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domingo, 30 de septiembre de 2018

COMO LA LLUVIA A LA TIERRA



«Quiero tu horizontalidad.
Y tus tres palabras en alemán:
depositadas en mi oído.»
Nocturno en berlinés / Mike Brodeur―



La señora Hundley, dejó lo que estaba haciendo y se puso a mirar por encima de mi hombro, arrugando la nariz y carraspeando por detrás, al darme cuenta entendí que estaba en el buen camino, supe que en aquel catálogo estaba la información que buscaba sobre el ejemplar descatalogado de Nocturno en berlinés, que tenía para mí a esas alturas todas las hechuras ya de un incunable. Entonces, oí que musitaba un infantil: «¡Cáspita!», y a mí me entraron ganas de contestarle con un «Cachis…», pero no, me mordí la lengua. La señora Hundley, era una bibliotecaria surrealista, porque era celosa y avara con los libros que poblaban la biblioteca, que por cierto era una de las más desconocidas, ―se entiende como consecuencia de su celo― y ricas de Canadá. Aquella mujer trataba los libros como si fuesen de su propiedad, y espantaba a los lectores, y qué decir, si el lector quería echarle un vistazo a un libro que estuviera situado más allá de las dos primeras estanterías de novedades. Y ya, lo de querer bajar al sótano de la biblioteca o subir a la primera planta era misión imposible, a uno le entraban ganas de esperar a la noche y escalar la pared y saltar por la ventana al interior de la biblioteca antes que enfrentarse la señora Hundley. Pero más allá de las reticencias de la bibliotecaria o de mi propia osadía o tal vez fortuna, la realidad era que yo había encontrado en aquel catálogo la primera información contrastable sobre el libro desde que le seguía la pista, pues había llegado hasta allí a base de confiar en mi instinto y darme unas cuantas veces de bruces con los chascos a los que me abocaban las pistas falsas, pero ese día y allí, hallé una pista de la que podía comprobar su veracidad en unos pocos minutos. Estaba más cerca que nunca de tener en mis manos Nocturno en berlinés, uno de los pocos ejemplares de un volumen de poesía de una pequeña tirada que había publicado al regresar de Alemania, Mike Brodeur. Le había seguido la pista durante semanas, desde que en la granja de los Brodeur, exactamente entre las posesiones de Mike, me encontré con el manuscrito de un poemario escrito de su puño y letra. En aquel momento, pensé que eso era todo, que había escrito un poemario pero que jamás lo había publicado. Leerlo de su puño y letra me impactó. Cada uno de sus versos recaló en mi cuerpo con la dosis exacta para que encontrase el conjunto espectacular y necesario. Si hay, que la hay, una lectura distinta en cada libro para cada lector, para mí leer el poemario de Mike Brodeur fue como llegar a casa después de haber andado muchísimo, o como sentarme frente una chimenea donde arde un buen fuego después de haber estado durante bastantes horas a la intemperie. Compartir tiempo y vida, conversaciones, o sencillamente una estancia en silencio con Mike Brodeur, siempre me había hecho realmente feliz, y en ese momento, ese hombre, volvía a hacerme feliz a través de sus versos. Por ello, solté un gritito de sorpresa, cuando un sábado registrando de nuevo la librería repleta de poemarios de Margot en su granja, al tomar entre mis manos un pequeño volumen, vi por casualidad, ―aun si bien no creo que las casualidades como tales existan, sino creo que todo es una correlación de energías y fuerzas invisibles en las que el destino une la vida de los unos con los otros de una manera indemostrable y también ingobernable y poco predecible―, en el índice de la colección, exactamente en la decimocuarta posición, el título: Nocturno en berlinés. Y fui, en ese momento, consciente de que no pararía hasta encontrarlo y tenerlo frente a mí. Entonces no pensé que fuera a costarme tanto, pero sí, la búsqueda fue toda una aventura que comenzó cuando comprendí que por mucho que me extrañase y escudriñase, Mike Brodeur, en su granja no tenía ejemplares de sus obras, me había pasado con el libro Nada nuevo bajo el sol y ahora con el poemario. Lo busqué con lealtad, con fe, con esperanza, no tiré la toalla en ningún momento, había en la búsqueda bastante de desafío. Pensé, aunque pueda sonar absurdo, que Mike Brodeur volvía a desafiarme como siempre lo había hecho con su enorme inteligencia y su gran corazón. La vida junto a Mike Brodeur siempre resultaba apasionante y adictiva, a su lado, te convertías en un adicto a la vida, y vivir se tornaba en lo realmente perentorio. Es más, la vida era Mike Brodeur, y a través del espacio y del tiempo volvía a zarandearme y a marcar de nuevo su impronta en mí y a redescubrirme algo que yo ya sabía: cuán de importantes y necesarias son algunas personas para el resto. Son como la lluvia a la tierra. De no existir, nunca, jamás seriamos consientes de cómo ésta es capaz de oler, de cuánto se despiertan nuestros sentidos al existir, de cómo y hasta dónde somos capaces de sentir. Sí, hay fenómenos como la lluvia en la tierra, o seres como Mike Brodeur que nos ensanchan los sentidos hasta que la vida se funde en nuestro ser. Fenómenos y seres absolutamente necesarios para saber quiénes somos en realidad. Y una vez en la biblioteca bajo la atenta mirada de la señora Hundley sólo sentí agradecimiento, un infinito agradecimiento al Universo, por poder estar de nuevo tan cerca de él. Nocturno en berlinés, era él, y después de leerlo, allí sentada, después de que la noche cayese sobre la biblioteca, y que la señora Hundley me echara con cajas destempladas, supe que aunque no me llevase conmigo el volumen; la aventura, el encuentro y lo que había provocado en mí, era el verdadero tesoro, era lo que nadie podría arrebatarme jamás, y al fin y al cabo, me dije al salir del edificio y respirar el otoño: «Lo que realmente somos es las huellas de los otros en nosotros».



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz