Esa dulzura perezosa en
la que te envuelves algunos fines de semana o cuando puedes disfrutar de dos o
tres días de asueto y te olvidas de agendas, de horarios, de obligaciones y no
haces nada porque nada te apetece salvo el vaguear en su máxima expresión, el
de sumergirse en una total indolencia, es a lo que los italianos llaman el DOLCE
FAR NIENTE. Pocas cosas saben mejor después de una semana de locos, llegar al
fin de semana y abocarse a dos días así. Evidentemente solo se puede disfrutar en todo su esplendor y a lo grande del DOLCE FAR NIENTE cuando se trabaja
mucho. Hay que estar realmente exhausto para poder recrearse en esta forma de
estar. Hay que tener la capacidad de dejarse llevar y dejar solo activa la
parte derecha del cerebro, es decir, la que se ocupa del descanso, de la
imaginación, de la creatividad y del disfrute; hay que dejar descansar la parte
izquierda, esa parte tan lógica donde la inteligencia y el intelecto se adueñan
de nuestro ser. Hay que facilitarle el camino a la parte derecha para que se imponga a la izquierda. Por unas horas hay que saber decir no a las imposiciones y a la culpabilidad, incluso a la responsabilidad.
Ya que el DOLCE FAR NIENTE es necesario. El cuerpo tan sabio él, te lo pide;
del mismo modo como te pide agua cuando tiene sed, chocolate cuando le falta
luz, alimentos ricos en carbohidratos cuando tiene la serotonina baja. El cuerpo siempre se
adelanta dos o más pasos a lo que no mucho más tarde desearemos y/o
necesitaremos. Tenemos que ser conscientes de que al cuerpo hay que tomárselo en serio, él siempre
sabe que es lo mejor para nosotros. Sabe de nuestras necesidades. Sabe antes
que nosotros cuando algo nos agobia o al revés cuantas ganas tenemos de algo.
Sabe cuando debemos parar para no estrellarnos, como también sabe cuando es
conveniente un abrazo. Por ello, cuando el cuerpo requiere del DOLCE FAR NIENTE
se le debe hacer caso, porque de ese no hacer absolutamente nada nuestro cuerpo
y nuestra mente se alimentan y el DOLCE FAR NIENTE se transforma en energía que
nos carga de fuerzas y nos hace brillar y estar plagados de colores cual ramo
de flores. Es imposible tras haber disfrutado del DOLCE FAR NIENTE que una
sonrisa no se dibuje en nuestro rostro, es imposible no sentirnos renacer. El
DOLCE FAR NIENTE es vitamínico. Habitualmente, cuando a Alberto y a mí nos esperan unas semanas de mucho trajín o cuando regresamos de ellas,
decidimos al unísono de forma silenciosa dedicar el fin de semana a
holgazanear. Él y yo solos en el mundo, lejos de todo y de todos, sin redes sociales,
sin teléfono, sin periódicos, sin noticias, sin agendas, ni relojes. Solos los dos abocados al
DOLCE FAR NIENTE. Convirtiendo a esa dulzura perezosa en nuestra isla desierta, en nuestro
paraíso particular y propio.
Probadlo, os va a encantar. Os lo aseguro.
Besos y abrazos a
tod@s.
María Aixa Sanz