«Todo lo que hemos
experimentado ha desaparecido en nosotros
mismos, y ahí está. Es la compañía
que mantenemos.
Un día, enfermos o saludables, saldrá a la superficie y será
recordado. Ni el alma ni el cuerpo olvidan. La ramita
recuerda siempre el
viento que la sacudió, y la piedra
recuerda el golpe recibido. Pregúntale al
árbol viejo y a la arena.»
―Henry David Thoreau―
Hoy llueve con ganas desde
el norte. Hoy nos quedamos sin paseo ni invernal ni primaveral, aun así como
para todo en la vida hay que buscar un cómplice, y dado que el cielo es una
inmensa nube preñada de lluvia, yo busco el sol que habita en mi interior. En
estos días de mañanas primaverales y noches de invierno he recordado el consejo
que hace mucho tiempo me dio mi abuelo, me dijo: «María, búscate para todo en
la vida un cómplice». Cada uno de los consejos que me dio es mi propia
existencia sobre la faz de la Tierra quien les va cargando de razón. Todos ellos
están repletos de sabiduría y los años que van haciendo mella en mí son quienes
les infunden la claridad y el valor real. No hace muchos días un amigo me dijo
que yo era una mujer tranquila y fascinante. Lo único que pensé cuando me lo
dijo es que si acaso lo soy, quien me ha otorgado esas virtudes, son los algo más de quinientos veintiocho meses que llevo a la espalda con todo lo que he aprendido y también con todo lo que he olvidado por no tener cabida en mi vida. Por nada más. Si soy
tranquila es por la edad. Si soy fascinante es, no me cabe la menor duda, porque
tengo muchas cosas que contar. Y las cuento. No soy de dejarme cosas en el
tintero, ni de reservármelas para mí, el hecho de ser contadora de historias es
algo que va más allá de un oficio, es mi forma de ser y de estar en el mundo.
Me gusta transmitir lo que aprendo ya sea en forma de novela y de textos varios para todo tipo de lectores, o, de chascarrillo oral para mis círculos familiares y amigos. Quizás por
ser contadora de historias, soy de naturaleza habladora; haciendo gala de ese
no saber estar callada ni debajo del agua con el que mi madre siempre me ha descrito, y si a esa opinión de mi madre le sumo el consejo que mi abuelo me
dio hace tanto tiempo, no puedo hoy por hoy hacer otra cosa que no sea darles la razón
a los dos. Los animales humanos no sabemos realmente estar solos, tenemos
siempre que estar en un permanente diálogo, en una continua conversación,
tenemos que oírnos, sabernos seres parlanchines, de ahí que todos aquellos
aventureros intrépidos que se han ido a convivir con la soledad hayan acabado
escribiendo un diario. Siendo la página en blanco y el lápiz para ellos su
forma de hablar, de dialogar, de verbalizar y poner en orden sus pensamientos.
Los consejos de mi abuelo son templos cargados de verdad. Pues, ¡cuánto hay de
cierto en ese María, búscate para todo en
la vida un cómplice! La complicidad y el diálogo que se teje en esa
complicidad, ese diálogo mudo o a gritos nos es necesario para soportar la
existencia. No tener cómplices y sentirse vivo es un imposible. ¿Cuántos
cómplices podemos tener en la vida? Infinitos. Es más, cuántos más, mejor.
Cuántas más complicidades tengamos en nuestra vida más enriquecida estará. El
hombre al que amas; la hermana con la que la risa tiene un motivo sin tener una
explicación; el libro que estás leyendo y que en un momento en concreto te hace
estar más acompañada que si estuvieras con decenas de personas; el oficio
mediante el cual tu personalidad sale a la superficie y que se convierte en tu
forma de mostrarte al mundo; las canciones que le cantas al oído a tu amor y que
conforman una tras otra toda una historia; la fortaleza que habita en ti y que
solo tú sabes cómo hacerla surgir para que las tormentas escampen; la
naturaleza o todo aquello que te hace estar en comunión contigo misma; la perra
con la que tu sueño se acompasa con el suyo; incluso tu yo interno con el que a
veces te encuentras hablando sola; y tantos y tantas otros y otras cómplices y
complicidades son los que harán en realidad que veas siempre la vida en color.
Es decir, desde el lado soleado de la existencia. Así que ya sabéis, lectores
míos: Buscaos para todo en la vida un cómplice; pues la vida de esa forma tiene
más sabor.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz