«Medro en soledad.»
―Henry David Thoreau―
Este invierno para mí ha
sido completamente distinto a todos los inviernos que anteriormente he
habitado. Nunca había estado tanto tiempo viviendo en plena naturaleza con
la compañía sólo de Alberto y de Nuna. No es igual estar en plena naturaleza en
invierno como en verano. En invierno es como estar en otra galaxia. El silencio
de este invierno lo voy a recordar siempre, el paso de las horas con su peso y
su poso también. Es una realidad que con Alberto y Nuna lo tengo todo, y no he
tenido tiempo de aburrirme pues he dedicado buena parte de esta estación a
Thoreau. Pero al estar como estamos alejados de dimes y diretes, de noticias,
de voces, de ruidos, de estruendos y de interferencias la gente no puede llegar
a ti, no te encuentra, a no ser que tú busques ese contacto. Por ello, en las
horas en que Alberto realiza su trabajo y Nuna permanece tumbada frente a la
chimenea, yo puedo en la soledad de esos momentos, conectar conmigo de una
forma diferente a todas las maneras en que antes lo he hecho. Cuando tienes
afinidad con Thoreau leer sus diarios te cambia la vida, y también te la cambia
conectar contigo misma en un punto de silencio y de soledad intenso y
prolongado en el tiempo. Ambos hechos producen el mismo efecto de cuando
mezclas agua y aceite. Pues lo que en verdad amas de la vida flota como el
aceite sobre el agua. Ves tu estancia sobre el planeta con una claridad
absoluta y le das valor a lo que te corresponde, a lo que sí que quieres tener
en tu vida, y desechas para siempre lo que no quieres que esté. Saldas íntimas
deudas. Cierras capítulos. Dejas atrás cualquier tipo de
impostura y adviertes que la mentira y la farsa no tienen cabida en tu existencia. Olvidas lo que no te hace falta, lo que ya no necesitas. Y aprendes
que la vida hay que vivirla sin pedir permisos, ni buscarse excusas. Es decir,
hay que vivir la vida como la vivías en la infancia. Recuerdo perfectamente la
niña que era yo. Su carácter alegre, su espontaneidad, su aprendizaje solitario, explorador y
educativo, su forma aventurera e intrépida de ser todavía habitan en mí. Y, en este
invierno, se ha fortalecido tanto la niña como la mujer y la materia de la que
ambas están hechas. Siempre me ha importado muchísimo mi mundo, el mundo que yo invento
con cada amanecer, en el que mi existencia gira alrededor de la independencia y
la libertad del alma. Ya sabía entonces, como lo sé ahora, que no necesito nada más para vivir, no obstante, en este invierno he vuelto a descubrirlo. No necesito nada más para vivir. Sólo eso. Son las cinco de la madrugada, aún queda un rato para ver amanecer, me gusta ver el amanecer. Atizo
el fuego, hecho leña a la hoguera y espero a que el sol ilumine esta parte del
planeta. Tras el amanecer acometeré mi paseo matutino y todavía invernal,
buscando los pasos silenciosos de la primavera. Buscaré su rastro, porque toda
búsqueda es una experiencia enriquecedora, toda búsqueda es una aventura que te
nutre, pero a veces, la búsqueda se convierte en algo grandioso,
extraordinario, superior, a veces la búsqueda se convierte en el encuentro que
siempre has anhelado. Y, yo, en este invierno creo haberlo hallado.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz