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martes, 30 de agosto de 2022

30 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Las cannas indicas con su flor naranja se balancean cual bananeros apuntando al cielo, despidiéndose de agosto y de su primer verano en La Madriguera. Miro su movimiento hipnótico. Acabo de comer. Hoy la comida me ha resultado enormemente sabrosa, como si se tratase de un exclusivo manjar en vez de viandas de a diario. Medito (mientras mis ojos siguen el baile silencioso de las cannas) sobre lo mucho que me alejo de lo que no me gusta, en la manera en que se intensifica con los años el apartarme de lo que me desagrada. Advierto al pensar en esa actitud mía en que sin embargo, aunque me irriten sobremanera estos meses lentos y holgazanes del estío, estas horas detenidas en un tiempo de tres meses, me quedo pegada al verano. Me disgusta y no me alejo. Me cabrea y no me aparto. No por no poder escapar, no por no poder salir corriendo, no por no poder volar más allá de las nubes. Me quedo en él y no como una excepción o como un hacer la vista gorda al incumplir mi propia regla de estar en sociedad. No, caigo en la cuenta de que me quedo habitándolo a pesar de los inconvenientes por sus tormentas. Para poder experimentar otro año más la sensación que las acompaña de finitud, de pecio hundido en el océano, de tragedia, de fin del mundo, de caída libre, de euforia ciega, de grandiosa libertad. Me recuerdo andando por un camino solitario de Caótica una tarde de verano y estar el cielo cubierto, atronando sobre mí, y no sentir miedo. Recuerdo a mi madre tendiéndome la mano y yo guardar la mía en la suya y decirle: 《¡Qué ganas de fiesta tiene el cielo!》, y seguir caminando, sintiéndome naturaleza, dichosa y libre. Incluida. No excluida. Aceptada. No juzgada. Observando el mundo natural con los ojos bien abiertos y los sentidos bien dispuestos. ¡Qué yo era, ya! Ahora aquí estoy a la espera de que se forme una tormenta como cada tarde. Tengo las luces apagadas. Las cortinas descorridas. Las puertas de La Madriguera abiertas de par en par. Necesito la tormenta como premio. 《He soportado con estoicismo lo desagradable por ti》, le indico. 《Vamos. Aquí estoy. Cumple otra vez con tu parte del trato》, le ordeno. Retumba el cielo encapotado sobre las colinas de Ngong. Qué maravilla oír de nuevo los inconfundibles tambores de la tormenta. 《África sigue teniendo una canción para mí》, me digo. Sonrío. Las primeras gotas como monedas de cincuenta pesetas golpean las hojas de las cannas y cada hoja de cada planta que compone el jardín. Las golondrinas regresan a sus nidos apresuradamente. Los gorriones se baten en retirada debajo del alero del cobertizo. El halcón vecino deja de planear sobre La Madriguera para guarecerse en lo frondoso del recio árbol al final de la linde. Tomo asiento en el porche preparada para disfrutar del espectáculo. Los relámpagos llegan uno detrás de otro. Cuento los segundos que transcurren desde el relámpago hasta el trueno. 《Estás aquí. Encima de mí》, le digo. Noto la euforia ascendiendo desde mi vientre hasta la boca. La alegría aflora por los labios. 《¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Eso es!》, le grito con entusiasmo. Y llueve. Llueve. Llueve. Llueve ferozmente desde el primer momento. Llueve dejando de lado la mediocridad, las medias tintas. Llueve dándolo todo. Agosto nunca defrauda. Me abrigo. Abrigarse mientras contemplo la lluvia caer. De todos los placeres, este es el más infante. Cuán lejos se va la memoria si instintivamente la dejo marchar en pos de la niña que en Caótica fui. Intuyo que será una tormenta de las largas. ¿Es intuición o deseo? Será lo que será. Pero ojalá durar hasta bien entrado septiembre. Seis o siete jornadas de lluvia sería como el premio gordo de la lotería. No cruzo los dedos, se lo pido a mi Dios. Le pido un buen colofón. Un buen final para la historia de este verano. 


“Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud. Cumpliré las promesas que te hice. ¡La salvación viene del Señor! Jonás 2:9”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 30 de Agosto de 2022 ) 

jueves, 25 de agosto de 2022

25 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Escribo en este comienzo de la tarde. Escribo y pienso que igual en esta hora como en tantas otras, otros escriben. Puede que incluso secretamente un diario o una carta que jamás van a enviar. Un gorrión entra y se posa en la balda superior de una de las estanterías de La Madriguera. Le miro. 《¿Qué haces ahí?》, le digo. Se queda quieto, como si hubiese decidido pasar la tarde frente a mi mesa de trabajo. 《No puedes estar ahí. Tus hermanos te echarán de menos》, le indico. Ni caso. Sigo escribiendo. Sobre las cuatro de la tarde suelen pasearse por el porche y les es tremendamente fácil a saltitos entrar en el interior de La Madriguera sin armar ningún tipo de revuelo. Creo que ellos también entienden el jardín, el porche y La Madriguera como un solo espacio. Como un todo en el que ser felices. Me levanto y descorro la cortina por si quiere salir. Pero sigue firme en su decisión de quedarse cómodamente en la estantería que ha elegido, una que está libre de libros y que es una amalgama de recuerdos del mundo natural que habitamos. Concretamente está sentado entre los Señores Honestos junto a unas piñas. Vuelvo a sentarme. Se irá cuando le venga en gana. Vuelvo a la tarea que me ocupa, la de escribir una nueva entrada en el diario natural. Noto mi cuerpo tenso. Esta mañana he tenido que ir a comprar (antes de que alguien me levantase la pieza) una hermosa vajilla que se vendía al mejor postor. Nuna y yo hemos subido a la camioneta a primera hora de la mañana y no nos ha sobrado ni un minuto. Eso sí, hemos regresado satisfechas con la vajilla en la camioneta. Miro al gorrión. Un gorrión ha venido a verme. No puedo resistir la tentación de escribir una frase así. Un gorrión ha venido a verme. La sonrisa de Dios. Dios ha venido a verme. No puedo dejar de sentir lo que siento. Ni dejar de pensar lo que pienso. Ni tampoco no notar como la alegría se adueña de cada centímetro de mi ser. Refresca. Tomo el jersey que tengo en el cesto próximo a la mesa de trabajo y me abrigo con él. Qué dulce sentir en la piel el tacto de una prenda de calidad. El clima, las hechuras, el gorrión resguardado en el interior de La Madriguera están anticipando el otoño en esta tarde del último jueves de agosto. 《Ahora viene lo bueno 》, le digo a mi compañero alado. De pronto me entran ganas de ver las colinas de Ngong. La luz de esta hora subraya sus colores y transforma las colinas en una arboleda verde botella digna de ser contemplada. La vida está para vivirla. Las ganas para ser satisfechas. 《Creo que deberíamos ir》, le sugiero al gorrión. Ir es algo tan sencillo como levantarse de la mesa de trabajo, salir afuera, cruzar el porche y caminar por la senda que nace desde el jardín hasta llegar al otro extremo de la finca de La Madriguera. Y, una vez allí, darse la vuelta, levantar la vista y encontrarlas de frente como quien se encuentra por primera vez con el que se convertirá en el amor de su vida. Al mirarlas se siente la experiencia inenarrable del flechazo. Sí, creo que debería ir. Necesito verlas. Son para mí pertenencia, seguridad y hogar. 《Creo que deberíamos ir 》, vuelvo a decir. Y mi voz tiene eco. El gorrión alza el vuelo y se detiene sobre la repisa de la chimenea, de ahí, se lanza hacia la luz del exterior. Sale por la puerta, cruza el porche y se posa en Júpiter, como si el árbol de Júpiter existiese para ser percha de un gorrión en la tarde. Todos somos la percha de algo o de alguien, pienso. Cierro el diario. Me levanto.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Agosto de 2022 )

domingo, 21 de agosto de 2022

21 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En verdad no me acabo de creer la cosecha que el jardín de La Madriguera me ofrece. Sucede en una órbita distinta a lo soñado, superando mis expectativas. El día ha amanecido gris. El color en este domingo de agosto proviene del arreglo que acabo de realizar con lo cosechado. No sólo el color. También el aroma a bergamota y a jengibre del gran lirio fucsia que perfuma La Madriguera. Tengo las cortinas descorridas y las puertas francesas abiertas de par en par de modo que la casa, el porche, y el jardín son un solo espacio. Me gusta tenerlas así cuando por el horizonte asoma tormenta. Abro el diario natural. No tengo nada prioritario ni urgente que hacer salvo escribir. Hoy, excepcionalmente, no tenemos invitados. La Madriguera está tranquila y yo, más. Sonrío ante el arranque de sinceridad. Admiro de nuevo el arreglo floral. No me canso de mirarlo. Me impresiona lo bonito que es. Pienso en cuán importante es rodearte de belleza, habitarla, sentir que forma parte de ti. Qué bien le sienta a la salud, al espíritu y al alma; tras visitar, en primer lugar el corazón. Porque la belleza siempre va directa al corazón y aviva el amor que hay en él. Lo regenera. Lo mantiene al día y lo reparte en todas direcciones. Es de gran utilidad ser consciente de ello. En mi caso sé que la belleza exalta, aumenta y ennoblece el amor que siento por el mundo natural y los seres que lo habitan, por mis semejantes, por los ojos que mueven mi sangre, por el oficio de escribir y de contar, por la bendición que es la rutina del cada día, por las distintas actividades que forman parte de mis horas y que enriquecen sobremanera mi días, por las historias, por mi Dios, su palabra y consuelo. En este agosto no hay día en que no me sorprenda el amor que existe en mí, la bondad que emana sobre todas las cosas de ese amor. 《Lo estoy haciendo bien》, me digo a mí misma. No sé si solamente es un percepción, aunque creo que no. Transito sin fisuras dando lo mejor de mí por la senda que elegí para llegar a la verdadera casa. En estos momentos estoy escribiendo como quien camina sin un propósito y pocas cosas me agradan más que averiguar adónde me llevan las palabras. Me relaja. Es un excelente hábito para los ratos libres como los de este domingo. Mis ojos levantan la vista del diario y se detienen en la lavandera blanca que acaba de posarse a un metro de mí en la mesa del porche. 《Descarada》, le digo sonriente. Me mira y mueve su cola y su plumaje. Está acostumbrada a mí y yo a ella. Alza el vuelo y capto su sonrisa y risa en su manera de irse. Mientras tanto, los gorriones con su panza regordeta, esperan la tormenta sin dejar de lado sus juegos en el parque de atracciones que es para ellos el jardín de La Madriguera. ¡Qué felicidad de domingo! ¡Qué sosiego de domingo! Me doy cuenta de lo distinto que me resulta este domingo de los otros, quizás por ello, lo encuentro de una belleza sin igual. Nunca hay dos días iguales, ni siquiera, los domingos. Al prestar atención a los detalles, compruebo como incluso dentro de la misma rutina cada día es diferente a otro, y todavía lo son más, al interactuar con la naturaleza. Hay tantísima belleza, magia y dicha en ellos que irremediablemente convierten cada jornada en singular y única, alejándola de toda similitud con sus pares; y mi existencia, en una existencia de fe y esplendor que vale la pena vivir. Me gusta creer que parte de la aventura de vivir es aprender a encontrar las bendiciones, la magia, lo especial, lo que convierte un día en distinto de otro. Me gusta pensar que el provecho de la aventura de vivir se puede medir con la euforia y la gratitud que se siente al encontrar tesoros al caminar las horas. Me gusta imaginar que la aventura de vivir está ligada a la intensidad de las ganas de gritar a los cuatro vientos: que volverías a repetir con los ojos cerrados, más que nada por la fe en ti misma y en tu Dios. Sí, me gusta pensar todo eso y escribir sobre ello. Es a esa conclusión donde me están conduciendo las palabras en esta mañana. ¡Ojalá repetirte mil veces, domingo tormentoso de agosto! A continuación, voy a preparar un ensalada de atún. Mi comida preferida en verano. Y sigo escribiendo, mientras espero la lluvia caer. Escribir y lluvia. La belleza de la palabra escrita con una razón de ser. La belleza de la lluvia que afuera en el exterior enaltece lo que amo. No puedo pedir más.



María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 21 de Agosto de 2022 ) 

lunes, 15 de agosto de 2022

15 de Agosto ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Le doy los últimos toques de plancha al mantel por estrenar. Se trata del que me regalé el día antes de mi cumpleaños. En esa costumbre mía de reconocer con un símbolo los doce meses que dejo atrás. En esta luminosa mañana de verano estoy levantado una hermosa mesa y cocinando un guiso de rape con el que mojar pan recién horneado a la hora de comer. Es el aniversario de La Madriguera. En la hora de la sobremesa de un quince de agosto como el de hoy nos instalamos aquí. Recuerdo la calma de la tarde y la luz dorada que entraba por las ventanas. También recuerdo el silencio. Era como si de pronto la sociedad, el ruido, las voces vacías de contenido quedasen muy pero que muy lejos. Acaricio el recuerdo con los dedos, lo palpo con las manos, de tan vivo como está. No me sentí extraña, ni fuera de sitio. Recorrí La Madriguera como quien recorre un templo. La experiencia me permitía saber que jamás olvidaría esas primeras horas. Había algo mágico en la quietud que encontré al caminar de estancia en estancia. Soy consciente de que son muchas las veces que escribo en estos diarios sobre la magia, la quietud, el silencio, la luz, la fe y el esplendor que existe en mi vida. Lo hago sin darme cuenta, sin reparar en ello, y si lo hago, es porque escribo desde la verdad. Sin pudor. A estas alturas del oficio una ya ha asumido que contar historias es desnudarse una y otra vez. Después de recorrerla, recuerdo acabar de vestir la cama a mi gusto y depositar los últimos enseres personales en el dormitorio. Luego, sin saber cómo, llegó la noche, y dormí por vez primera en mi refugio verde. Ignoraba por aquel entonces cuánto llegaría a amarlo; del igual modo, como desconocía hasta que punto acabaría convirtiéndose en mi lugar en el mundo, para incluso llegar a pensar que todo esfuerzo es tolerable, superable, si al finalizar el día puedo acostarme en él. Dormí realmente bien. No tuve esa sensación tan común de no saber dónde estás cuando se cambia de cama. Todo lo contrario. El guiso marcha bien. Es un guiso de horas en el que sólo al final se añade el rape. Entretanto salgo al jardín, cesta y tijeras en mano, para recolectar flores con las que adornar la casa que en algún punto de su historia decidió abrazarme como una madre y protegerme como un padre. En este aniversario es en las flores en quien recae todo el protagonismo. Porque, por fin, La Madriguera tiene el jardín merecido. El último fin de semana del mes de julio cuando anduvimos por el Condado de Trafegar y adquirí unos jarrones, también compré (en concreto para este día) como regalo para La Madriguera, un conjunto hecho a mano de dos hermosas vasijas de color crema y ocre de distinto tamaño. ¿Por qué de entre todos los objetos elegí unas vasijas para conmemorar el aniversario? Tal vez o muy probablemente porque aun siendo humildes y rompibles como todo lo terrenal son capaces de contener el valor, la vida y el amor de todo un mundo en su interior. De la misma manera, que por la gracia de Dios, lo somos los seres humanos; y, también, lo es el hogar, la casa y una morada como La Madriguera. Así que seguidamente de flores lleno esas dos vasijas, no sólo los jarrones. Presidirán el hogar y el hogar les amparará. ¡Bendito hogar! Y, el día, el aniversario y la celebración será. 


“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros. 2 Corintios 4:7”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 15 de Agosto de 2022 )

martes, 9 de agosto de 2022

9 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾



En el Condado de Trafegar existe una población donde al fondo de su calle principal se encuentra, en un edificio de arenisca amarilla, una panadería pastelería en la que en su porche sirven todo tipo de tés helados llegado el verano. La costumbre para los transeúntes siempre suele ser la misma: sentarse con una enorme porción escogida con atino de su variada carta de tartas y un buen vaso de té al punto de congelación. Para muchos es parada obligatoria, que con gusto se asume, con tal de coger fuerzas antes o después de recorrer la feria artesanal del condado. Una feria que viene celebrándose el último fin de semana de mes (de abril a octubre) desde que los abuelos de los bisabuelos de los lugareños cambiaron los dientes de leche. La música en directo, el baile popular, las fanfarrias de la división de caballería, los disparos de morteretes y, al caer la tarde, los fuegos artificiales acompañan tanto a los feriantes como a los que visitan sus puestos. Personalmente, la riquísima tarta de frutas de Percy and Patti (así es como se llama la panadería pastelería)  junto con el té Lady Scarborough son mi elección, apuesta ganadora, cuando nos acercamos al Condado de Trafegar a pasear por sus calles. Nos gusta dejar la camioneta a las afueras y cruzar a pie el puente que da la bienvenida al lugar. De manera que el lento fluir se acompasa con el amable caminar y la mirada atenta sobre lo que nos es nuevo. Fue durante el último fin de semana del mes de mayo, cuando tras cruzar el puente, divisamos no muy lejos un magnífico prado con una grandiosa variedad de flores de terciopelo lila. Nos apartamos del camino oficial y campo a través nos aproximamos a la pradera florecida. Una vez en ella, respiramos profundamente, el silencio se podía tocar y millones de dulces y picantes olores arribaron con alegría a nuestras narices como barco a puerto especiado. No sé cuánto tiempo estuvimos (antes de emprender de nuevo la marcha hacia el centro de la población) sobre aquella manta florecida en aquella quietud que nos hizo sentirnos realmente bien y que poseía, como pocos lugares consiguen tener, una belleza sin turbación casi irreal ante la que nos sentimos plenos. Al regresar hace unos días (el último fin de semana de julio) de nuevo a la feria, donde adquirí los jarrones que estrené el pasado cuatro de agosto para adornar La Madriguera, comprobamos al avanzar sobre el puente que la pradera en mayo florecida, ahora es una extensión en un barbecho satisfecho consigo mismo. No me resultó extraño, la belleza necesita de descanso. Sonreí para mis adentros, feliz. Muy feliz, dichosa y agradecida porque pensé que en el jardín de La Madriguera por siempre habitará un pedacito de la pradera florecida del Condado de Trafegar. Cuando en mayo tras experimentar la plenitud de aquel rincón del mundo, asistimos a la feria, pudimos comprobar como al menos existía en ella, media docena de puestos en los que podías adquirir las semillas y bulbos de la profusa variedad de flores de terciopelo lila que habíamos admirado tras cruzar el puente. Compramos unos veinte bulbos que florecidos están en la actualidad en nuestro hogar. Sólo hace unas horas que han empezado a florecer, tras haber brotado sin ningún problema hace unas semanas. Sólo hace un rato, como aquél que dice. Y cuando me detengo frente a ellas, no puedo no recordar, la belleza de la que formamos parte por un tiempo indeterminado en la pradera del Condado de Trafegar. Al contemplarlas me trasladan a la sensación de bienestar que experimenté. Son mágicas, me consta. Poseen la facultad de trasladar a los seres que atisban y aman la grandeza en lo sencillo. Sin duda, son las flores mágicas de nuestro jardín. Por ello, en esta tarde de agosto, para agradecer su presencia en La Madriguera, he decidido contar en el diario natural la historia que me une a ellas. 



“Porque tú, Señor, bendices a los justos; cual escudo los rodeas con tu buena voluntad. Salmo 5:12”


María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 9 de Agosto de 2022 ) 

jueves, 4 de agosto de 2022

4 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾





La mañana del cuarto día del octavo de año transcurre divertida como si en ella habitase la vacación por mandato real. Cuando al amanecer con el primer canto del gallo, entre todas las posibilidades que te brinda el recién estrenado agosto, escoges salir al jardín y vivirlo, nada puede salir mal. Lo primero en lo que reparo es en lo bonito que está. Él y la mañana vestida de azul claro. Después todo sucede de manera natural, el tiempo vuela, y la evasión se palpa. Aireo, podo, riego, abono, remuevo, muevo, corto, preparo un arreglo floral para cada estancia de La Madriguera y estreno de paso los jarrones nuevos de distintos tamaños que compré hace unos días en la feria artesanal del Condado de Trafegar. Me relaja y me complace jugar con flores, hacer composiciones, agradecerles lo que me dan, mimarlas, pero sobre todo, me agrada sentir que forman parte de mí, que fueron mi decisión y ahora son el fruto de mi trabajo y complicidad con ellas. 《Yo he hecho que esto suceda》, me oigo decir alborozada. Realmente estoy satisfecha por el modo en que planifiqué el jardín el otoño pasado. Recuerdo que pensé y repensé muchísimo qué plantar en él, ya que lo más importante es no quedarse sin flores para cortar en ningún momento de la temporada. El jardín como tal existe para ser una sucesión de flores. No se debe permitir que exista un día, ni un espacio, ni un jarrón libre de ellas y se le debe facilitar la posibilidad de proporcionártelas sin ninguna dificultad. Esa es la regla. De lo contrario, el culpable eres tú, la mala cabeza que no sabe planificar es la tuya y el jardinero catastrófico lleva tu nombre. Con sinceridad confieso que me gusta repasar mentalmente la lista de flores que el jardín de La Madriguera me ha ofertado y me sigue proporcionando. Así que mientras bebo agua fresca y cristalina, agua riquísima que me recuerda a la del botijo del que bebía mi abuelo y que guardaba a buena sombra, repito el listado, no sin antes ordenarme a mí misma para montar algarabía un redoble de tambores que aunque ficticio suena fantásticamente bien. Redoble de tambores: narcisos, calas blancas, tulipanes, peonías, amarilis, calas de colores, liliums, gladiolos, agapanthus, zinnias y dalias. Ahí es nada. De lado dejo: los crocus, los jacintos, las fresias, las hortensias, las cannas indicas, los hibiscus, las margaritas y demás que son para lucimiento en exclusiva del propio jardín, y que no admiten corte por una norma no escrita sobre conservar el equilibrio del mundo natural. Una norma parecida a esa otra que a veces respeto de sólo cortar una flor por cada cinco que florecen de la misma especie. Y entre todas las flores que permanecen incólumes en el jardín de La Madriguera está florecido como el rey de su mundo el árbol de Júpiter. De igual manera que el año pasado, puntual y lleno de alegría, el uno de agosto (para conmemorar que desde el planeta Tierra se atisba durante todo el mes el planeta Júpiter) nos despertó con su estallido de flores rosa, minúsculas y hermosas. Porque sí, porque agosto ya está aquí. Mi mes preferido de los que forman el verano llegó con el amanecer. Un mes que me sabe en el paladar a fruta dulce y en los sentidos a sueño hecho realidad. Desde el agosto se llega antes al otoño. Es un mes de escape, de evasión, de dejarse llevar, de azúcar y de historias a hilvanar a la carta. Es un buen mes para las historias, las que escribimos a conciencia, las que vivimos de improviso puesto que nos salen al paso y no nos disgustan, las contadas, las leídas, las filmadas y las visualizadas. Conozco a una librería que en la pizarra de su establecimiento llegados a este mes siempre escribe que agosto es un mes de novela. No sé si es exactamente así, pero para que el octavo del año no me recrimine una mala disposición, en el porche tengo preparado papel en blanco sobre el que escribir, unos pocos títulos que me guiñan el ojo desde el lomo de su libro, un proyector de cine colgando desde el cielo estrellado y una hamaca haciendo lo propio en el viejo árbol donde tumbarme y contarme a mí misma lo que me niego a contar a terceros. Todo es una historia. Todo a mi alrededor son historias dispuestas a ser contadas. Disfrutadas, amadas, perseguidas, idealizadas. Las flores que me rodean, también. No son una excepción. Las flores que en su día sembré siendo bulbo o semilla guardaban ya, por aquel entonces, en su interior la historia de su propio futuro. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Agosto de 2022 )