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lunes, 3 de julio de 2023

LOS INQUIETOS ~ 16

Realmente le entristeció, que la maldad y el egoísmo de Aldo hubiese llevado a la mujer a cuestionarse su propia rectitud moral. “Debo resultarle patética”, le sugirió la mujer. “¡Por Dios! Señora, no. Y mil veces, no. El único ser patético que hay en esta historia es el tipo que la molestó", le espetó Neville a punto de enfadarse, y a continuación, su pensamiento se deslizó veloz hacia la mecanógrafa del coro y una pregunta recayó sobre sus hombros: ¿Ella también le resultaba patética? Frente a él, la extraña de la mañana de lluvia, cerró de nuevo los ojos y se apretó los párpados con los dedos para evitar que una lágrima, probablemente la primera de muchas, brotase de ellos, y se puso en pie: “Ya le he robado mucho tiempo. Muchísimas gracias por todo. Me ha hecho bien confiarle mi atribulado presente. Le enviaré por mensajero a mediados de marzo (cuando tenga dispuesto por completo el calendario) un dossier de la fundación y las fechas en las que deberá impartir las conferencias.” “Perfecto", le respondió Neville. “Un último favor, ¿puede darme un abrazo?”, le pidió la mujer. “Por supuesto”, le contestó el hombre. Bastante incómodo, abrazó a la desconocida del mismo modo en que abrazaba a su hija. Quiso en el abrazo trasladarle seguridad, quitarle los miedos, arroparla y alejarla de todo mal y de todos los demonios y monstruos. “¿Cómo se llama?”, le preguntó Neville sin soltarla. “Evelyn”, le respondió ella. “Confíe en el tiempo, Evelyn. Todo irá bien", le dijo apiadándose de ella, sin mentirle, soltándola con ternura. Una llorosa mujer con una tibia sonrisa aflorándole en los labios se despidió de él. Si bien antes, se disculpó por haber olvidado por completo no presentarse formalmente con su nombre. Neville le restó importancia y no dejó que se marchase sin prestarle un paraguas. Llovía a mares cuando Evelyn se desdibujó más allá de la verja del jardín delantero. Neville cerró la puerta tras de sí y regresó al estudio. Recogió las tazas en la bandeja y se dirigió a la cocina. Mientras fregaba lo utilizado, pensó en que aquella muchacha  se había  equivocado de extremo a extremo. Hubiese tenido que romper el cheque. La libertad de espíritu y conciencia; lo reconfortante que es saberse una persona  íntegra, honrada, buena; el poder seguir mirándote en el espejo de hito a hito; el que la brújula que son los principios siga marcando invariablemente la dirección correcta; no hay dinero que lo pueda pagar. Le invadió una profunda lástima. Los errores humanos, lo evitable, provocaba en él un intenso sentimiento de pena. Sintió la urgente necesidad de salir a caminar bajo la lluvia, pero como se lo impedía la prudencia y el recuerdo del crac de su cóndilo femoral externo al impactar en el hormigón de una calle poco transitada; salió al jardín trasero, y se sentó en el porche a ver la lluvia caer. Pues como Margaret le solía decir al oído: la vida que uno encuentra después siempre es mucho más valiosa. El resto de la jornada para Neville transcurrió apaciblemente por los raíles de la cotidianidad. No fue hasta el segundo plato de la cena cuando le contó a Margaret lo acontecido en la mañana. Le hizo un relato esta vez sin ningún tipo de teatralidad. Aun así la situación no quedó exenta de cierto aire cómico. Tal vez por las palabras que escogió como introducción, o quizás, porque Neville (en alguna hora entre la comida y la cena) había decidido hablarle a Margaret de Adelaida Whitaker. El caso es que mientras comenzaban a dar cuenta del rape en salsa americana que Margaret había cocinado como segundo, Neville le dijo: “Hoy ha venido la otra. Se ha presentado en nuestra puerta la segunda candidata. La profesora de instituto. Evelyn.” “¡¿Qué?!”, le respondió Margaret, realmente sorprendida. “Tal como te lo digo. Ha estado un par de horas sentada en nuestro estudio", le indicó Neville. “Esto ya es preocupante. Tanto ir y venir. Tanta mujer confesándote sus pecados “, bromeó Margaret, a la que le estaba resultando difícil aguantar la risa, y si lo hacía era porque Neville estaba serio. “¿Qué pasa? ¿Qué te preocupa, piloto?”, le preguntó Margaret a su marido. “Le dio nuestra dirección, las señas, Adelaida Whitaker”, le confesó Neville utilizando un tono misterioso. “¿Y dónde está el problema?”, le dijo Margaret. Neville carraspeó, se limpió los labios con la servilleta, la dobló con una parsimonia exasperante, y fijó su mirada en la de Margaret: “Llevo medio tonto enamorado de Adelaida Whitaker desde los ocho años, y no me gusta que ella piense en mí. Me pone nervioso. Muy nervioso.” “¿Y qué si ella piensa en ti o habla de ti con terceros? Que estás como enamorado de Adelaida Whitaker lo sé desde años ha, porque siempre que nos cruzamos con ella, se te arrebolan las mejillas, empiezas a sudar, apartas la mirada y te quedas mudo. Pero si no te sale ni la voz, Neville”, le indicó Margaret. “¿Lo sabías y no has hecho nada en estos años para aliviar mi sufrimiento?”, le espetó Neville, enfadado. “No me desternilles, Neville", le dijo Margaret tronchándose de risa. “No te rías. Es preocupante”, le dijo Neville. “¿Qué es preocupante?”, le preguntó  ella.  “Lo que me ocurre cuando tropiezo con ella”, le confesó  él. “No es preocupante. Es lógico. Los hombres jamás dejáis de ser niños grandes y ella fue tu primer amor. Si a eso le añades que fue un amor no resuelto, pues inevitablemente se ha quedado dentro de ti”, le explicó una sonriente y comprensiva Margaret. El suspiro de alivio que dio Neville se oyó a kilómetros de distancia. Margaret volvió a reír. “Piloto, tu secreto está a salvo conmigo”, le aclaró ella. “¿Crees que ella me lo nota?”, le preguntó Neville a su esposa. “Probablemente, sí. Pero tranquilo que no va a proponerte nada, si eso también te preocupa. Conoces a su esposo. Ambos le conocemos", le respondió  Margaret. “¡¿Qué?!”, exclamó Neville. “Tu novia en sueños hará unos diez años que se casó con el dueño de la joyería ubicada al lado de la iglesia de Santa Dorotea”, le anunció Margaret. “¿El que también es dueño de la tienda de antigüedades ‘Cien fuegos'?”, le preguntó Neville. “El mismo. Al final formalizaron lo que era un secreto a voces. Tengo entendido que desde que ella tenía dieciséis o diecisiete años es su amante. Deben ser muy felices porque acaban de adoptar un niño, un huerfanito de nombre raro. Niño no se qué. Se colaba por el agujero donde la gente deja comida y ropa para los más necesitados en la iglesia, cuando el coro ensayaba bajo la batuta de Adelaida Whitaker; y al final, ella se encariñó de él. Será como un nieto para los dos. Algo que les distraerá en la vejez”, le contó Margaret, y Neville oyó como cada parte de su mente sufría una reestructuración para la que pensaba no estar preparado, pero reparó en tan sólo unos minutos en que sí lo estaba, y comprobó como su corazón latía diferente a como lo había hecho siempre: ligero, aliviado, libre. Sin nada que lo pudiese perturbar asomándose por el horizonte. “¿La tal Evelyn es la chica que vimos con Aldo, la noche de San Valentín, a las puertas del restaurant ‘A tus pies?”, le preguntó Margaret cambiando de tema, recuperando lo acontecido ese veinte de febrero. “No. Ni por asomo", contestó Neville alejándose de sus cavilaciones, notándose en sintonía con el presente, sin distracción alguna en la cocina de su hogar. “Entonces, ¿la prostituta sigue ostentando el papel de prostituta en esta función?”, dijo Margaret. “Hasta que se demuestre lo contrario, sí. ¿En qué mundo vivo, Margaret, que no me entero ni de la misa la mitad?”, le preguntó Neville a su esposa. “En uno mucho más noble, interesante, brillante y enriquecedor que el resto de los mortales, Neville. El tuyo, piloto. En ese que por fortuna el destino me dio a conocer; y tú, permiso para entrar y quedarme, mi amor “, le respondió Margaret. Él sonrió, sonrió profundamente desde el corazón. La amaba. La amó ya en el primer día de su historia en que en un aparcamiento ella le reconoció y le felicitó con desparpajo por la carrera del fin de semana anterior. La amó ya en el segundo día de su historia en que por casualidad se volvieron a encontrar en el mismo aparcamiento; y ella, sin detenerse le saludó tocándose el ala del sombrero como si fuese un vaquero, y se dirigió a él por vez primera con aquella palabra que formaría parte de su futura intimidad: “Piloto”. La amó ya en el tercer día de su historia en que en el mismo aparcamiento se volvieron a encontrar antes de que la mañana se convirtiese en jornada. Esa vez de manera intencionada por parte de él, puesto que Neville había averiguado donde trabajaba y estaba esperando a que llegase. “¿Sabes que vas a casarte conmigo, no?”, le indicó al verla un eufórico  y desvergonzado Neville. Más seguro de sí mismo de lo que lo había estado nunca. Al oírle ella se acercó a él y cuando casi que sus cuerpos se tocaban, le dijo: “Hoy no, tengo mucho lío”. Ante la sorprendente respuesta de ella, él silbó. De sus labios salió un auténtico silbido masculino de satisfacción. Existía tanta electricidad entre ellos, tanta atracción, que bien hubiesen podido iluminar una buena parte del mundo. “Entonces, mañana”, le indicó él, pegándosela a su cuerpo. “Ya lo creo que sí, piloto”, le respondió ella. Al día siguiente se casaron. Testigos de la boda improvisada fueron uno de los pinches de la cocina en la que por aquel entonces trabajaba Margaret y el mejor amigo de Neville, el mecánico de la escudería. Se casaron en una capilla al amparo de un sol radiante, sin conocerse, por instinto, como dos salvajes, por atracción. Desde ese punto construyeron una vida juntos y una familia bien avenida. Nunca se han arrepentido ninguno de los dos. Tantísimos años después siguen siendo los mismos. Se aman con la misma honesta pasión. En lo que restó de cena, Neville, le narró el relato de aquella desconocida que como una intrusa se había colado en la existencia de los dos (un día de lluvia) y acabó de contarle sus vicisitudes. “Debió romper el cheque. Es algo de lo que se arrepentirá toda la vida. Y si se descuida con ese tipo de donaciones le prorrogarán la presidencia por lo siglos de los siglos", le dio por respuesta Margaret a Neville mientras compartían el helado que acompañaba el postre. “¿A qué sí?”, le dijo él. “Tal cual", sentenció ella. 



LOS INQUIETOS 

© MARÍA AIXA SANZ, 2023

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