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jueves, 4 de agosto de 2022

4 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾





La mañana del cuarto día del octavo de año transcurre divertida como si en ella habitase la vacación por mandato real. Cuando al amanecer con el primer canto del gallo, entre todas las posibilidades que te brinda el recién estrenado agosto, escoges salir al jardín y vivirlo, nada puede salir mal. Lo primero en lo que reparo es en lo bonito que está. Él y la mañana vestida de azul claro. Después todo sucede de manera natural, el tiempo vuela, y la evasión se palpa. Aireo, podo, riego, abono, remuevo, muevo, corto, preparo un arreglo floral para cada estancia de La Madriguera y estreno de paso los jarrones nuevos de distintos tamaños que compré hace unos días en la feria artesanal del Condado de Trafegar. Me relaja y me complace jugar con flores, hacer composiciones, agradecerles lo que me dan, mimarlas, pero sobre todo, me agrada sentir que forman parte de mí, que fueron mi decisión y ahora son el fruto de mi trabajo y complicidad con ellas. 《Yo he hecho que esto suceda》, me oigo decir alborozada. Realmente estoy satisfecha por el modo en que planifiqué el jardín el otoño pasado. Recuerdo que pensé y repensé muchísimo qué plantar en él, ya que lo más importante es no quedarse sin flores para cortar en ningún momento de la temporada. El jardín como tal existe para ser una sucesión de flores. No se debe permitir que exista un día, ni un espacio, ni un jarrón libre de ellas y se le debe facilitar la posibilidad de proporcionártelas sin ninguna dificultad. Esa es la regla. De lo contrario, el culpable eres tú, la mala cabeza que no sabe planificar es la tuya y el jardinero catastrófico lleva tu nombre. Con sinceridad confieso que me gusta repasar mentalmente la lista de flores que el jardín de La Madriguera me ha ofertado y me sigue proporcionando. Así que mientras bebo agua fresca y cristalina, agua riquísima que me recuerda a la del botijo del que bebía mi abuelo y que guardaba a buena sombra, repito el listado, no sin antes ordenarme a mí misma para montar algarabía un redoble de tambores que aunque ficticio suena fantásticamente bien. Redoble de tambores: narcisos, calas blancas, tulipanes, peonías, amarilis, calas de colores, liliums, gladiolos, agapanthus, zinnias y dalias. Ahí es nada. De lado dejo: los crocus, los jacintos, las fresias, las hortensias, las cannas indicas, los hibiscus, las margaritas y demás que son para lucimiento en exclusiva del propio jardín, y que no admiten corte por una norma no escrita sobre conservar el equilibrio del mundo natural. Una norma parecida a esa otra que a veces respeto de sólo cortar una flor por cada cinco que florecen de la misma especie. Y entre todas las flores que permanecen incólumes en el jardín de La Madriguera está florecido como el rey de su mundo el árbol de Júpiter. De igual manera que el año pasado, puntual y lleno de alegría, el uno de agosto (para conmemorar que desde el planeta Tierra se atisba durante todo el mes el planeta Júpiter) nos despertó con su estallido de flores rosa, minúsculas y hermosas. Porque sí, porque agosto ya está aquí. Mi mes preferido de los que forman el verano llegó con el amanecer. Un mes que me sabe en el paladar a fruta dulce y en los sentidos a sueño hecho realidad. Desde el agosto se llega antes al otoño. Es un mes de escape, de evasión, de dejarse llevar, de azúcar y de historias a hilvanar a la carta. Es un buen mes para las historias, las que escribimos a conciencia, las que vivimos de improviso puesto que nos salen al paso y no nos disgustan, las contadas, las leídas, las filmadas y las visualizadas. Conozco a una librería que en la pizarra de su establecimiento llegados a este mes siempre escribe que agosto es un mes de novela. No sé si es exactamente así, pero para que el octavo del año no me recrimine una mala disposición, en el porche tengo preparado papel en blanco sobre el que escribir, unos pocos títulos que me guiñan el ojo desde el lomo de su libro, un proyector de cine colgando desde el cielo estrellado y una hamaca haciendo lo propio en el viejo árbol donde tumbarme y contarme a mí misma lo que me niego a contar a terceros. Todo es una historia. Todo a mi alrededor son historias dispuestas a ser contadas. Disfrutadas, amadas, perseguidas, idealizadas. Las flores que me rodean, también. No son una excepción. Las flores que en su día sembré siendo bulbo o semilla guardaban ya, por aquel entonces, en su interior la historia de su propio futuro. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Agosto de 2022 )