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martes, 14 de febrero de 2017

NATURALEZA SIN PAUSA




«Con la naturaleza no se juega impunemente.
Es más vengativa que Dios.»

―Rosamond Lehmann―



No sé si muchos de vosotros pero sí que sé que alguno ama la naturaleza como lo que es: Un espectáculo para los ojos que saben mirarla; una fuente de aprendizaje para los que saben escucharla; y vida para los que saben disfrutarla sin dañarla. Creo a pies juntillas en la máxima que Alberto me ha enseñado de: «Quien mata a la vida, la vida huye de él.» Creo en sus máximas porque nacen de su forma de ser reflexiva, prudente, honrada y honesta. Y amante y observador nato de la naturaleza como es, por tanto extremadamente cuidadoso con ella, si te enseña algo sobre la naturaleza debes creerlo. Con él he aprendido a abrir los ojos delante de ella, he aprendido a diferenciar los matices, los colores, los sonidos, he aprendido a valorar su belleza y a respetar su poder. Nos gusta vivir rodeados de naturaleza, eso nos hace sentir vivos como si estuviésemos en el centro mismo de algo más inmenso de lo que somos las personas y que se llama Universo. No creo que podamos volver nunca a quedarnos en el asfalto, ni tampoco creo que separarnos del verde sea algo posible. Quiero decir que no nos verán ni por tierras áridas, ni por atascos. Muchos de vosotros aunque viváis en entornos urbanitas sucumbís a la belleza que podéis contemplar a través del televisor de un volcán en erupción, de una profusa nevada, o de una caudalosa catarata. Además, seguro, que más de uno para oxigenarse busca al menos una vez al año escaparse a la montaña o a la playa como alma que lleva el diablo para mirar de frente y a los ojos aunque solo sea por unos días la inmensidad que nos regala la naturaleza. ¡Qué hermoso es sentirla en nuestra piel! ¡Qué extraordinario resulta ser el placer de apreciarla con nuestros ojos! ¡Qué vivo se siente uno cuando escucha sus sonidos! ¿Verdad? Nada como unas olas, como el aire meciendo la hierba, como el trino libre de los pájaros también libres, como el frufrú de las ramas de un árbol, como el silencioso descenso de los copos de nieve en ese flotar tan suyo, nada como sentir el viento en la cara que te aparta del cerebro todo lo feo y te deja limpios los pensamientos, nada como el acurrucarse mientras la lluvia se convierte en el ruido de fondo, nada como sentir el sol en la piel invadiéndote, y así, en un largo etcétera que también comprende la vida de todos los seres que viven en ella. Luego está el gran poder que posee, en esa, como Alberto la llama―, naturaleza sin pausa ajena a todo, y capaz de todo. ¿Pues qué se puede hacer ante un tornado, una tempestad, un huracán, un tsunami? ¿Quién puede pararlo? Nadie. Ya que nadie hay tan poderoso sobre la faz de la Tierra para plantarle cara a la naturaleza y detenerla; por ello, ni él ni yo ni muchas personas entendemos qué clase de malignos seres son y cuánta inconsciencia y rencor albergan en su interior esos individuos que deciden cuando nadie los ve matar un árbol, por ejemplo, quemar un bosque... Sin ninguna razón. Olvidándose en ese mismo momento que quien juega con la naturaleza no sale inmune. Olvidándose que quien mata a la vida, la vida huye de él. Olvidándose que en ese justo y exacto instante la naturaleza con todo su poder se pondrá en movimiento para crear nueva vida muy lejos de su asesino. Pues no sé si os habéis dado cuenta, pero es la naturaleza quien es la verdadera superviviente, algo de lo que lejos estamos de ser los humanos. Y que cuando esos asesinos más pronto que tarde estén bajo tierra cubiertos de gusanos y criando malvas será la naturaleza quién baile sobres sus tumbas. 
Y os prometo que ni Alberto ni yo seremos quienes se apiaden de ellos, como tampoco lo harán todos los hombres y mujeres de bien. 

Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz