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viernes, 22 de diciembre de 2023

LOS DESPOSEÍDOS ~ 9

ANOCHE CUANDO SE ACOSTARON, agotados de recorrer Joly Nice House junto a Nill y a Baltasara, tras haber jugado en la nieve con ella hasta rendirse ante las ganas insaciables de juegos de la perra, se volvieron a repetir que había sido el mejor día de todo el año. Si la mañana ayudando a Nill con los adornos les había parecido divertidísima y la historia que les narró a mediodía, les hizo sentirse maravillosamente bien (menos solos, menos tristes, más parte de un algo cálido y familiar); la tarde noche, cuando llegó, les supuso el colofón, sintiéndose increíblemente queridos en la reunión de todos alrededor del árbol para adornarlo. Se quedaron perplejos ante la cantidad y variedad de bolas y colgantes, incluso Baltasara tenía los suyos propios, unas bolas rojas con la cara de Santa Claus dibujada en blanco. La sorpresa fue mayúscula, cuando Brooke les dio como regalo, una caja con tres colgantes idénticos (en forma de una pequeña corona de diez centímetros de diámetro con un reno en su interior) para conmemorar su primera Navidad en la casa. Se apresuraron sin timidez hacia el árbol y cada uno de ellos colgó el suyo donde quiso, sintiéndose especial. ¡Cuánta emoción habían notado en sus corazones! Qué experiencia más enriquecedora estaba siendo aprender a crear nuevos recuerdos, en esa segunda oportunidad que Joly Nice House les ofrecía. Los tres estuvieron de acuerdo que no sólo era por estar en Joly Nice House, también era por la Navidad. Lo que les estaba sucediendo, verdaderamente, creían era consecuencia de celebrar la Navidad, de vivirla, de sentirla en su corazón, de disfrutarla a más no poder, dándole su importancia real, es decir: toda. De igual manera Six, como Colin, como Ryan (sobre todo Ryan) sienten como se notan las certezas que sin Navidad, no hay resto del año. No hay ilusión que nos conmueva en los siguientes meses. Sin Navidad no hay futuro, se dijeron mientras se tapaban con el mullido y calentito edredón. Porque la ausencia de Navidad deja a las personas sin fe, sin esperanza. De manera que antes de apagar la luz y dormirse profundamente se sinceraron y hablaron: no estaban locos, no era una ensoñación, era la Navidad quien les daba la posibilidad de pensar que podían considerarse bienaventurados, en lugar de desposeídos. Con ese pensamiento espléndido lleno de luz y futuro, cargado de fe y esperanza se durmieron. Y los tres han despertado sonrientes, cada uno a su ritmo y en su forma. Con una cháchara desternillante han ordenado la buhardilla; después vestidos como de domingo, peinados y repeinados a paso garboso han bajado las escaleras encaminándose hacia la cocina, y al entrar: ¡menuda sorpresa! Beatrice no está sola, un hombre joven en el que Ryan ve al pirata Barbanegra les saluda con afabilidad. El hombre habla con viveza, y Beatrice les presenta: “Estos tres son: Six, Colin y Ryan.” “Encantado de conoceros, por fin. Estáis destinados a ser la alegría y el orgullo de Joly Nice House. También su futuro. Un futuro esperanzador, estoy seguro. No ando mucho por aquí, pero la señora Mackenzie me tiene al tanto. Es grato, siempre lo es, regresar a casa y encontrarme con el viejo rostro de Beatrice; sin embargo, por muy guapa que sea, por muy consentido que me tenga y por muy bien que cocine, siempre me ofrece la misma cantinela. En cambio, vosotros podréis contarme tantísimas cosas distintas, tantos inicios y aventuras dispares que regresar no será difícil. ¿Cómo van los preparativos de la Navidad? ¿Ya habéis sacado la Navidad de sus cajas?” , les dice Barbanegra ante el regocijo de Beatrice, cuyas palabras sobre ella dichas por él, no la enfadan, todo lo contrario la hacen feliz. Rebosa dicha. Está radiante. Ellos tres asienten. Ni Six, ni Ryan abren la boca. En cambio, como es de esperar Colin, sí. “La Navidad está lista, señor. Nada falta, nada sobra. Bueno, cierto del todo no es. De faltar, falta el marqués de Tratratra. En cuanto llegue, todo puede pasar, la Navidad y la felicidad pueden comenzar de inmediato. Los villancicos a sonar y a cantar, las bandejas a servir, la cocina a humear ricos guisos, los platos y las panzas a llenar, las bebidas espirituosas a subirse a la cabeza, un buen fuego a arder, los regalos a desenvolverse, los cuentos a ser contados a medianoche, las tazas de chocolate a beberse, los dulces a saborear y la estrella de la Navidad a brillar en la Nochebuena. Nosotros no seremos impedimento para que lo que tenga que suceder, suceda. Incluso puede empezar a nevar de nuevo, y no parar hasta el año que está por venir, señor. Y si me lo permite: atando cabos, atendiendo a sus palabras, eso es ya, porque no creo equivocarme si pienso que usted es el marqués en persona. De no ser así, dado sus palabras sobre la misma cantinela, Beatrice le hubiese estampado una sartén en la cabeza”, explica Colin con claridad, ante el asombro de Ryan y el susto de Six. Barbanegra ríe de forma convulsa, su rostro expresa sorpresa y alegría. Mira a Beatrice y le dice: “Tienes razón. Este chaval apunta maneras. Es como encontrar una veta de oro”. Beatrice ríe, también. Y los tres de pie (plantados en la cocina) a la espera de que las palabras de Colin no hayan estropeado su estancia en la casa, tienen los nervios a flor de piel. “Pero sentaos y contadme. Quiero saberlo todo de vosotros. En verdad, soy el marqués. Bien visto, Colin. No creo que Beatrice, de no serlo, dejase pasar por alto mis bobadas. Por favor, llamadme Killian. Nada de señor, ni de marqués. Agradecido estoy y estaré si me hacéis el favor de considerarme vuestro hermano.  Evidentemente, uno mucho más mayor. No tengo hermanos, y nada he deseado más en mis veintiocho años que tenerlos. Y en esta época todavía más, para por ejemplo: al llegar la Navidad no estar solo al pie del árbol, no poder jugar con bolas de nieve o haciendo un muñeco. Mi infancia no fue lo espléndida que debía de haber sido por ese detalle, y no es un detalle menor. La soledad nunca es un detalle menor. Sentirse solo de niño es un horror. Es una situación muy triste. Al menos, para mí lo fue. Así pues confesado mi mayor anhelo y presentado formalmente; ¿qué os parece, si tras desayunar con el resto, le damos la vez a la Navidad? Tendréis que enseñarme a celebrarla como Dios manda junto a Baltasara”, les confiesa el marqués de Tratratra, Sir Killian Leonard Percibal Medad; y con su sinceridad se gana de inmediato el corazón y  el favor de los tres. “Por supuesto, será un honor", le responde con rapidez  Ryan verdaderamente emocionado. Por su parte, Six, en un acto espontáneo se levanta de la silla en la que acaba de sentarse, se aproxima a él y le besa en la mejilla; y entonces el emocionado es el marqués. Colin le dice visiblemente satisfecho: “Eso está hecho, Killian. Confía en nosotros.” A lo que el joven hombre responde tendiéndole la mano. Segundos después Colin se la estrecha, cerrando el trato con el último marqués de Tratratra. Killian no miente. Beatrice conoce su infancia, conoce cuán solitaria y apagada fue; no obstante, la confesión le ha sorprendido porque no esperaba tanta lealtad con los niños desde un principio. Al oír la confesión piensa que es la Navidad quien la ha propiciado. La única época del año en que con mayor facilidad lo bueno aflora a la superficie de la existencia. La Navidad es estímulo. Sabe que no habrá mayor lealtad que la de Killian con Six, Colin y Ryan. Satisfecha, les amonesta: “Vosotros tres, ¿acaso no tenéis unas tareas que hacer antes de que acuda a desayunar el resto? Espabilad, y tú, Killian (de momento) no les entretengas más, haz el favor de ayudarles. A Six se le está terminando el pienso de Baltasara, ve a buscar otro saco.” Los cuatro (Six, Colin, Ryan y Killian) se levantan, y raudos y veloces cumplen con su cometido. No vaya a ser que Beatrice en serio se enfade y se queden con el estómago vacío en vísperas de Nochebuena. 《


FIN




LOS DESPOSEÍDOS. Cuento de Navidad.

© MARÍA AIXA SANZ, 2023

Acabas de leer LOS DESPOSEÍDOS en línea y por entregas. ¡Feliz Navidad, lectores!