«La vida es sentir y fluir.
La vida no es simplemente estar.»
―Alberto Fil―
El tren siempre ha
sido mi medio de transporte preferido y siempre he supuesto que era así por el aire romántico y reflexivo que
posee viajar en él. Es una realidad que nada tiene que ver el viajar en los
trenes de hoy como en los de ayer. En la actualidad los viajeros encadenados
como están a la tecnología han convertido el viajar en tren en un guirigay,
vacío de todo contenido, perdiendo y dejando atrás de esa manera aquel hermoso
silencio en el que sólo se oía el traqueteo del mismo tren, el alegre pitido al
entrar en una estación, el zumbido desafiante al atravesar un túnel, el
cariñoso lamento al decirle adiós a un apeadero en el que detenerse era un
imposible, el inconfundible balanceo en cada cambio de agujas mientras los pensamientos
vagaban libremente por cada vagón. Pero, aun así, sigue siendo mi transporte
preferido, pues demasiados amaneceres he contemplado desde trenes y demasiadas
estaciones han desfilado por delante de mis ojos, para desdeñarlo tan
fácilmente, además una siempre puede aislarse con unos
auriculares y la música adecuada y seguir pensando que viaja en un
auténtico tren y no en una cápsula cuya finalidad sólo es llevarte de un lugar
a otro, sin reparar siquiera en el paisaje que hay al otro lado del cristal de
la ventanilla. Y aunque parezca increíble no me he percatado hasta ahora de la
verdadera razón por la que me gustan tantos los trenes y soy tan afín a ellos.
Todo surgió o mi descubrimiento surgió, hallando de ese modo la verdad, al ser
testigo de una conversación entre la mujer que me dio la vida y el amor y
hombre de mi vida, es decir, entre mi madre y Alberto, les oí hablar de lo
mucho en qué se parecen los miembros de una familia por muy distintos que se
crean entre sí, en cómo una familia no deja de ser una unidad con un mismo modo
de proceder, pensar y sentir. Me maravilla ser testigo de las conversaciones
que mantienen ambos, del cariz de éstas y de su profundidad. Pues bien, de esa
conversación entre ambos, pensé en cómo me manejo yo por la vida y en cómo y
cuánto se parece esa forma de encarar la vida en respecto a cómo lo hace mi
familia. El resultado fue rotundo. Es idéntica. Somos idénticos; y tanto
Alberto como yo misma y el resto de mi familia, ya sea individualmente o en
bloque vamos por la vida como trenes. De ahí, mi querencia por los trenes, pues
estos son una metáfora de mi forma de ser y de estar en el mundo. Tanto de la
mía como de mi familia. ¿Y cuál es o cómo es esa forma de ser, de estar y de
proceder? Pues el avance, sin mirar atrás. Y ahora voy a centrarme en Alberto y en mí. Para
ambos vivir es sentir y avanzar. Nos detenemos en muchísimas estaciones,
conocemos a personas por decenas, descubrimos lugares con auténtica pasión aun
sabiendo que en ningún lugar nos quedaremos definitivamente, y todo lo hacemos
con honestidad y amor, con generosidad de corazón, sin perder nunca de vista el
horizonte, sin despegar los pies del suelo; por ello, si llegado el momento
tenemos que dejar a seres, sensaciones y sentimientos distintos apeados
en estaciones, lo hacemos sin dudar, pues en nuestro ya no ánimo sino esencia está el
avanzar, como lo está en el de todo tren. Amamos la vida; la sentimos en lo más
hondo de nuestro ser, sabiendo que jamás nos traicionaremos a nosotros mismos; diferenciando entre lo que está mal y está bien; viviendo sanamente, alejados de
seres y lugares tóxicos; con lo cual, como ya he dicho antes, si es menester dejar atrás gentes y lugares
se dejan, ya que con toda probabilidad nada más tienen para aportarnos, puesto que o han traicionado nuestra confianza o
se han convertido en rémora y lastre o todo lo contrario, pero aun así, incluso
habiendo sido experiencias hermosas y enriquecedoras ha terminado el trayecto de
vidas que se cruzan de una estación a otra. Y ni Alberto ni a mí
nos gusta la vida en bucle. Pues jamás olvidamos que vivir no es sólo estar,
sino también fluir y avanzar, como los trenes. ¿Pues de qué sirve un tren
estacionado en vía muerta por siempre jamás? Yo os contesto: de nada. Pues con
la vida, lo mismo.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz