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lunes, 27 de junio de 2022

27 de Junio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Junio acaba, se va, pero deja en La Madriguera la intuición convertida en certeza de que habitar un jardín es sanador. Cada mañana a eso de las once y media me anudo el delantal a la cintura, cojo mi cubo rojo, las tijeras de podar y aireo el jardín. Por un rato regreso al Edén. Hago mía la antigua creencia de que todo aquel que anhela regresar al campo, como todo aquel que desea convertir una pequeña parcela de tierra en su particular jardín obedece al impulso de vivir (de nuevo) en el paraíso perdido. Lo de tener un jardín en mi caso está en los cimientos de quien soy. Desde niña deseé tener mi propio jardín del que cortar flores para vestir los rincones de mi hogar. Por aquel entonces, ya sabía que jamás me sería suficiente la contemplación de jardines ajenos, aunque fuese el jardín de mis abuelos. No me bastaba con la contemplación. Necesitaba un jardín en el que tener voz y voto, en el que hundir mis manos, por el que batallar. Un jardín cuyo destino estuviese ligado al mío y su esplendidez fuese consecuencia de mi disciplina, sudor y trabajo. Me di cuenta de que quería un jardín propio con la misma terca obstinación (quizás inexplicable para otros) de quien desea tener un tractor, un vestido de novia o un ciclomotor. Sin embargo, siendo justa, en aquella época no sólo anhelaba fervientemente mi propio jardín, también deseaba poseer mi propia biblioteca. Y, si bien, la biblioteca fue lo que en primer lugar me insté a construir, y fue lo primero que alcance a tener volumen a volumen hasta superar los tres mil; la voluntad de poseer un jardín que floreciese en virtud de mis decisiones y mi esfuerzo estuvo en mí (entretanto) de igual manera. De hecho, a lo largo y ancho de mi existencia ha sido meta a conseguir; y por fin, aquí y ahora, en La Madriguera tengo el jardín del que disfrutar y cortar las flores del cada día. Por fortuna, el relato de la entrada en el diario natural de este lunes, que lleva en sus entrañas el adiós del sexto y la bienvenida del séptimo del año no acaba aquí. Al revés, todo lo contrario. Pretendo que continúe. De ese modo lo prefiero, porque estoy afuera en el exterior bajo un cielo nítido y un sol abrasador, escribiendo mentalmente lo que a la tarde transcribiré al papel. No hay que desaprovechar la mañana. No hay que rehusar el regalo que es el momento presente. Acabo de realizar un arreglo floral y en este mismo instante un jarrón repleto de media docena de grandiosas amarilis rojas estriadas de blanco y verde luce en el interior de La Madriguera como un recuerdo de Feria de Abril recién cortado. En el tiempo en que en su postrer ubicación las amarilis inundan de alegría el hogar creado, yo cavo dos pequeños hoyos en un rincón del jardín en el que sembraré a continuación dos dalias de talla XXL sobre un lecho de estiércol de caballo y humus (caca) de lombriz. Antes de enterrarlas, anoto en pizarritas sus nombres: Kogane Fubuki y Dazzling Magic. Seguidamente coloco cada raíz con sus yemitas mirando el cielo en su hoyo correspondiente, las cubro con un poquito (tres centímetros) de tierra, y sin regarlas (no hay que regarlas hasta que broten) pongo mi corazón en ellas y les doy la bienvenida a La Madriguera. Como hago con cada ser vivo que llega a este enclave. En este punto del texto reconozco divertida que estas páginas de estos diarios van camino de convertirse en una manual de jardinería si sigo así. Miro el reloj. La una y diez del mediodía. Recojo los bártulos. Los guardo en el cobertizo. Borro todo rastro de desorden y en un acto reflejo respiro profundamente mientras contemplo el jardín en su amplitud, al hacerlo, sin saber la razón (como en tantas ocasiones) me descubro a mí misma compartiendo con él un versículo. Mi voz se alza con la cadencia del rezo y se abraza a mis pares: “Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto? Juan 11: 25-26”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Junio de 2022 )