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domingo, 12 de julio de 2020

LA VIDA DEL 19



Las lluvias se aproximan. Va a llover de un momento a otro y yo estaré aquí, sentada en mi porche junto a Alberto Fil. Voy a preparar café. Ser feliz en nuestra granja, aquí sentados, observando el espectáculo que es la naturaleza es posible, y lo es todavía más habitando el sosiego y el silencio que precede a la lluvia. El suave viento preñado de tormenta que se lo lleva todo, absolutamente todo, acaricia el rostro de Fil, agita mi cabello. Sabemos que con esto basta, que con este estar sentados aquí, la vida nos es suficiente. En los últimos tiempos nos sentimos viejos y cansados, pero quién no. ¿Quién no se está sintiendo de ese modo en este cruel, enfermizo y extraño veinte que nos está derrotando al menos un poco a todos? Decididamente la cicatriz que nos va a dejar el 2020 será considerable, hay que reconocerle en su agria originalidad, que nos ha colocado en una tesitura de un calibre brutal, hasta llegar al punto en que lo rutinario, lo sencillo, lo simple como ver la lluvia caer sentados en un porche, se ha convertido en un tesoro. La lección principal de este azote no va a ser ninguna otra que comprender que nuestra existencia tal como la vivíamos, nuestros actos del día a día, nuestras costumbres y manías,  eran nuestra mayor fortuna. Por eso andamos como locos queriendo recuperar la vida del 19. Ganas inmensas de volver a ponernos de pie sin dolor y sosteniendo con nuestra fuerza, con nuestras piernas, con nuestro cuerpo el ensamblaje de la ilusión, del poder vivir sin más pero también sin menos y sin miedo. ¿Lo conseguiremos? Sí,  yo creo que sí.  Si hemos llegado hasta aquí, podremos llegar hasta allí. Gaynor, -una muy buena amiga de Manitoba-, repite constantemente que la mujer fuerte no nace simplemente, se hace desde las tormentas a través de las que camina. Caminemos pues, pensando que aunque ahora mismo nuestro caminar, nuestros pasos no son certeros, nos va a sobrar toda una vida para hacerlo con garbo, al trote y al galope. Y, también, por supuesto, para seguir contándonos historias, cocinando para nosotros y para los amigos, sentándonos alrededor de una mesa, creando hogar en nuestra granja reformada, viendo películas al caer la noche, sintiéndonos únicos bajo los cielos de la pradera de Manitoba, mirando de frente los desafíos de la existencia, enamorándonos con cada atardecer, adaptándonos a la voluntad del destino, conociendo que es necesario creernos por nuestro bien el relato que ocupa nuestras horas, apasionándonos. En definitiva, seguiremos apostando por la vida en plena naturaleza con calma y muy lentamente. Escribiendo serenamente los textos pertenecientes al libro ‘Pensamientos Vagabundos’, mi proyecto más personal y a todas luces: lento,  al servirme sólo de la experiencia de lo vivido para contar. Vivir para contar. Al menos,  por una vez, deseaba tomarme el oficio de escritora con  la calma y el poso del tiempo a mi favor. Esa era mi prioridad, mi objetivo al comenzarlo: no escribir nada que no naciese de mi día a día, de mi verdad. A fecha de hoy mantengo esa condición, convirtiéndose el proyecto en un espejo autobiográfico. Y, al ser así,  irremediablemente la vida va tomándose sus pausas para que los textos tomen forma, para que las variadas aventuras tengan siempre el atractivo de las hechuras de la narración. En estos últimos años las historias han ido floreciendo en Canadá del mismo modo de lo más profundo de la naturaleza salvaje, de los descubrimientos y hallazgos, de los aprendizajes y buena gente entre fogones, como de las cabriolas inesperadas y volteretas desacertadas a las que el azar me ha arrastrado,  y con las que me he dado con los huesos en el suelo, literalmente, y, por supuesto, de las incontables veces en las que me he sentido inmensa, feliz y afortunada como jamás lo había sido. Y por esa apuesta por la vida, no nos queda otra que construir la vida de antes en el hoy, siendo del todo conscientes que sólo lo que nos hace mejores de la vida del 19 tiene que ser los cimientos para lo que ha de venir. Soy consciente en esta hora en la que la mansa lluvia refresca nuestro espíritu que debe ser así o no será. 


Besos y  abrazos  a  tod@s. 
María Aixa Sanz.