Lo he estado rumiando
durante la comida, masticaba y pensaba, como los camellos y cuando iba por el
postre ya tenía en mi poder la respuesta, ya la había apresado: Sé que no soy permeable al odio. Os
lo aseguro. El odio no deja de ser una especie de fanatismo. El odio desgasta
más a quien odia que al odiado. Es un sentimiento demasiado irracional para
alguien como yo. No odio a ninguna persona por algo que me haya podido hacer,
puedo sentir rabia, una inmensa rabia, y si puedo vengarme sé que no me quedaré
de brazos cruzados. Vengarse no convierte a las personas en malas personas. Es
sencillamente un acto de justicia. De lealtad contigo mismo, con tu orgullo,
con tu honor, con tu dignidad. Vengarse es la honestidad poniendo los puntos sobre las íes, es la restitución del daño. Es un decir: «Aquí estoy yo. Y es ahora
cuando pongo el punto y final.» Mi ley es: «Si te metes conmigo, si intentas cagarme la vida, o si dañas a quien yo amo o a lo que amo, no saldrás
impune.»
En cuanto a odiar, puedo
no hacer aprecio, pues no hay mejor menosprecio ni desprecio que el de no hacer aprecio. Es
decir, ser indiferente. El de la indiferencia sí que es un sentimiento que
habita en mí, el odio no. El odio es un dislate, un sentimiento descabezado,
una especie de locura, además es un arma de doble filo, un búmeran que acaba
contigo. La indiferencia es racional. El odio no. Yo soy persona de
sentimientos racionales, sólo le permito al amor, —el más irracional de los
sentimientos—, aflorar en mí, pero tampoco le doy carta blanca, puesto que no
me verás amando a alguien si antes no ha pasado por el filtro de la razón. Yo
amo a quien amo por ser quién es, por ser cómo es. Porque tengo muchísimas
razones para amarle. Pero soy incapaz de amar a alguien al que mi razón no le
haya dado el visto bueno. De modo que como el odio no es un sentimiento que
atienda a la razón, no está en mí, y, ya lo de odiar a un colectivo por el
hecho de ser tal o cual cosa me parece que sólo obedece a una falta total de
inteligencia. A un despropósito de una magnitud considerable. Me considero una
persona inteligente, cabal y pragmática. Tengo los pies siempre en el suelo, y
necesito saber por qué hago las cosas. No actúo sin antes haber reflexionado. Y
sé que nunca he odiado, como también sé que no soy rencorosa, porque primero
debería entender de qué me sirven esos sentimientos, qué me aportan. Salvo el
socavar la paz de mí día a día. Puesto que lo que sé sobre el odio y el rencor
es que van minando a quien los posee, si no mirad las caras de quien sabéis que
odian o que son personas rencorosas. Quien me conoce bien, sabe que jamás
pondré en jaque mi bienestar emocional ni personal ni físico. Jamás tiraré piedras sobre
mi propio tejado. Ni perderé el tiempo en sentimientos que me hagan zozobrar a
mí. Y cada vez que he constatado o comprobado cómo alguien me ha odiado, pero con un odio
feroz fruto de una sinrazón total, me ha entrado la risa, porque he pensado que
mejor les iría en la vida a todos los que odian, incluso a quien me odia a mí,
si invirtiesen su tiempo y su vida en buscar sosiego y dicha. Odiar me parece
un desperdicio de la vida que el Universo nos ha regalado, y sé que yo nunca
desperdiciare ni un minuto de la belleza de la vida en sentir algo que no sea
sentir en positivo. Si amas la vida no puedes odiar. Es tan reconfortante
sentir en positivo que no concibo otro modo de estar en este mundo que ese. Así
que de permeabilidad nada de nada. A odiar a otra parte, conmigo que nadie
cuente para tal menester.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz