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viernes, 2 de marzo de 2018

ENSEÑANZAS

Nuna y mi padre


«Lo único que hace falta es observar cualquier 
fenómeno, por muy familiar que nos sea, 
a un mínimo de distancia con respecto a nuestra rutina o camino habitual 
para que su belleza y su significado nos posean.» 
Henry David Thoreau




Rara es la noche en que duermo más de cuatro o cinco horas. Algo que no es fruto del insomnio sino de que soy de poco dormir. Cuando conocí a Alberto me asombró lo extremadamente madrugador que era, costumbre que todavía a fecha de hoy conserva y que yo he hecho mía. Así que nos hemos convertido en dos compañeros de vida extremadamente madrugadores. Nos despertamos y nos levantamos a la misma hora, bien temprano, antes de que salga el sol; pues como Thoreau, pensamos que no es bueno para la salud tener los pies al mismo nivel que la cabeza durante muchas horas seguidas. De modo que yo que tengo querencia por los amaneceres, de esta manera, puedo disfrutar de ellos cada día, ya que para mí es la mejor forma de empezar la jornada y que ésta te cunda. Los amaneceres me llenan de vitalidad. Eso es algo que he comprendido con los años, he comprendido que los amaneceres son mis aliados. Pero lo que os quiero contar, lectores míos, no es algo sobre los amaneceres sino algo que tiene que ver con el conocimiento y la comprensión de uno mismo. Desde hace tiempo vengo observando cómo me gusta examinar mi vida desde distintos ángulos y desde diferentes perspectivas, pues esa es para mí la única forma posible de comprender la existencia y de sacarle todo su jugo al ejercicio de vivir. Y, ahora, he de confesaros que estoy en una etapa de mi vida en la que comprendo muchísimas cosas de mi persona. No es que haya llegado la hora del balance, sino más bien, ha llegado la hora del destape, de destapar quién soy en realidad. Por ello, para comprenderme,  para conocerme mejor, averiguo que me une por genética a mi familia y lo analizo para poder decirme a mí misma: en esto me parezco a mi padre, en esto a mi madre, con esto otro soy igual que mi abuelo por este motivo o por este otro. Me estoy dando cuenta de cómo el ansía de saber para aprender y convertirme en un mejor ser humano que me ha invadido desde que tengo uso de razón, últimamente, se ha concentrado en el hecho de encontrar los puntos en común entre mis progenitores y mi persona, como si quisiera descubrir o redescubrir mis orígenes. ¡Y los encuentro! ¡Claro, que los encuentro! ¡Por supuesto! ¡Faltaría más! Por ejemplo, hace unos días recibí una carta de mi padre y encontré en ella uno de esos puntos y sentí que estaba ante un hecho irrefutable, fue mi respuesta y hallazgo del día. Mi padre es un hombre que aun siendo como es desenfadado, divertido, de un sentido del humor envidiable y proclive a la risa es capaz de soltarte algunas frases que descolocarían incluso al más más filósofo de los filósofos y en su carta me escribió que estaba disfrutando de la última etapa de su vida. Ahí es nada. Se te resquebraja el suelo cuando tomas conciencia de la magnitud de esas palabras. Mi padre siempre ha sido un hombre que ha vivido muy en el presente, nunca jamás le he visto hacer referencia a ningún tipo de futuro, como tampoco le he visto tener ningún tipo de nostalgia ni añoranza del pasado. Opina desde su positivismo vital que el pasado, pasado está, y con respecto al futuro, pues que uno ya hace de su capa un sayo cuando está en él, según le vaya. Pues va y ahora, ―para dejarme todavía más llena de admiración―, siendo como es un hombre de presente, a sus setenta y cinco años, tiene la gallardía con una naturalidad y una tranquilidad conmovedoras y con una lucidez y una clarividencia prodigiosas de decir lo que muchos no se atreven a mentar, ni aun siendo muchísimo más jóvenes. Y es concretamente en esa lucidez y en esa clarividencia de sentir la desnudez del día de hoy, el desgarro del presente, la sabiduría de quien sabe que sólo existe el hoy y tiene los arrestos para soportarlo, sin mirar atrás y sin sentir zozobra por un futuro que en realidad no existe, en lo que creo que me parezco bastante a él. Por no decir, mucho. De modo, que en esa ansia mía de saber más y de ser mejor, en este marzo recién estrenado, con las palabras de mi padre, he aprendido de nuevo unas cuantas enseñanzas y entre las más importantes: el poder ser con los años si cabe todavía más valiente desde el optimismo y el advertir y notar cómo estoy amándolo desde la sabiduría. ¡Y, eso, lectores míos, es muy pero que muy bonito!


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz