Queridísima Rebecca:
Me alegro enormemente de saber de ti. Me cuentas que llevas retraso en tu correspondencia y que ahora que la primavera te permite escribir en el jardín de tu casa en Suffolk, te estás poniendo al día sentada en tu vieja mesa de hierro desgastada por la intemperie. Me relatas también como el domingo pasado acudiste a una pequeña fiesta y por tomar dos dedos de Prosseco pasaste el lunes hundida en el sofá. Entonces decidiste que una existencia sencilla con té, bollos y un buen libro es lo único que te vas a permitir de ahora en adelante. Anuncias a bombo y platillo (a todo aquel que lo quiera oír) que estás lista para dejar atrás tu yo festivo y juvenil, y que has comenzado, desde el martes, una vida de académica estudiosa. Por ello, en vez de sentarte en la mesa en el jardín te tumbas al lado de la cerca sobre una manta con unos cojines, una bandeja con té y bollos rellenos de crema, y tres libros abiertos al mismo tiempo. Presumes que de ese modo si alguien te ve desde el camino con tres libros pensará de ti que eres un ser muy inteligente, y si sólo te ve con uno, que eres una lectora ociosa en mitad de la jornada. Mi querida Rebecca sigues siendo la misma comediante de siempre. Sigues afrontando de igual manera las etapas de la vida con ese humor tan tuyo de reírte de tus miedos. ¿Sabes qué pienso, querida mía? Pues que incluso la gente feliz tiene derecho a ausentarse de sí misma. Me detengo en este punto, pues voy a encender la chimenea. Discúlpame. Hace frío y llueve. Por las tardes todavía hace frío. Echaré de menos, no dentro de mucho, este tiempo de tulipanes por la mañana y chimenea por la tarde, como lo llama mi amiga Alison. Encuentro delicioso este estar partido el día en dos. Este bascular de la jornada entre el exterior y el interior. Bueno, ya está. Chimenea encendida. Reparo en este instante en que este año el que siempre creemos que va a ser el último fuego, no lo es. No me molesta. Con sinceridad te digo que no me molesta, ya que quizás en lo que a mí más se me nota el paso de los años es en lo insoportable que me resulta el verano con cada uno que pasa. Lo encuentro de una pesadez absoluta. Si mayo me es un mes sumamente atractivo y las primeras semanas de junio soportables, te confieso que sólo de pensar en julio y agosto el tedio y la pereza se apoderan de mis sentidos. No obstante, como hay que vivir acorde con las estaciones, para llegar al otoño (mi época preferida) no me queda otra que aguantarme y transitar aunque sea con mala gana por el verano. ¡Pero, basta de quejas! Te envío con estas palabras la fotografía de una jarra y un azucarero a conjunto que me regalé a finales de abril para el interior de La Madriguera. Pudimos, por fin, rodar por las carreteras y hacer una magnífica escapada que llevábamos tiempo planeando hacer. Al segundo día en una tiendecita encantadora de un pueblo precioso, ubicado en un paraje idílico, encontré el conjunto de cerámica y no sé si por estimarlo otoñal o porque realmente me pareció muy bonito supe que si no me lo llevaba conmigo acabaría extrañándolo. Lo compré. Ya lo ves. Te lo muestro, querida mía, porque conociéndote como te conozco sé de tu aprecio por el menaje de este tipo. Si te gusta puedo enviarte uno de igual. Será un placer. Lo sabes bien. Y no me importaría regresar a la tiendecita pues aunque está un poco lejos el viaje merece del todo la pena. En este momento tengo a mi lado el libro que me has mandado junto a tu carta. Amiga mía: nunca dejarás de editar libros hermosísimos. Cada uno de los espacios que fotografías de tu casa es un mundo en sí mismo. Realmente me gusta perderme en tus composiciones pues cuando emerjo de ellas, sé cuál es la clave para adivinar la gente que es sencillamente feliz de la que no lo es. Lo sé. Y ahora me despido, siendo consciente de que te dejo en ascuas y con una carcajada a punto de aflorar en ti para romperse segundos después con satisfacción contra el cielo de Suffolk, pero no me importa dejarte así puesto que ello te va a llevar a tenerme que escribir más pronto que tarde.
Te abrazo fuerte mi querida Rebecca. Te abrazo con una sonrisa enorme dibujada en el rostro.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 10 de Mayo de 2021 )