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lunes, 7 de mayo de 2018

UNIDAD DE MEDIDA DEL TIEMPO



Me gusta leer antes de acostarme. Para cazar al sueño. En un cuerpo a cuerpo entre mi mente vigilante y la narración, si la narración gana me duermo si por el contrario es mi mente quien gana me aboco muy probablemente a un sueño superficial en una noche corta. Leer es una buena manera de alcanzar el duermevela, para posteriormente sumergirse en un sueño profundo. Leer no deja de ser una forma de medir el tiempo. Una unidad de medida del tiempo. Es un vehículo para que nuestra mente tome impulso y se oxigene desde el minuto X al Y, desde el punto A al B. Muchas han sido las veces en que he utilizado esta medida del tiempo no sólo para poder dormir a pierna suelta, relajadamente, sino también para encauzar el viaje literario y de descubrimiento que siempre es escribir una nueva historia, una nueva novela, un nuevo libro. De modo que siempre he tenido como aliada y en consideración esta unidad de medida del tiempo, pues nunca me falla: cuando un proyecto es una semilla y aún le queda mucho para tomar forma, dejo mi mente libre, y le digo, ya te repensare dentro de tres o cuatro novelas. Entonces leo sin pensar en el proyecto y tres o cuatro novelas después busco a ver que encuentro y siempre me maravillo ante los hallazgos y me rindo, de nuevo, a los pies de mi mente. El poder de mi mente me apasiona. Y me congratula enormemente el hecho de que mi mente necesite nutrirse de novelas para seguir fluyendo, porque eso dictamina en cierta manera la importancia del oficio de contar historias. Esa necesidad “sanadora” que es el leer le da cuerpo y razón de ser al oficio de contar historias. Esa unidad de medida del tiempo que es el transitar de un párrafo a otro, de una página a otra, desde la primera línea hasta el punto y final, da la magnitud de cómo contar historias no sólo es un oficio ni sólo es una habilidad sino es un arte ancestral de sabiduría que da alas a nuestros sueños, sentido a nuestras jornadas maratonianas, y a nuestro ser más íntimo, esperanza en las horas de lluvia, cobijo en las tardes de bochorno de verano, amparo en noches plagadas de vigilia, consuelo en el desosiego. Esa unidad de medida del tiempo deja que nuestra mente tome impulso y se oxigene para que se materialicen nuestras realidades como lectores, pero también como es en mi caso como contadora de historias, porque como tal, siguen siendo las palabras, las líneas, los párrafos, las páginas, las historias escritas, quienes enmarcan el tiempo de mi vida. Cada jornada puedo calibrarla entre fértil o infértil según lo escrito, el tiempo cunde o deja de cundir según lo que he podido plasmar en negro sobre blanco, la vida es intensa según a cuántos pensamientos he podido darles forma y convertirlos en parte de una historia. Teniendo de ese modo los meses el tamaño y la profundidad de miles de palabras y los años de las novelas. Así que es fácil deducir que mi existencia se determina con esa unidad de medida del tiempo; en vez de mirar relojes y calendarios, yo mido mi vida con palabras escritas y leídas. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz