno al otro cada día desde que nos conocemos. Pienso en ello mientras observo de cerca el candelabro de cuatro hojas que me regaló hace unos días junto a otros objetos. Él, aún no ha regresado de grabar y contar; y yo, lo deposito sobre la mesa en La Madriguera, coloco una vela en su interior y la prendo. Advierto inmediatamente el efecto que me produce contemplarlo con sus cuatro hojas rizadas y aéreas, con su serenidad. Noto el sosiego que me transmite. Y me veo de repente, encendiéndolo el resto que me queda de vida, en esa hora calma de la tarde en que Alberto todavía no ha regresado, pero que incluso así su presencia se nota ya en el aire. Sé (sin ser consciente de saberlo) que ese candelabro siempre será anuncio de dicha; y también, que estará sobre la mesilla de noche (donde Alberto habitualmente deja sus libros) la mañana de un domingo lluvioso en la que yo en mi cama abandone la vida. Me fijo bien en él, sabiendo que me acompañará hasta mi último aliento, me fijo en que posee la misma elegancia natural que posee de manera innata Alberto. Recorro con los dedos la silueta que sus hojas dispuestas a diferentes alturas dibujan sobre el mantel. Al hacerlo, reparo en que de esa misma manera, recorro desde hace mucho su cuerpo. Como más detenidamente los observo, más hermosos e hipnóticos me resultan, ambos. Definitivamente lo que me provoca el candelabro es una copia exacta de lo que siempre me ha provocado el hombre al que amo y me ama. Comprendo en un santiamén la razón por la que lo ha comprado para regalármelo después: los detalles. Él ama la vida al detalle y al pie de la letra. Es lógico, pues que le llamase la atención. Porque su historia tiene que estar a la fuerza escondida en el gran número que posee. Manipulo las hojas que del calor de la cera se han vuelto más maleables; y al contrario que antes, puedo plegarlas como un capullo alrededor de la vela. Es en ese momento, cuando leo la inscripción que algún orfebre ha grabado en su envés. Unas palabras que lo encierran y lo dicen todo: “En donde yo te espero sólo tú cabes”.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera,  15 de Enero de 2021 )