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lunes, 13 de marzo de 2017

LA CAPACIDAD DE VER


Marzo llegó con un descomunal regalo para mí: LA CAPACIDAD DE VER  lo elaborado y enrevesado de la naturaleza que nos rodea en comparación a lo sencillo que debe y tiene que ser el amor. 
Quién fuera que fuese quien creó nuestro planeta no escatimó en detalles, matices, formas y colores. Para nada se tomó el trabajo a la ligera y en cambio las personas nos tomamos tan en serio a nosotros mismas que cuando te fijas bien en lo que hay a tu alrededor, al alcance de tu mano, no puedes no sentirte ridículo. Contemplando y observando cada minúsculo detalle de la creación comprendes si estás en tu sano juicio que jamás vas a necesitar nada diferente a lo que te rodea para oxigenarte; ni siquiera puedes tener motivos razonables para sentirte ansioso ni con ganas de poner el contador a cero para seguir con la vida. 
Yo lo he comprendido, por fin. Lo supe una mañana en que me desperté con el trino de los pájaros en mis oídos y una sonrisa en los labios y me dije a mí misma: «La primavera ha llegado con toda su belleza y matices y soy afortunada por poder disfrutar con todos los sentidos de semejante despliegue.»
Y del mismo modo como supe de mi fortuna, con esa misma certeza y claridad; con esa capacidad de ver, que se aprende, porque a mirar y a ver también se aprende; supe, que el amor al contrario que la naturaleza es cosa sencilla y que todo lo que yo necesito en mi vida para ser feliz es a Alberto y su forma de mirar el mundo. Mi suerte es que lo tengo cada noche acostado a mi lado. Supe que teniéndolo a él lo tengo todo. Supe en ese momento y lo sé ahora mientras escribo estas líneas que podemos vivir en una sola habitación de quince metros cuadrados en las islas de la Magdalena en Canadá o en Chiapas en México, sin hacernos falta nada más, sabiendo como sabemos que al otro lado del cristal de la ventana hay algo espectacular que nos aguarda y que ningún hombre ni ninguna mujer es capaz de abarcarlo ni comprenderlo en toda su hermosa inmensidad. Con él y de su mano he aprendido todo lo que necesito para ir por la vida sin zozobrar, él ha sido quien me ha enseñado a contemplar la maravilla que resulta ser la naturaleza para los ojos que saben mirarla. Lo único que me hacía falta era tomar conciencia de que por fin yo también poseo ya la capacidad de ver y con ella el saber que el aquí y el ahora es nuestra eternidad. De modo que tomé conciencia de lo qué ello significaba y de cómo esa capacidad de ver iba a cambiar mi vida y desde ese momento irradio felicidad y soy toda alegría. 
La magnitud, la fortuna, de poder ser testigo de primera mano y en primera fila del espectáculo que es la naturaleza solo es comparable a sentirte amado sanamente. Pues así como la naturaleza es fruto de un meticuloso y complicado trabajo de creación que me deja boquiabierta y me maravilla, el amor sano y verdadero, es de una sencillez tan rotunda que también me fascina y me maravilla. Esa clase de amor es como una suave manta que te envuelve y de la que no quieres desprenderte; es como un dulce sueño del que no quieres despertarte; es viajar a solas con él en un automóvil por una carretera y saber que ninguno de los dos necesita a los otros seres del planeta. Sí, en mi vida el amor es él, es Alberto. La sencillez de su forma de amar, de ese amor me llena de dicha y me hace sentir viva del mismo modo como me siento dichosa y viva cada vez que tengo la enorme suerte de presenciar cada día la complejidad de la obra que alguien creó poniendo todos los sentidos, como si en ello le fuese la vida, y que nosotros llamamos naturaleza, ―como a una sartén la llamamos sartén y a una silla, silla―. Sin reparar en que cuando pronunciamos la palabra NATURALEZA, estamos nombrando algo tan grande e infinito, que no hay humano capaz de explicarle al mundo su verdadero significado y no porque no pueda, sino puesto que no existen palabras suficientes para abarcar lo inabarcable, como mucho e hilando fino podremos aproximarnos a definirla mediante los sentidos y la mirada. A través de esa capacidad de ver que yo ya poseo. Gracias a que el amor y hombre de mi vida me ha mostrado con una paciencia infinita el camino, la distancia y perspectiva que debía de tener mi mirada. Alberto me ha enseñado a abrir todavía más los ojos bajo la luz del sol. Pues como él me repite parafraseando a Dillard: «El secreto de ver es navegar con viento solar.» 
Y sí, lectores míos, desde que poseo la capacidad de ver no me cabe la más mínima duda, de que el aquí y el ahora es nuestra propia eternidad y que en la naturaleza están todas las respuestas y más. Sólo hay que aprender a mirar. Sólo hay que tener la capacidad de ver. 


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz
[Joshua Tree, California] Fotografía Alberto Fil