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lunes, 7 de junio de 2021

7 de Junio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Huele a mundo natural trenzado, a antigua artesanía a dos manos, a horas de armonía y de silencio en las tardes de estío. Huele a infancia. A la mía. A un lugar que habita dentro de mí y así será por los siglos de los siglos. En esta mañana de primeros de junio recupero sensaciones al entrar en la cestería de Rose. Bisnieta, nieta, hija de cesteros. Cestera ella. Rose hace gala del don de su familia, de ese talento común en los cesteros de sacarle tiras al tronco del árbol sin dañarlo, para poder elaborar cestos distintos, únicos y hermosos en su fin y en su finalidad. No sin antes haberle pedido permiso al árbol y mostrado su agradecimiento. “Tiene el alma vacía quien dentro de sí no alberga con alegría el cantar del pájaro ”, reza en la pizarra colgada en la pared de enfrente del rectángulo que es la cestería. Desde este lugar se oye a todas horas el trajín de los pájaros, en cierta medida, se parece a La Madriguera. Por experiencia propia sé que son buena compañía para trabajar con las manos al compás del latido del corazón. Se lo indico a Rose. Asiente. Entre tanto la boca se le ensancha dibujando una sonrisa honesta, que le borra la concentración de la cara, de sus brazos, del cuerpo en general, y en unos segundos, me encuentro ante una Rose relajada, dispuesta a atenderme. Necesito cestos, le indico. Así y asá. De un tamaño medio tirando a grande sin exagerar. Y un macetero redondo. También, razonablemente grande. Me he propuesto de una vez por todas (antes de viajar a Dawson City a pasar unas semanas de vacaciones) arreglar en la medida de lo posible, que no terminar, una habitación de La Madriguera que todavía está a medias. Hacer con ella lo que pueda. Puesto que ni hombre ni casa será jamás obra finalizada, ya que la vida es una construcción continua de nosotros mismos y de nuestro hogar. Rose mientras me muestra los cestos que intuye me van a gustar, tararea una vieja canción india que invoca la lluvia. Le funciona. Lo sé. Junio es real. Es todo, menos ficción. No ha parado de llover ni una sola tarde en todo lo que llevamos de mes. De hecho, junio se presentó con la lluvia bajo el brazo. Sinceramente me agrada como el día se refresca, como el exterior de La Madriguera se impregna y se libera. Nadie protesta en la pradera cuando la lluvia nos bendice. Secretamente a alguien puede fastidiarle, sin embargo, no lo verbaliza. Se avergüenza de ir en el sentido contrario a los designios de Dios. En la pradera todo buen corazón está agradecido cuando la lluvia se deja caer sobre nosotros. De una forma particular y de un tiempo a esta parte, cuando la lluvia y el cielo gris tapan las vistas que tengo desde La Madriguera, mi mente evoca las colinas de Ngong. Con ese sentir dentro de mí, es un placer estar afuera en el exterior contemplando la lluvia; y al entrar, encender un fuego, prender la vela en el candelabro, y cenar el alimento recién cocinado sobre el mantel de hilo con estampaciones coloniales que hallé en el ChaschasPinut. Se lo confieso a Rose. Me pregunta qué es Ngong. Soy yo la que sonrío. Me sonroja decirle que es una forma de vivir y de amar, pero sin saber el verdadero motivo, no me sonroja contarle que en mi imaginación es el lugar donde si dispusiera de todo el tiempo del mundo sería para permanecer en él. Asiente, de nuevo. Satisfecha con mi respuesta. 《Ngong es donde tú eres realmente tú. Donde todo es perfecto 》, me sugiere. Le sonrío como respuesta. Desvío la mirada. Sé que los indios son capaces de leer el corazón de esta contadora de historias. De pronto se da la vuelta con un macetero espléndido en sus manos. Rompe inteligentemente el hechizo. Hacemos juntas inventario de la media docena de cestos, macetero incluido, que voy a llevarme de su cestería. Pago con dinero y hojas de tabaco. El dinero obedece a la transacción, el tabaco es para mostrarle mi gratitud. En la puerta de la cestería mientras cargamos los cestos en la camioneta me señala algo. Miro en la dirección de su dedo y veo un hermoso pavo real cruzando la pradera. Tengo la impresión de que es un espíritu viejo y amigo, como la tengo cuando cocinando en La Madriguera, me giro para mirar porque tengo la sensación de que alguien acaba de entrar o salir desde o por el porche. Voy a decirle algo a Rose, pero ya no está. No recuerdo si nos hemos despedido. Subo a la camioneta con el impulso de contarle lo sucedido a Denys Finch-Hatton. Reparo en que no soy Karen Blixen. Sonrío. Se lo contaré a Alberto, en cuanto a la noche me instale en el hueco de su cuerpo en nuestro refugio verde. Él ama mis historias, como Denys Finch-Hatton amaba las de Karen. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 7 de Junio de 2021 )