«Nunca hubo más
comienzo que el de ahora, ni más juventud o vejez que las de ahora, y nunca habrá más perfección que la de
ahora, ni más cielo o infierno que los que hay ahora.» Cuando en el siglo XIX,
el poeta estadounidense, Walt Whitman escribió estos versos ni remotamente
podía imaginar que en mitad del Mediterráneo existía un lugar llamado Caótica
donde sus palabras cobraban todo su sentido y tomaban forma. De tal manera es así,
que ni el cambio de varios siglos, ni el descubrimiento y utilización de muchos
inventos, han podido con la esencia de este lugar indómito, natural y auténtico.
Cuando estás en Caótica que te invada una sensación distinta a los versos de
Whitman es algo imposible. Cuando estás en Caótica sientes la plenitud y la dicha de estar en el
corazón de la vida, donde ésta late, como también notas en todo tu ser que estás en el momento idóneo y en el lugar adecuado, olvidando, con ello, lo superfluo para
valorar sólo lo realmente importante de la existencia de todo ser humano. En
Caótica eres totalmente consciente de la fortuna que es estar vivo. Pues estar en Caótica es estar en armonía con el cielo, la mar, la
tierra y el aire, pero también contigo mismo y con el resto de tus congéneres.
Estar en Caótica es vivir en un domingo eterno. Recuerdo que hace muchísimos
años en esa confraternización entre gentes que no se han visto jamás, —que
Caótica propicia como pocos lugares—,
una persona de la meseta me dijo, y cito textualmente: «Aquí es como si todos
los días fuesen domingo, en Madrid eso no pasa. Sólo podemos disfrutar de un
domingo a la semana.» Lo recuerdo perfectamente porque entendí a qué se
refería. A aquel muchacho, —cuyo nombre y rostro ya he olvidado pero cuya reflexión
se quedó a vivir en mi memoria—, le habían invadido sin saberlo los versos de
Walt Whitman al estar en Caótica. Debió de sentir en todo su ser ese cúmulo de
sensaciones que provoca este lugar, donde te sabes mortal y efímero pero no te
importa, porque se vive como instalado en la felicidad, en un mundo donde los
márgenes, las rutinas y los horarios se volatilizan; y los días y las noches
están formados por las ganas que invaden a sus gentes y a sus visitantes. En
Caótica uno hace las cosas cuando en verdad le apetece, cuando en verdad tiene
ganas, y viviendo como se vive de puertas abiertas a la naturaleza es más que probable
que el reloj interno de cada uno se acompase más a ella que a los relojes convencionales.
Sí, lectores míos, vivir en Caótica es lo suficientemente parecido, —para que os
podáis hacer una idea—, a como cuando es domingo y la laxitud impera y campa a
sus anchas y se camina descalzo y se vive sólo para disfrutar de este estar un
ratito en el planeta Tierra. Cuando escribí la novela homónima sobre ese sitio,
muchos creyeron que era un enclave imaginado que de existir no existía, pero no,
de existir existe, ahora mismo mientras escribo esto estoy aquí en Caótica y
Caótica está presente en todo momento, se cuela por todas las grietas, como la
luz se colaba por las grietas de maestro Cohen. Puesto que Caótica siempre se
impone como el regalo que es, como ese domingo eterno, y yo no puedo sentir
nada distinto a una enorme dicha de haberme criado en un lugar así y que siga despertando
en mi los mismos sentimientos, los mismos afectos, y sobre todo una enormes y
tremendas ganas de comerme la vida a bocados, porque Caótica te susurra en diferentes
tonos y de mil maneras que no habrá jamás una perfección mayor que la que ella me ofrece a cada segundo, a cada paso. Porque Caótica además de un
lugar también es una forma de vivir y un estado de ánimo.
De modo, que si queréis venir seréis bienvenidos. Los versos
de Whitman os guiarán hasta aquí, os servirán de brújula. Tenéis mi palabra.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz