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domingo, 12 de enero de 2020

DALES DE COMER, ESCRITORA



Creo que sería bueno, apropiado, obediente y puro que agarrásemos nuestra necesidad y no la soltásemos, que nos arrastrase dondequiera que fuera. Entonces ni siquiera la muerte, donde irás sin importar cómo vivas, podrá separarte.》 
[Anne Dillard]


Vivimos para comer en la misma medida en que comemos para vivir. No existe, no es posible, lo uno sin lo otro. De hecho, comer es el único requisito a cumplir para vivir. Todos los seres que poblamos el planeta si estamos en él,  pululando por sus calles, transitando por sus caminos, perdiéndonos intencionadamente por sus parajes  y deleitándonos con sus paisajes, es exactamente porque comemos. Celebramos la vida comiendo, en la rutina del día a día el descanso merecido que nos concedemos llega en el momento de comer aunque sólo dispongamos de unos minutos, es más, nuestra personalidad se manifiesta a la hora de comer, como también nuestra salud. Y de la misma manera como vivir no es lo mismo que estar vivo, comer no es lo mismo que alimentarse. Nos retratamos con la actitud generosa o cicatera que tenemos a la hora de darnos de comer a nosotros y a los otros. Lo que comemos y en que forma comemos nos retrata y representa. Dos han sido los talentos con los que el Universo me ha bendecido. Si contar historias de manera natural y sin esfuerzo aparente, un esfuerzo no exento de mucho trabajo y disciplina, fue el primero, en los últimos tiempos he descubierto que cocinar es el segundo; y, felizmente, por fortuna, ambos talentos convertidos en oficios llevan consigo el objetivo final de proporcionar bienestar al lector y al comensal. El año diecinueve, exactamente el último semestre, me dio la oportunidad a través de la cocina de devolverle al Universo y por ende a mis congéneres lo mucho que se me había dado al otorgarme el talento natural para escribir. En un acto de justicia, por mujer justa me tengo, acepté el reto y desafío de cocinar a un nivel muy superior del que estaba acostumbrada. Acepté el compromiso de cocinar para los otros. Nunca he sido escritora al uso. No va conmigo el escritor feriante que de pueblo en pueblo va a hablar de su libro. Soy de la creencia de que las historias escritas son, y ser es la única manera de explicarse, mal se anda si uno debe ir explicándolas y explicándose. Además es innegable que para escribir hay que vivir. Y vivir implica levantar las posaderas de la silla y sumergirse en el todo para después contar. Por eso pensé hace seis meses y todavía lo sigo pensando que cocinar para los otros me daría la oportunidad de crecer como escritora y como persona, pensé, que conocería aspectos del mundo y de mí misma ocultos y desconocidos, y así es. Y, si bien, los primeros meses fueron una continua tormenta de sensaciones distintas que me hacían sentir al descubierto y sin amparo muchas veces, en los últimos tres meses, he sido más feliz de lo que he sido nunca puesto que a través de los fogones con la suma de tensión, adrenalina, concentración, responsabilidad, instinto, experiencia, agotamiento y satisfacción que es cocinar he descubierto una libertad jamás saboreada por mí. Libertad a la que ya me veo incapaz de renunciar. Sé que necesito sentir en mí esa libertad cada día de mi vida. Cocinando sin descanso me he visto a mí misma quizás por primera vez sin límites y he comprendido que si de niña quería contar historias y que mis libros estuviesen en las estanterías de las bibliotecas públicas, tal vez, la mujer de hoy, la adulta, además de éso, también necesita con la misma pasión y con todos los sentidos, y también con la misma fe, cocinar para los otros puesto que me hace enormemente feliz. Entre fogones y con el cuerpo en plena tensión y la mente despejada, como jamás la he tenido, en el último trimestre he aprendido que mi vida es mía. He aprendido a amarme y amar por encima de todas las cosas la libertad. Mi libertad. Entonces lectores míos, de ahora en adelante, me sé que andaré en plena naturaleza entre historias y fogones validando, lo que Alberto, mi compañero de vida, -hombre sólido para nada voluble, honrado y de sonrisa amplia y franca, todo él alejado de lo peligroso del amor romántico y de las formas del patriarcado que ha ido sepultando la expresión y libre disposición de las mujeres a lo largo de generaciones-, me susurra: 《Dales de comer, escritora》. Y, eso es, justamente lo que voy hacer, porque la cocina es amor. Cocinar es amar y amar es un privilegio. Y siempre hay que aprovechar, como sucede con el talento, los privilegios que nos son otorgados, con los que somos bendecidos, a riesgo de perdernos en la bruma gris y anodina de los días tristes.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz