Oigo desde aquí, desde La Madriguera, no tan lejos los cascabeles del trineo de Santa Claus aproximándose a nosotras. El cielo está estrellado. Puedo coger el frío con las manos. Abro la boca y dibujo con el vaho figuritas parecidas a las de mazapán. Esta noche es Nochebuena, y mañana, Navidad. La mesa está puesta. Los vestidos son de fiesta. La cocina huele que alimenta. Rica, muy ricamente. Los villancicos flotan en el aire formándose en melodías, y seguidamente, en canción que se tararea y se canta. Espero ilusionada la llegada de los invitados, para después, juntos cenar festivamente y recibir, también juntos, los regalos de Santa Claus. Nuna está pegada a mí, me acompaña a todas partes, se sienta a mis pies, ahora mismo, me imita. Con el vaho de su boca también dibuja figuritas que se parecen a las de mazapán. Le acaricio el pelaje. Y debajo de las orejas. Ella inclina su cabeza buscando la palma de mi mano. Cierra los ojos al hacerlo. Le recorro la columna vertebral. Mis dedos se enredan con sus rizos. Noto como a toda ella le recorre un calambre de placer. Le rasco las posaderas, y ríe, ríe, ríe, mi niña de cuatro patas. Me mira francamente como siempre hace con sus enormes ojos negros. No tiene dobleces. 《¿Quieres que te cuente un cuento de Navidad?》, le pregunto. Ama oírme hablar, que le cuente cuentos, que me refiera a ella, que le lea los textos que escribo, como si los escribiésemos a medias. Comprendo cuánto le está gustando una narración, cuando cambia de posición para acomodarse mejor. En este momento, ahorita mismo, se sienta frente a mí. Atenta a mi voz. Sonrío. Así que improviso un cuento para ella, aquí, afuera en el exterior. Lo invento sobre la marcha, mientras la tarde se desliza hacia la noche más mágica. “El niño camina sobre la nieve. Su liviano cuerpo impide que se hunda en ella. Ni siquiera deja huellas. El niño a ciencia cierta sabe adónde va. Llega a la construcción que desde hace más de cien años acoge una encantadora iglesia entre sus paredes. Como no tiene fuerza para abrir el portón, y además su altura apenas le da para alcanzar la manilla y doblar el picaporte, se escurre por el agujero que a los feligreses les sirve para dejar limosna para los más necesitados (en forma de pasteles, ollas con sopa y prendas de abrigo) a cualquier hora del día o de la noche. El niño atraviesa la puertecita batiente del agujero y en un tris se encuentra dentro del pequeño templo. Nada más cruzar oye las voces del coro que a esa hora ensaya. Una amplia sonrisa se le dibuja en el rostro. En primer lugar se dirige como un autómata a la pila bautismal, moja sus deditos en el agua bendita y se persigna. A continuación, se sienta en uno de los primeros bancos, y al poco, canta con entusiasmo y voz clara (para sus adentros) la canción que está interpretando el coro. 《¡Blas, Blas, Blas!》, minutos después le llama Adelaida Whitaker. La puertorriqueña de Minnesota cantante de góspel que dirige el coro y sostiene la batuta con una mezcla de generosidad y firmeza digna de ver. El niño sale de su ensimismamiento musical con dulzura. Abre los ojos de tal manera que abiertos se quedan como dos pequeñas lunas en su plenilunio. Sorprendido de que Adelaida Whitaker sepa su nombre. Ruborizado cuando la ve caminar hacia él y tenderle la mano. Sin comprender muy bien la razón coloca su manita en el interior de la mano de la mujer. Se levanta y camina junto a ella. Avanza por la iglesia con ella. La voz de contralto de Adelaida Whitaker le llega desde las alturas, desciende hacia él como una bendición: 《Hoy vas a cantar, Blas》, le indica la mujer.《¿Por qué?》 , se atreve a preguntar. En un acto que le parece de lo más valiente y audaz. 《Porque esta noche es Nochebuena, y mañana, Navidad》, le responde. Y, Blas, el niño Blas, se siente enorme y feliz. Como todo buen corazón agradecido, y espíritu honesto y justo, debe sentirse en una noche como la del día de hoy. ¡Feliz Navidad, Nuna! ¡Feliz Navidad, mi amor!“
¡Feliz Navidad!
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 24 de Diciembre de 2022. Nochebuena)