«Tú mereces lo mejor de lo
mejor porque,
tú eres una de esas pocas personas que,
en este mísero mundo
siguen siendo honestas
consigo mismas y esa es la única cosa que realmente cuenta.»
―Frida Kahlo―
Una mujer se debe
tantísimas cosas a sí misma que llega el día en que necesita cobrárselas. Ese
día, es el día del derecho a respetarse y quererse a una misma por encima de
todo, es el día en que librarse de todas las ataduras no es una opción sino una
decisión firme. Puesto que toda mujer ha deseado al menos una vez en su vida:
volar y sentirse libre como un pájaro. Surcar el cielo como lo hace la pareja
de tórtolas jóvenes que ve todos los días, o la docena o más de gorriones que
tienen por país el exterior de su casa, o ese mirlo que al atardecer con su
vuelo raso se despide con su inconfundible graznido, toda mujer ha deseado
volar como vuelan en verano las bandadas de estorninos dibujando espirales en
el cielo del atardecer. Este mes es el mes de los nidos como también es el mes
en el que las mujeres valientes necesitan sentirse libres y gritarlo. Pues es
tan injusto tener que explicar lo que debería darse por sentado. El feminismo
no es una pose, ni es una abstracción difícil de comprender, ni tampoco es una
religión o una posición, el feminismo es la mujer, nace con ella y no es otra
cosa que el derecho a ser libre. Es absurdo pensar que una mujer no es
feminista, es absurdo pensar que alguien pueda estar en contra de sus propios
derechos. Es de locos. Si es ridículo pensar que un ser humano al nacer no es
digno de que se le considere un ser libre, poseedor de todos los derechos que
le van a convertir en persona; es alarmante, que conforme una niñita va creciendo
y toma conciencia de que es mujer ella misma renuncie a sus propios derechos y
a su libertad; y el resto de la sociedad admita eso como válido. Lo considero
tan aberrante, que me es imposible creer a pies juntillas, que haya mujeres que
no son feministas. Lo que sí que hay, es mujeres que esconden su feminismo
porque les da miedo la libertad, como otras esconden su feminidad porque les da
pavor reconocerse en el espejo; a ambas, les asusta llamarse a sí mismas guapas
y libres, de preferir prefieren que sean otros los que las llamen guapas o que
les dejen, ―en préstamo, para sólo un ratito―, alas para poder volar. Aunque lo que en verdad hacen esas mujeres en ese acto, en esa concesión, es renunciar
a su libertad, están doblegándose ante el que deberían considerar un igual,
están otorgándole a otro el derecho a sentirse superior, están diciéndole al
mundo con esa actitud cuán cobardes son, pues piden permiso para ser lo que ya
son. Ninguna mujer debería tener que pedir permiso para poder ser lo que ya es
de nacimiento: feminista y femenina. Como ninguna mujer debería tener miedo y
dejar de ser valiente por haber nacido mujer. No me gustan los seres cobardes.
No me gusta una sociedad cobarde que ha de someter a la otra mitad de su
especie para sentirse valiente, fuerte y grande. No es para nada grande el ser
humano que se cree superior por no haber nacido mujer, porque lo grande es
haber nacido mujer y alzar la voz en un mundo hecho a imagen y semejanza de los
hombres. Desconozco de dónde sacaron éstos semejante ocurrencia para sentirse
superiores a la mujer que les dio la vida. No tengo ni la más remota idea de quién inventó este juego en el que siempre pierden las mismas. Pero aun siendo totalmente conscientes las mujeres valientes de que vamos a
tardar una eternidad en invertir los hábitos y las mentalidades de una sociedad
así, hecha de relaciones personales y profesionales desiguales, no tenemos por ello que dejar de
reivindicar lo que es un hecho: nacimos libres y con los mismos derechos. Igual
que ellos. Igual que vosotros. Igual que si hubiésemos nacido siendo niños en vez de niñas. Sin embargo, esta verdad tan indiscutible parece ser que es algo que sólo somos capaces de ver las mujeres
valientes. Yo admiro a la mujer valiente. Adoro a la mujer que quiere sentirse
libre por derecho, no como un favor. La mujer es un ser hecho para volar, si no
por qué es tan frecuente que el único objetivo de muchos sea cortarles las alas,
algo que es una total contradicción porque a la mayoría fueron esas mismas alas lo que les enamoró y conquistó de ellas. Pero una necedad todavía mayor es el que sea la propia mujer quien se las corte a cambio de algo. Porque ese cortarse las alas a cambio de
algo es como rechazar y cambiar el cielo, por el reflejo del mismo, en un
pequeño abrevadero.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz