«Es inútil escribir sobre
las estaciones
si no las tienes en tu interior.»
―Henry David Thoreau―
Es tan poco lo que
necesitamos para vivir, y es tanto con lo que nos complican la existencia que añorar o sentir nostalgia es la forma en que algunos se resisten a claudicar, a rendirse. Yo entre ellos. No añoro nada, pero en cambio sí que tengo nostalgia. La añoranza es una cosa y
la nostalgia es otra muy distinta. Se puede añorar un lugar o una persona pero no
se puede añorar un tiempo o una época. Cuando es así, cuando se echa de menos
un tiempo o una época en la que tú fuiste feliz en un lugar
determinado y con unas personas en concreto eso es nostalgia. Y, sí, tengo nostalgia de Caótica, cada día más. Y soy
totalmente consciente de que el mundo en el que nos vemos abocados a vivir y soportar con cada hora que se desprende de los relojes está más lejos de “mi Caótica” y que la nostalgia sólo puede
crecer hasta volverse enorme. Vivíamos con tan poco y éramos tan felices, que regresar allí es algo más grande que un deseo.
Thoreau opinaba que es el hombre quien voluntariamente se lía con el demonio en
cada esquina y convierte su existencia en un sin vivir. Thoreau tenía toda la razón y si se asomase al siglo XXI, se echaría las manos a la cabeza, pensando que los pobladores del mundo humanos se han vuelto
todavía más estúpidos con ese anhelo que les mantiene en vilo a modo de frenesí de querer más sin reparar en que la esclavitud cada vez es
mayor. Como más avanzado creemos que está el mundo menos libres somos. Libertad
es no tener ataduras, es no ser esclavos, de modo, que no dejo de preguntarme:
¿dónde está el avance? ¿Quién demonios inventó este engranaje asfixiante en el
que irse a vivir a una cabaña alejado de todo y de todos cada vez es el sueño
de más personas? ¿Cuál es el número exacto de botarates que se sienten avezados en vez de
amenazados y creen que la vida es lo que pasa tras una pantalla y que incluso alguien debe llevarlos de la mano para no ser atropellados al cruzar una calle? ¿Quién
les robo la verdadera vida? ¿Acaso son ellos mismos quienes han olvidado que
vivir y soñar invariablemente pasa por mirarse a los ojos, mirar al frente,
observar el cielo, contemplar las fachadas y sentir bajo la palma de la mano o en el oído el corazón de otro ser? Hay algo que no funciona. Algo ha dejado de
funcionar y comienza a ser preocupante el hecho de que muchos individuos a la vez olviden que lo realmente importante es lo que uno ve y vive en primera
persona, piel con piel, de tú a tú. Si la gente se olvida de ser persona,
también se va a olvidar de tomar decisiones, de soñar, de experimentar, de
respirar y de vivir. Barrunto una sociedad del siglo XXII, que se
sentirá el súmmum de lo avanzado, pero que ignorara que es soñar y por tanto que
es vivir y que permanecerá en el mundo como borregos, a la espera de que un pastor
les guíe. En cierto modo, a mí me da igual. Yo ya no voy a estar y por suerte
he conocido la vida real. He conocido el mundo que valía la pena y en ese mundo
yo ya he cumplido todos mis sueños y por ello mi vida ha sido plena. Y ahora sólo me resta recuperar en la medida de los posible “mi Caótica”
particular. Y, ojalá el Universo se apiade de mí, conspire a mi favor y me
conceda el privilegio de ser habitante por siempre jamás de un lugar en el que de sobra sé porque ya he vivido en él que
sólo necesitas el sol para calentarte, la risa para ser feliz, la lluvia para
sentirte dichosa y el viento para despejarte. Un lugar
sin filtros, donde el único modo de mirar es de frente a los ojos de las cosas
y de las seres. Os lo prometo, lectores míos, yo no necesito nada más para
vivir. Sé que entre vosotros habrá más de
uno que es de mi misma opinión. Sé que somos un reducto. Sé que somos. Sé que
estamos. Sé que ni vamos a claudicar, ni vamos a rendirnos. Pues bien a ese lector, héroe para mí, que está en sintonía conmigo le digo porque sé que va a comprenderme como nadie que por
hoy dejo de escribir pues quiero escrutar el silencio. Estoy atenta y alerta
para de ese modo poder escuchar los primeros pasos de la primavera, que es lo que en
verdad importa.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz