Si observamos más allá de las relaciones parentales, sentimentales y fraternales en el flujo constante de personas que se cruzan en nuestro caminar a lo largo de la vida, constataremos cómo en ese conglomerado formado por todas las personas que llegamos a conocer y que están de paso en nuestra vida, —como nosotros lo estamos en la de ellos—, admite una segmentación de tres tipos de gente que dejan en ti sensaciones distintas cuando la memoria te los trae desde el pasado al presente. Así pues están los que dejan un poso de energía positiva y muchísimas horas de risa incluso un brillo en los ojos; los que por el contrario, su recuerdo es pernicioso por lo tóxico que fue su contacto con ellos; y por último, está el tercer grupo en el que hoy me quiero detener por la curiosidad que despiertan en mi, puesto que no llego a comprenderlos y que son: los sinsustancia. Si el término sustancia significa: «Esencia, lo que permanece de un ser más allá de sus estados.» Lo contrario y aplicado a las personas nos lleva a decir que un insustancial o un sinsustancia es todo aquel al que le falta el grado de esencia o la esencia para permanecer en nuestra memoria, para trascender, ya que durante el tiempo en que le tratamos no fue capaz de dejar ninguna señal en nosotros. Cada vez que me he cruzado con una persona que ha resultado ser un sinsustancia, alguien sin fundamento, que va por la vida como pollo sin cabeza y lo que es más penoso que ni siquiera se da cuenta de ello, me ha fascinado como puede fascinarte la resolución de un enigma. La falta de juicio y madurez incluso por muchos años que tenga el sinsustancia es la característica principal de este tipo de personas. Y aunque probablemente a las primeras de cambio no te des cuenta de si estás ante un ser así, sí que te percatarás de ello, tal como vaya pasado el tiempo y notes que no te aporta nada y que su forma de proceder no atiende a una pauta razonable. Y por si esto fuera poco, los sinsustancia, ni siquiera resultan ser personajes tóxicos que te pueden producir urticaria. No, ellos son seres cuya naturaleza está diluida; y lo está en un componente al que yo jamás le he podido poner nombre. Pareciéndose demasiado a esas almas a las que Virgilio se refería como que vivieron en el mundo sin vituperio ni alabanza. Según el poeta romano, este tipo de gente, son esos seres que al morir el cielo rechaza por no ser lo bastante buenos, el infierno tampoco quiere admitirlos y el mundo no guarda recuerdo de ellos. Para mí los sinsustancia perfectamente quedan representados, enmarcados y delineados en la definición de Virgilio.
No obstante, el no poder
comprender el cariz de la mente o de qué barrunta el cerebro o cuál es la
composición de los pensamientos del sinsustancia es para mí como una asignatura
pendiente en la que de cuando en cuando me detengo. Y cuando hablo de ello con Alberto me indica con su siempre certeza visión: «Tú siempre buscándole
el por qué a todo. Un día tendrás que hacerte a la idea de que muchas cosas no
tienen respuesta. Y los sinsustancia siempre serán un misterio de la naturaleza
humana. Hazte a la idea.»
¡Y claro, cómo no
hacerle caso al hombre y amor de mi vida! Pues de haber sido un sinsustancia
jamás hubiese encontrado en él mi dicha. Así que, lectores
míos, no sé vosotros que posición tomáis frente a estos seres, pero yo voy a seguir el consejo de Alberto y también por
qué no el de Virgilio con su no hablemos de ellos más: míralos y pasa.
Besos y abrazos a
tod@s.
María Aixa Sanz