Calles y plazas mediterráneas |
«Sal a caminar durante los
días de tormenta o atraviesa los campos
y los bosques nevados si quieres
mantener tu espíritu alerta.
Trata con la naturaleza bruta. Pasa frío, ten
hambre, cánsate.»
―Henry David Throeau―
Lo contario de echar
raíces no es deambular sin rumbo fijo. Sé por experiencia que es más fructífero
andar por andar, deambular sin un porqué, caminar sin un propósito, callejear
cuando sabes muy bien de dónde vienes y provienes, cuando tus raíces están bien
enraizadas a una tierra, a un árbol, a la naturaleza, al hombre al que amas, a
un oficio, a una casa, a una familia; porque entonces ese deambular tiene un
sitio al que regresar y una razón de ser para ansiarlo, necesitarlo y desearlo
y por eso el hecho de llevarlo a cabo resulta ser un placer. Para mí callejear,
o deambular sin rumbo fijo, caminar sin un propósito y ya hacerlo contra el
viento es mi forma de despejarme, es la forma en que la luz entra en mí. Ese
caminar es la grieta que Leonard Cohen sabía que existía en todo con el objetivo de que la luz pudiese entrar en su interior. Y la luz de esa grieta que es mi libre
caminar es sentir la mente despejada, liberada de toda mala vibración y llena de
mi particular resurgir. Tras un rato, unas horas, de ese caminar aleatorio que
no obedece a nada ni a nadie, soy otra. Sé que mientras camino mi mente no se
concentra en nada en concreto, ni se contrae por ningún temor, sino que al
revés se expande, respira aliviada, y lo paradójico es que sin pensar en nada
lo ve y lo entiende todo. Callejear, caminar, deambular sin un rumbo fijo te da
el poder de ver lo que en otras horas no ves. La actitud que adopta el cuerpo
de dejarse llevar por los pies, de tener fe en esos pies, que aun sin saber
adónde van, siempre te llevan al lugar donde te está esperando: la paz, el
sosiego, la serenidad, los pensamientos vagabundos, gaseosos y valiosos, los
detalles enriquecedores y las revelaciones que te harán crecer como animal
humano que eres es la más provechosa y fructífera de
las apuestas, la mejor de las costumbres, la más sana de entre todas las
opciones a las que uno puede dedicar ratos de su existencia, puesto que siempre
e invariablemente al caminar sin obedecer a nada te encuentras a ti mismo en un
reencuentro que te es vital y necesario por sorprendente. Caminar te permite
autodescubrirte. Pues al caminar exploras con los sentidos no sólo los lugares
por los que transcurre tu caminata sino también exploras con todos los sentidos
tu interior, hasta la más recóndita parte de tu mente y de tu memoria, y al
hacerlo te oxigenas y encuentras y obtienes los frutos de la cosecha
que has ido sembrando a lo largo de tu existir. Al caminar deambulando, sin
ninguna duda, hallas siempre la mejor versión de ti misma. Lo que hace que te
congracies contigo y con el resto de seres que pueblan el planeta. Los
hallazgos que realizas en esa manera de caminar sin propósito alguno son tesoros. Como animales humanos que somos, ―conscientes de nuestra finitud―,
nos es necesario apresar continuamente mediante el movimiento de nuestros pies
esa especie de enamoramiento permanente que mantenemos con la vida y que nos ayuda
a soportar incluso lo insoportable. Necesitamos caminar libremente para
sentirnos facultados para vivir. No podemos conformarnos solamente con
desplazarnos como lo hacen los animales no humanos. Puesto que al contrario de
éstos, nosotros necesitamos caminar no solo para ir de un sitio a otro, sino
necesitamos caminar para reconquistar los paraísos perdidos que alberga la
parte más íntima de la persona en que nos hemos convertido; para de ese modo,
encontrarle sentido a una existencia que aun sin saber la fecha exacta de
caducidad, sabemos que ésta de existir, existe. Caminar sin ton ni son, caminar
libremente, nos salva. Ya que caminar así nos permite percibir un horizonte
inmenso delante de nosotros donde todo es posible. Es nuestra forma más pragmática
de alargar la vida. El espacio abierto y sin fin donde transcurren nuestras
caminatas nos ofrece y regala la impresión de que nuestra existencia está menos
constreñida, que es algo abierto, y eso aumenta nuestro bienestar tanto físico
como emocional. Algo similar les ocurre a los perros que aun siendo animales no
humanos, son los animales más humanos de entre todos los animales no humanos, y
es de sobra conocido cuánto necesitan para su bienestar al convivir con
nosotros salir a correr a lo loco y sin un porqué aparente, puesto que en
realidad no les es necesario ni desplazarse de un lugar a otro, ni cazar para
alimentarse. Pero aun así lo necesitan. Al igual que nosotros. Así pues como el
animal no humano más humano, es decir, el perro, yo necesito para mantener la
cordura el caminar bajo el solo dictado de mis pies. Y cuando caminar se hace
por libre voluntad y tus raíces están bien enraizadas, deambular
sin rumbo dista mucho del deambular de un mendicante, cuando deambulamos sin
rumbo fijo ya sea por la naturaleza o por las calles de nuestras ciudades o
pueblos, quienes tenemos un sitio al que regresar, me refiero del mismo modo a
nosotros como a los perros, lo hacemos para de manera implícita reafirmar
nuestra personalidad y no olvidar quienes en verdad somos mientras nuestras
mentes y nuestros cuerpos se expanden y se ensanchan hacia lugares tan
enriquecedores como insospechados. Así pues deja que camine un rato, por favor,
lector mío, me es menester.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz