En verdad no me acabo de creer la cosecha que el jardín de La Madriguera me ofrece. Sucede en una órbita distinta a lo soñado, superando mis expectativas. El día ha amanecido gris. El color en este domingo de agosto proviene del arreglo que acabo de realizar con lo cosechado. No sólo el color. También el aroma a bergamota y a jengibre del gran lirio fucsia que perfuma La Madriguera. Tengo las cortinas descorridas y las puertas francesas abiertas de par en par de modo que la casa, el porche, y el jardín son un solo espacio. Me gusta tenerlas así cuando por el horizonte asoma tormenta. Abro el diario natural. No tengo nada prioritario ni urgente que hacer salvo escribir. Hoy, excepcionalmente, no tenemos invitados. La Madriguera está tranquila y yo, más. Sonrío ante el arranque de sinceridad. Admiro de nuevo el arreglo floral. No me canso de mirarlo. Me impresiona lo bonito que es. Pienso en cuán importante es rodearte de belleza, habitarla, sentir que forma parte de ti. Qué bien le sienta a la salud, al espíritu y al alma; tras visitar, en primer lugar el corazón. Porque la belleza siempre va directa al corazón y aviva el amor que hay en él. Lo regenera. Lo mantiene al día y lo reparte en todas direcciones. Es de gran utilidad ser consciente de ello. En mi caso sé que la belleza exalta, aumenta y ennoblece el amor que siento por el mundo natural y los seres que lo habitan, por mis semejantes, por los ojos que mueven mi sangre, por el oficio de escribir y de contar, por la bendición que es la rutina del cada día, por las distintas actividades que forman parte de mis horas y que enriquecen sobremanera mi días, por las historias, por mi Dios, su palabra y consuelo. En este agosto no hay día en que no me sorprenda el amor que existe en mí, la bondad que emana sobre todas las cosas de ese amor. 《Lo estoy haciendo bien》, me digo a mí misma. No sé si solamente es un percepción, aunque creo que no. Transito sin fisuras dando lo mejor de mí por la senda que elegí para llegar a la verdadera casa. En estos momentos estoy escribiendo como quien camina sin un propósito y pocas cosas me agradan más que averiguar adónde me llevan las palabras. Me relaja. Es un excelente hábito para los ratos libres como los de este domingo. Mis ojos levantan la vista del diario y se detienen en la lavandera blanca que acaba de posarse a un metro de mí en la mesa del porche. 《Descarada》, le digo sonriente. Me mira y mueve su cola y su plumaje. Está acostumbrada a mí y yo a ella. Alza el vuelo y capto su sonrisa y risa en su manera de irse. Mientras tanto, los gorriones con su panza regordeta, esperan la tormenta sin dejar de lado sus juegos en el parque de atracciones que es para ellos el jardín de La Madriguera. ¡Qué felicidad de domingo! ¡Qué sosiego de domingo! Me doy cuenta de lo distinto que me resulta este domingo de los otros, quizás por ello, lo encuentro de una belleza sin igual. Nunca hay dos días iguales, ni siquiera, los domingos. Al prestar atención a los detalles, compruebo como incluso dentro de la misma rutina cada día es diferente a otro, y todavía lo son más, al interactuar con la naturaleza. Hay tantísima belleza, magia y dicha en ellos que irremediablemente convierten cada jornada en singular y única, alejándola de toda similitud con sus pares; y mi existencia, en una existencia de fe y esplendor que vale la pena vivir. Me gusta creer que parte de la aventura de vivir es aprender a encontrar las bendiciones, la magia, lo especial, lo que convierte un día en distinto de otro. Me gusta pensar que el provecho de la aventura de vivir se puede medir con la euforia y la gratitud que se siente al encontrar tesoros al caminar las horas. Me gusta imaginar que la aventura de vivir está ligada a la intensidad de las ganas de gritar a los cuatro vientos: que volverías a repetir con los ojos cerrados, más que nada por la fe en ti misma y en tu Dios. Sí, me gusta pensar todo eso y escribir sobre ello. Es a esa conclusión donde me están conduciendo las palabras en esta mañana. ¡Ojalá repetirte mil veces, domingo tormentoso de agosto! A continuación, voy a preparar un ensalada de atún. Mi comida preferida en verano. Y sigo escribiendo, mientras espero la lluvia caer. Escribir y lluvia. La belleza de la palabra escrita con una razón de ser. La belleza de la lluvia que afuera en el exterior enaltece lo que amo. No puedo pedir más.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 21 de Agosto de 2022 )